Por Christian Camblor- Télam
A veces la mejor victoria no es una batalla sino una decisión estratégica. Esta suerte de máxima bélica es aplicable al Exodo Jujeño, ocurrido el 23 de agosto de 1812, cuando a instancias de Manuel Belgrano la población abandonó esa ciudad, dejando “tierra arrasada” al enemigo Realista, que avanzaba en gran número desde el Alto Perú.
Se trató de una orden que el Primer Triunvirato le dio al jefe del Ejército del Norte -que Belgrano sólo iba a cumplir parcialmente- y que proponía la retirada hasta Córdoba, ya que se estimaba que en Jujuy no se podría resistir el avance de las tropas españolas lideradas por el brigadier Tristán, de unos 4.000 hombres.
Una curiosidad: ese tipo de maniobra iba a ser aplicada apenas unos días después -desde el 14 de septiembre- por los rusos, como forma de desgastar a las tropas napoleónicas que se asomaban a Moscú. Directamente se decidió quemar la capital rusa, para no dejarles techo ni recursos a la Grand Armée.
La importancia de San Salvador de Jujuy
San Salvador de Jujuy se consideraba sumamente estratégica, por su ubicación en la desembocadura de la Quebrada de Humahuaca. La ciudad integraba el Virreinato del Río de la Plata y la intendencia de Salta del Tucumán, cuya capital era Salta.
Jujuy era pequeña pero centro de tránsito obligado entre las provincias del Alto Perú -lo que hoy es la parte occidental de Bolivia- y más hacia el norte, con el importantísimo Virreinato del Perú. En resúmen: la confluencia entre las «provincias de arriba» y las «provincias de bajo» le daba a Jujuy un dinamismo comercial y generaba trabajo para sus habitantes.
Además, en San Salvador terminaba el camino que conectaba con el Río de La Plata; hasta allí llegaban las carretas cargadas con mercancías, con destino a los mercados del Alto y Bajo Perú, ya que en adelante sólo se podía continuar el viaje en mula o burro, a cargo de arrieros.
Cabe recordar que, dos años atrás, el Cabildo de Buenos Aires había decidido la conformación del primer gobierno patrio, promovido por la falta de autoridad en España, luego de que Napoleón invadiera el país y encerrara a Fernando VII para colocar como autoridad a su hermano José.
Los criollos, además, notaban la conveniencia de un “comercio libre” y no bajo la potestad española. Pero, en 1812, en paralelo que Napoleón iniciaba el camino de la derrota en Rusia, las tropas realistas buscaban restablecer el orden colonial.
La llegada de Belgrano al frente norte
Belgrano, mientras tanto, arribó a la Posta de Yatasto el 25 de marzo de 1812, donde al día siguiente, Juan Martín de Pueyrredón le entregó el mando del Ejército del Norte. El creador de la bandera estableció su cuartel general en San Salvador de Jujuy, la que era la ruta principal de las invasiones desde el norte. Su objetivo era rearmar el Ejército, que se encontraba destrozado tras la derrota en la batalla de Huaqui.
El mayor general Eustoquio Díaz Vélez, al mando de sus voluntarios, había ido a Humahuaca a vigilar la entrada del general realista Juan Pío Tristán, y volvió con la noticia de la ofensiva que se preparaba. Ante ello, Belgrano reclamó al gobierno de Buenos Aires refuerzos, que no obtuvo, ya que las autoridades estaban abocadas a vencer a los realistas en Montevideo.
Con lo poco que tenía, Belgrano -recordemos: un abogado sin mayor formación militar- debió volverse riguroso e inflexible con sus subordinados. Creó diversas compañías, como la de guías, la de baqueanos, la de Cazadores y el cuerpo de castas. Recompuso la moral de las tropas, que ascendieron a 1500 hombres. Y a finales de julio recibió 400 fusiles.
La decisión de retirarse
En lugar de enviar refuerzos para atender el frente norte, el Triunvirato, a través de su ministro Bernardino Rivadavia, ordenó la retirada hasta la ciudad de Córdoba. Allí, la intención era que se reunieran con tropas procedentes de la región rioplatense.
De esta forma se inició el éxodo, por el cual se ordenó la destrucción de cuanto pudiera ser útil al enemigo. Belgrano dictó un bando el 29 de julio, dirigido a todo el pueblo de Jujuy, disponiendo la retirada, bajo pena de fusilamiento. La orden especificaba que la retirada debía dejar “campo raso” al enemigo, de modo de “no facilitarle casa, alimento, ganado, mercancías ni cosa alguna que le fuera utilizable”.
De esta forma, los cultivos fueron cosechados o quemados, las casas destruidas, y los productos comerciales enviados a Tucumán. Participaron unas 1500 personas de un total de 2500 a 3500. El pueblo jujeño, al igual que el resto del Virreinato del Río de la Plata, estaba muy dividido entre los que apoyaban a los patriotas y los leales al sistema virreinal.
La población efectuó un largo trayecto de 360 km hasta Tucumán, paralelo a la actual Ruta Nacional 34, tomando por el entonces camino de las Postas. En ese camino, unos 200 hombres de las fuerzas irregulares de Díaz Vélez quedaron a la retaguardia a modo de protección. La marcha, sumamente exigente, cubriría nada menos que 50 km diarios para buscar cobijo hacia el oeste.
En este punto, los realistas pretendieron cortar la retirada, y el brigadier Tristán envió sus avanzadas a hostilizarlos, dirigidos por el coronel Agustín Huici. Este alcanzó a la columna sobre el río de las Piedras, y se entabló el Combate de Las Piedras. La rápida reacción de Díaz Vélez llevó a la victoria, y cayó prisionero el mismo Huici.
Presentar batalla, en un lugar más favorable
El éxito obtenido alentó a Belgrano a detener la marcha. Además, ya había advertido que, si cumplía la órden de bajar hasta Córdoba, los realistas podrían esquivar las defensas y avanzar directamente sobre Buenos Aires.
De modo que, contando con el apoyo de la poderosa familia Aráoz -emparentada con su segundo, Díaz Vélez- Belgrano decidió moverse hacia San Miguel, y esperar al ejército de Tristán. Fue allí que se desarrolló la Batalla de Tucumán, evaluada como la más importante en la guerra de la Independencia, y la que frenó la avanzada por el norte.
Belgrano —que había dispuesto al alba sus tropas al norte de la ciudad— cambió su frente hacia el oeste, contando con una visión clara de las maniobras de Tristán, y plantó cara a este en un terreno escabroso y desparejo, llamado el Campo de las Carreras. La rápida embestida sobre el flanco de Tristán apenas le dio tiempo a este de reorganizar su frente y fue el principio de su derrota. Luego de esta victoria, se recuperó el control de la región, que se hizo completo con una segunda victoria en la Batalla de Salta.
Como efecto colateral, la victoria de Tucumán causó la caída del Primer Triunvirato y su reemplazo por el Segundo Triunvirato, que apoyó más decididamente al Ejército del Norte. Con el retorno del pueblo jujeño a la ciudad de Jujuy, el nuevo cabildo comenzó a sesionar nuevamente el 4 de marzo de 1813.
Un éxodo llamado así a posteriori
Irónicamente, el Exodo Jujeño, clave en la contención y derrota de los españoles, no iba a llamarse así sino muchos años después. Belgrano se refirió al mismo como “retirada” o “marcha retrógrada”.
Recién en 1877 recibiría ese término en la obra “Jujui, provincia federal arjentina: apuntes de su historia civil”, del historiador Joaquín Carrillo, quien asemejaba la marcha a la emprendida por la familia de Jacob por el desierto. Ricardo Rojas retomó la idea del Éxodo en su obra “Archivo Capitular de Jujuy”, impresa en 1913 para conmemorar el centenario del mismo.
El 28 de octubre de 2002 se declaró que la capital de Jujuy sería la “Capital Honorífica de la Nación Argentina” cada 23 de agosto, en homenaje al victorioso Éxodo.