En las proximidades de las vacaciones de invierno, las familias comienzan a reorganizar sus dinámicas, principalmente aquellas que están asociadas con el esparcimiento y tiempo libre. Los horarios que deja vacante la escuela ahora deben ser resignificados por los padres para permitir que los niños puedan realizar algunas actividades que los contengan.
El abanico de opciones que se abren durante las vacaciones es vasto, pero la mayoría está mediatizada por el factor económico y la disponibilidad de tiempo de los padres, ya que no tiene accesibilidad horaria debido a que debe continuar con sus actividades normales.
En este contexto, la televisión se convierte, principalmente para los más chiquitos, en una opción económica y viable para la mayoría de las familias. Este ocio horario frente a la TV suele no ser saludable para los niños debido a que muchas de las producciones no son aptas para que un chico pueda consumirlas. En todo caso, requiere de una cuota de responsabilidad de los adultos frente a las pantallas.
El consumo indiscriminado de televisión por parte de los niños puede ocasionar problemas que conviene evitar de antemano. Los contenidos pueden generar problemáticas de tipo social y emocional que impactarán sobre los jóvenes. En este sentido, es necesario un uso responsable de los consumos de las trasmisiones.
Según una encuesta de Gallup, en la Argentina, el 75 por ciento de las familias comparten el espacio de la cena con la televisión encendida, y a pesar de que el 65 por ciento de los adultos considera que los contenidas de la televisión son inadecuados para que un menor los consuma, el 30 por ciento no respeta el horario de protección al menor.
Los estímulos de las pantallas pueden configurar en los niños problemáticas complejas de remontar. Si bien el 65 por ciento de los adultos considera que las producciones son inadecuadas y negativas, la opción no es la impedir que los chicos vean televisión –situación que a esta altura es imposible– sino que tengan una exposición controlada, donde los adultos puedan supervisar las horas de exposición e incentivar el consumo de programas culturales, educativos, deportivos y de formación.
Los niños están en permanente aprendizaje, y el mundo de las pantallas se les presenta como una fuente inagotable de recursos, todos acompañados por la magia de las imágenes y el movimiento. Muchos de esos contenidos pueden llevarlos, sobre todo a los más chiquitos, a confundir la realidad con la ficción.
Sumado a esto, hay que considerar la exposición a la publicidad que puede generar compulsión de consumos que no sólo involucran productos relativamente inocuos, como un juguete, sino que puede inducir al interés por las bebidas alcohólicas, alimentos no saludables y otros productos destinados a los adultos.
Muchos de esos mensajes publicitarios están directamente vinculados con los niños, lo que puede generar modificaciones en la apreciación de la realidad. El nivel de inmadurez del cerebro de un infante puede llevarlo a aceptar como real la mayoría de los “preceptos publicitarios”, aunque en general más de la mitad de los anuncios contiene información errónea y engañosa.
Enfermedades como la anorexia nerviosa y la obesidad infantil pueden estar relacionadas con el consumo de estereotipos corporales y de comida chatarra, entre otras cosas. Los contenidos de la televisión también influyen en las relaciones que los niños mediatizan a través de la violencia, la competencia desmesurada, la desvinculación con las normas del grupo y hasta el individualismo en las relaciones sociales.
“Ente el cuarto y quinto año de edad los niños establecen hábitos permanentes y características emocionales a través de la imitación y la identificación señala un estudio de una guía infantil. La imitación es conciente, pero la identificación es inconciente y ocurre por la adopción de pautas de conductas y actitudes de personas significativas para el niño. Por esa razón, es necesario estar vigilantes respecto a los efectos de la televisión en el niño y específicamente en cuanto a la violencia televisiva”.
Las producciones que muestran las pantallas no son buenas ni malas en sí mismas, la preocupación es la forma de presentación y el horario en que se trasmiten temas vinculados con el sexo, la violencia, la discriminación, los estereotipos corporales, etc. Son temas que, de no recibir una adecuada información por parte de los adultos, pueden generar un aprendizaje cuanto menos confuso.
Muchos de estos formatos no podrán ser procesados correctamente por los niños, principalmente si están en la primera infancia, debido a que por su desarrollo intelectual no están en condiciones de discriminar con claridad lo bueno de lo que puede perjudicarlos. No obstante ello incorporaran estos contenidos por imitación, que es la base de su aprendizaje, y los recrearan en su vida cotidiana en forma de valores.
Según la encuesta de Gallup el 57 por ciento de los argentinos piensa que la televisión “entretiene pero no educa”; mientras que un 17 por ciento cree que “no hace nada”. Estos datos dan cuenta de que muchos no advierten los posicionamientos formativos que se expresan en estos consumos, algunos de los cuales se instalan como verdaderos paradigmas vivenciales. La facilidad con que los mensajes audiovisuales se instalan, principalmente en los niños, dan cuenta de su influencia en acciones que se manifiestan en la vida cotidiana.
El psicólogo Jean Piaget sostiene que a partir de los 11 años el niño recién comienza a definir valores individuales desvinculados de la subordinación de un adulto. Hasta entonces, sus funciones deductivas estarán vinculadas a la construcción simbólica, basada fundamentalmente en la imitación. En esta etapa, discrimina los bueno y lo malo en función de lo que las autoridades que reconoce les enseña.
La psicóloga Silvia Bleichmar señala que la autoridad de un adulto se ejerce en la medida en que el joven cree en lo que le dice. La palabra vinculada con la acción y el pensamiento es suficiente para que el infante acepte la autoridad. Por eso sostenía que no se educa por ensayo y error, sino por la confianza en el otro.
En los primeros años del desarrollo intelectual del niño, “la palabra creíble del otro” puede ser la de la pantalla, principalmente si pasan mucho tiempo frente a ella sin la supervisión de un adulto. Dicho en otras palabras, los chicos pueden aceptar a la televisión como una autoridad digna de ser respetada.
Ninguna imagen es gratuita en la televisión. Un estudio realizado por la Universidad de La Plata da cuenta que los dibujos animados se ubican entre los formatos más violentos. En este sentido, señala: “Al ser de carácter gráfico, los televidentes llegan a habituarse a las escenas de violencia que se transmiten. Estas escenas llegar a mostrarse de manera divertida, o justificada; la conducta del héroe es justificada, ya que es utilizada con fines benéficos”.
La televisión no es la madre de todos los males, simplemente hace lo que le da resultado, si bien mucha de su programación es inapropiada para niños, otros tantos formatos son recomendables por su producción educativa y cultural. En este marco, los adultos también tienen tarea de vacaciones de invierno: ejercer una actitud activa frente a la pantalla para seleccionar, habilitar y descartar los contenidos que van a ser consumidos por los niños.