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En pandemia, como en posguerra: la gran oportunidad de reintentar un modelo de desarrollo nacional

En plena crisis económica, en 1946, el gobierno nacional proyectaba una reconversión de la matriz productiva. Lejos de creer que las inversiones privadas, extranjeras o acuerdos multilaterales, lo harían posible, se planificó la economía utilizando al Estado como promotor del desarrollo nacional

Rodolfo Pablo Treber

Fundación Pueblos del Sur (*)

Especial para El Ciudadano

En plena crisis económica de posguerra, allá por 1946, el gobierno de Juan Domingo Perón proyectaba un plan de reconversión de la matriz productiva con el objetivo de no depender de factores exógenos que generaran dependencia a la economía nacional. El mismo consistía principalmente en: desendeudamiento; crecimiento cuantitativo y cualitativo de las exportaciones; adquisición de grandes bienes de capital con la finalidad de sustituir importaciones; planificación de grandes obras de infraestructura y logística, y protección y desarrollo de un fuerte mercado interno.

Lejos de creer en la posibilidad de que ese proyecto se ejecute a partir de inversiones privadas, extranjeras o acuerdos multilaterales, el gobierno peronista planificó la economía utilizando al Estado como medio promotor desde los sectores estratégicos. Como pilares fundamentales, en ese sentido, se nacionalizan el Banco Central y el comercio exterior con el objetivo de administrar los recursos financieros y tomar el control de la compraventa internacional. Además, se crearon empresas del Estado en aquellas áreas industriales indispensables y aún no desarrolladas.

Por ejemplo, en 1948 se crea el Astillero Río Santiago para dar inicio a la industria naval en gran escala. El 30 de noviembre de 1951, en Córdoba, se crea la Fábrica de Motores y Automotores, y el 28 de marzo de 1952, Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado (Iame), con la función de desarrollar las industrias aeronáutica y automotriz.

Lejos de tratarse de un impulso meramente orientado a la industria liviana para el consumo, se implementó un plan siderúrgico nacional, con la constitución de la empresa Somisa para producir acero en el país; se impulsó la industria química pesada desde Fabricaciones Militares, creando las plantas de Río Tercero, José de la Quintana y Tucumán; la empresa Gas del Estado y, en 1950, la Comisión Nacional de Energía Atómica.

Este tan ambicioso como exitoso plan requirió una fuerte voluntad política, y tuvo lugar en un contexto determinado que agilizó sus resultados, de tal modo que pasados seis años, en el plano financiero alcanzó posición internacional acreedora y, en el plano social, la plena ocupación de su población económicamente activa.

En aquel tiempo de reordenamiento geopolítico la principal característica era la caída generalizada del intercambio comercial de manufacturas en paralelo con una creciente demanda de alimentos y energía. Esta situación fue consecuencia de que la mayoría de las naciones se volcaran al proteccionismo económico a fin de reconstruir sus industrias.

Párrafo aparte, surge una pregunta inevitable… ¿No resulta similar al contexto que dejará el paso de la pandemia de covid-19?

El modelo argentino de producción instalado a mediados del siglo XX sentó bases sólidas y permaneció de pie durante tres décadas, con oscilaciones producto de múltiples intentos de destruirlo, hasta que finalmente en 1976, mediante la dictadura más sangrienta de nuestra historia, se implementó la economía de mercado capitalista en su reemplazo. Desde ese momento Argentina ingresó, hasta nuestros días, al mercado global como exportador de materias primas y alimentos, e importador de manufacturas industriales.

Tanto las grandes, medianas, como pequeñas empresas nacionales, inmersas en la libre competencia, se vieron paulatinamente debilitadas hasta su mayoritaria desaparición. Al mismo tiempo, producto del enfoque netamente agroexportador, se inició un proceso de encarecimiento de los precios internos con el objetivo de aumentar los saldos exportables. El combo decadencia industrial + incremento de precios demolió el mercado interno argentino y, con él, a millones de puestos de trabajo formales.

Existe una relación directa entre la orientación económica agroexportadora y la caída del empleo. Algunos datos que reflejan, rigurosamente, esta realidad:

En el cuadro queda claramente expuesto que el mero crecimiento de las exportaciones no conlleva necesariamente un desarrollo económico y social; por el contrario, durante los gobiernos que evitan cualquier tipo de protección al mercado interno, exportaciones y desocupación aumentan juntas a la par. Del mismo modo que, sin una presencia fuerte del Estado impulsando y promoviendo al sector privado, desde adentro de la actividad productiva no se alcanzan niveles aceptables de empleo para la mayoría de la población.

Lejos de ser inocente, el modelo impuesto hace 44 años encontró como grandes beneficiarios a unos pocos, mientras que perjudicó a muchos. Estos precisan que la Argentina mantenga una economía primarizada, y así beneficiarse del valor agregado de la producción: el trabajo. Por eso la industrialización del país es antagónica al interés del capital multinacional y sus aliados internos.

Hoy, recorrido casi medio siglo de economía de mercado donde solo fluctuaron los niveles de regulación impositiva y normativa, volvemos a encontrarnos con un contexto internacional propicio para retomar un proyecto de desarrollo que se oriente a la independencia económica. Luego de 75 años, la salida a esta crisis, nuevamente, radica en producir localmente lo que compramos afuera, proteger y acrecentar el mercado interno, y elevar el nivel técnico y cultural del Pueblo a partir de la recuperación del trabajo.

Al mismo tiempo, y no por casualidad, se hacen escuchar con fuerza las voces del orden conservador con el objetivo de que nada cambie. Los principales referentes del sector exportador, agrupados en el Consejo Agroindustrial Argentino (CAA), poder financiero y cámaras importadoras, se alinean en la presentación de proyectos al gobierno nacional, donde se plantea el aumento de las exportaciones como única variante de solución posible. Vale decir que lo hacen reclamando también del Estado la reducción de impuestos, la flexibilización laboral y la no intromisión en las relaciones comerciales con otros países referidas a la gestión de sus negocios, llamativamente a cargo del lobby empresario.

La propuesta de exportar aumentando valor agregado es loable, pero cuando ello se plantea aisladamente de una estrategia de desarrollo nacional y bienestar general, la solución se asemeja a una sábana corta, que siempre abriga a algunos dejando a la intemperie a otros.

Esta exposición pública de intereses, se da porque pocas veces en la historia conviven, tan crudamente, la necesidad de un cambio profundo con el momento adecuado.

Nos encontramos frente a una gran oportunidad, o claudicación histórica.

(*) treberrodolfopablo@gmail.com / fundacion@pueblosdelsur.org

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