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Encender antorchas de palabras para iluminar una noche agotada de sueños

Covid mediante, la apuesta por una vida frugal –que no es un elogio de la pobreza sino el ejercicio libre de la opción reduccionista apuntada a disminuir el consumo– actualiza la búsqueda de monjes medievales que vivían rodeados de naturaleza y silencio, y se dedicaban a cultivar su mundo interior

Elisa Bearzotti

 

Especial para El Ciudadano

 

Hace unos días, con el deseo de resolver algunas cuestiones personales, me puse a reflexionar sobre la cuestión del cierre de ciclos y su relación con el bienestar general. Concluí que el magnetismo de los finales es un mecanismo ilusorio, sólo necesario para aliviar el duelo de la pérdida… lo que ocurre en cambio es un constante devenir de acontecimientos a través de los cuales cual artesanos inexpertos vamos tejiendo la trama de nuestra vida. A pesar de ello, la imagen del círculo funciona al menos para mí– como contención y sosiego, liberación y reducto, despojo y conciencia del tiempo que huye veloz, dejando dentro lo que es pasado. También la pandemia de coronavirus gracias al desarrollo de las vacunas dejó en el pasado la patética envoltura de angustia e incertidumbre, disminuyendo su ferocidad a medida que las inoculaciones iban ganando terreno, aunque los expertos siguen advirtiendo sobre la perpetuación de los “daños colaterales”. De cualquier manera, y para no seguir divagando sobre la eternidad y sus entornos, lo que pretendo decir es que entendí que las “Crónicas de cuarentena” debían llegar a su fin para inaugurar un nuevo ciclo que diera cuenta, no sólo de la crisis sanitaria, sino también de la gran diversidad de paisajes que nos circundan.

Sin embargo, no resulta sencillo despojarse del impacto pandémico porque a poco de andar me encontré con la noticia de que la Organización Mundial de la Salud decidió actualizar los datos relativos al luctuoso saldo dejado por la estampida de coronavirus, advirtiendo que las muertes globales ascendieron a casi 15 millones y, tras cartón, aparecieron los datos sobre la nueva ola de contagios en Shanghai y Pekín. Las duras medidas impuestas por el gobierno chino responden al peor brote epidémico en el país desde inicios de 2020, y aunque las cifras de contagios son mínimas comparadas con otros sitios, las autoridades aplican la política de “Cero Covid” e imponen estrictos confinamientos a ciudades enteras en cuanto se detectan algunos casos. Los analistas indican, además, que estas medidas tendrán un gran impacto en la economía del gigante asiático, ya que el mes pasado las exportaciones de China alcanzaron su ritmo más bajo desde hace casi dos años.

Luego de esto me pregunté: ¿es que acaso volveremos a habitar algún día el mundo que conocíamos? Y en este sentido, buscando algo de material para lograr entender la magnitud del colapso, encontré una nota realizada por Página 12 a Franco “Bifo” Berardi, un escritor, filósofo y activista italiano, quien asegura que “el caos es el denominador de la época” y que “estamos en un umbral que puede durar años”. El pensador nacido en Bolonia en 1949 ha participado de las revueltas juveniles del 68, fue amigo de Félix Guattari, frecuentó a Foucault, fundó revistas, creó radios alternativas y señales de TV comunitarias, antes de su actual trabajo como profesor de historia social de los medios en la Academia de Brera en Milán. De acuerdo a sus dichos: “Hay caos cuando los acontecimientos que interesan a nuestra existencia son demasiado complejos, rápidos, intensos para una elaboración emocional y consciente. El virus, invisible e ingobernable, ha llevado el caos a un nivel definitivo”. Luego disparó: “Todas las medidas de estabilización que están intentando las fuerzas políticas de gobierno en Europa como en otros lugares de mundo no pueden estabilizar nada en el largo plazo. El crecimiento no volverá mañana ni nunca. La Ecoesfera terrestre no lo permitirá; no lo está permitiendo. La demanda no subirá, no sólo porque el salario va disminuyendo, sino también porque la crisis producida por el virus no es solo económica. Es esencialmente psíquica, mental: es una crisis de las esperanzas de futuro”.

La mirada de este intelectual habilita preguntas significativas sobre aspectos que trascienden la mera cuestión sanitaria, tales como las maneras de vincularnos, nuestro sistema de creencias, la forma en que consumimos, nos alimentamos, nos vestimos, descartamos; es decir, las bases sobre las cuales se apoya nuestro actual modo de producción. Porque… ¿de qué otra cosa sino de la aparición del malestar anunciado se trató esta pandemia? “El covid-19 es una emergencia particular del colapso ambiental”, afirma Berardi, e indica a continuación: “Las elites políticas no parecen estar a la altura del problema, lo que dicen no me parece muy importante. La política en su conjunto es impotente”. Y también: “La situación económica obliga a la sociedad a ocuparse de los problemas inmediatos y posponer las soluciones a largo plazo. Y no hay largo plazo a nivel de la crisis ambiental, porque los efectos del calentamiento global ya se despliegan. Pero al mismo tiempo podemos imaginar (y proponer) la creación de redes comunitarias autónomas que no dependan del principio de provecho y acumulación. Comunidades del sobrevivir frugal”.

La apuesta por una vida frugal que no es un elogio de la pobreza sino el ejercicio libre de la opción reduccionista apuntada a disminuir el consumo– actualiza la búsqueda de los monjes medievales que laboraban su propia huerta, vivían rodeados de naturaleza y silencio, y se dedicaban a cultivar su rico mundo interior. Hoy, las herramientas tecnológicas agregan un plus a ese imaginario y proponen el ideal de “solos pero conectados”, instalando el minimalismo como meta del “buen vivir”. Esto se verifica en el auge de las tiny houses o casas mínimas, el furor por reutilizar, la moda vintage, la coherencia de los más jóvenes que quieren (y necesitan) tener menos bienes, sentirse más despojados, generar menos desechos, reciclar su basura y mantener sus hogares ordenados, porque saben que el tiempo se agota y están aprendiendo, dolorosamente, a separar la paja del trigo. De manera que estas crónicas intentarán, a partir de ahora, detectar entre las tinieblas del caos algún haz de luz que permita hacer el tránsito más tolerable, y desarmar el bosque del sinsentido mediante antorchas de palabras… Una propuesta difícil e inefable, similar a la búsqueda de un monje medieval, postrado ante lo Absoluto en medio de la noche agotada de sueños, que eleva oraciones al Cielo sin certezas, pero con la poderosa fe de quien ha visto milagros.

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