Se escucha diariamente que hay valores que se conservan. El valor de la vida humana es una de ellas. Pero también es cierto (si debemos ser honestos, sin hipocresías ni autoengaños) que en cada guerra de intereses (otras nunca hubo) sistemáticamente se viola este valor universal. Daño colateral de la guerra de intereses supremos. ¿O apareció hasta el momento en estos más de 5.000 años conocidos algo más valorado que los intereses y el afán de poder? Recordemos a Orwell: “El poder no es un medio, sino un fin en sí mismo”.
Si personas de dudosa o no salud mental toman decisiones importantes que afectan la vida de otras personas, manejan trenes a alta velocidad o colectivos de larga distancia, o venden alimentos o medicamentos adulterados y esto se sabe que “no debería ser así” es porque, a no dudarlo, no importan los daños colaterales (vidas humanas). Las complicidades no son temas aparte: son parte de la misma indiferencia. Lo que agrava la situación cuando se la contextualiza.
Todo parece indicar que hasta el momento la apelación a la voluntad, a la reflexión, a la culpa, a la conciencia y a la toma de conciencia y al miedo al castigo no pudieron disminuir la gravedad de este tipo de daños. Justamente, estos recursos a muchos los disciplina, pero a aquellos que los provocan le son indiferentes. Hasta deduciríamos “les causa gracia”.
Trabajar ad honórem
En las oportunidades en que trabajó ad honórem, ¿no tuvo la impresión de que estaba trabajando de manera gratuita? Porque no hay que confundir: una cosa es tener el honor de trabajar con alguien, por respetado o prestigioso o por fuente de conocimientos y experiencias (por tanto, no cobrar no interesaría tanto), y otra muy distinta es que de honorable el trabajar gratis no tiene nada. Por supuesto que esta diferencia puede durar poco tiempo en el interior de instituciones con fines de lucro. En ellas esta diferencia suele borrarse al poco tiempo y el honor, en caso de existir, resulta minimizado. Al menos en nuestras sociedades actuales.
Los elegidos
Según dicen los libros e historiadores, en épocas no muy lejanas los monarcas se rodeaban de brujos, hechiceros, astrólogos, adivinos y estrategas. Es que se manejaban con una multiplicidad y diversidad de creencias compartidas que suponemos estarán hoy menos presentes. Quizás en esa época creían tanto en la predestinación y el ocultismo como en el poder de las armas. Sabemos que los presidentes hoy se rodean de personas del marketing político y de estrategas. Los astrólogos dicen ser consultados por políticos, pero prefieren no decir sus nombres. Sobre el poder de las armas sabemos que no todos tienen un “para qué” desarrollado. Los viejos monarcas, teóricos herederos del poder divino, ya no existen. Por lo tanto la obediencia automática a sus palabras tampoco. Los tiempos cambiaron, se dice.
¿Son los responsables del marketing político los que reemplazaron a los brujos, hechiceros y adivinos? Si es así, demostraría que hay nuevas necesidades además de las viejas mejor manejadas. Si la función de los hechiceros y adivinos era la de confirmar (o no) que la buena suerte y la predestinación estaban del lado del monarca y si los tiempos cambiaron como suponemos, ¿qué función cumple el responsable del marketing político? Por lo que se sabe está para crear una “imagen votable”. Está para crear imágenes, íconos (¿ídolos?) para conducir a los votantes a la urna necesitada. Algunos afirman que su poder es más fuerte que el poder de las armas y, además, más sutil.
Simplificando, tenemos que suponer que para crear un ícono que conduzca a las personas a la urna necesitada se necesita al menos:
1. estar convencidos de que la persona votada es “la elegida” porque su destino es el de decidir el destino de todos;
2. una emoción o sentimiento que lo acompañe: las emociones, se saben, son la fuerza de la convicción, por tanto, lo que finalmente motoriza y conduce a las personas en sus decisiones. No importa si la convicción es delirante o no, la fuerza de la emoción la hace tan creíble como cualquier otra; y
3. la adoración o mitificación del iluminado elegido: tanto el cine como las sectas están llenos de “elegidos” iluminados.
¿Cree usted que esta fusión entre magia y política está muy lejos de nuestra cotidianidad? Es que los votantes son seres humanos y ya se estudió lo suficiente el poder de estas “convicciones excesivamente emocionalizadas” y su relación con los “liderazgos”. ¿Será tan fuerte la necesidad humana de tener íconos e ídolos para seguir e idolatrar y hasta de dar la vida por ellos?
Fuera de la política, el llamado “cholulismo” (esto de sentirse importante por hablar de gente “importante” y la compra de ropa de marcas importantes para sentirse importante), ¿no es acaso una muestra del poder de los íconos mitificados y también masificados?
Desde “el Estado soy yo” de Luis XIV hasta “yo soy la Patria” (“sólo yo tengo la solución”), confirman la humana necesidad de contar con “elegidos” (en este caso para conducir procesos históricos y pasibles de ser convertidos en mitos). Sabemos también que muchos de los que dicen ser elegidos se lo creen, mientras que otros sólo lo mienten. Lo importante es que cuando alguien cree ser “elegido” suele convencer a los otros que creen en estas posibilidades de la realidad de esta “elección”. Pequeño detalle, pero no tan pequeño. Porque si así no fuese el “elegido” sería un delirante más.
Los daños colaterales de los elegidos son un tema aparte. Aquí lo importante es que nuevamente navegamos en el campo de lo ilusorio, de la imaginación humana tan necesaria, fructífera e incontrolable. Nuevamente, el Homo Credens gana la batalla. Aunque los inquiete a los eternos creyentes y defensores de la razón.