Para quienes pueden traducirla en palabras, la experiencia que deviene con la ingesta de sustancias diversas ha hecho correr ríos de tinta –para usar una expresión afín a cómo lo escribían los primeros “expedicionarios”, lease Charles Baudelaire en Paraísos artificiales o Thomas de Quincey con Confesiones de un inglés comedor de opio–, permitiendo una entrada a mundos maravillosos o terroríficos pero completamente movilizadores, hasta el punto de que algunos no se conformaron con escribir un solo libro e insistieron.
“Hay en la conciencia una magia con la que uno puede ir más allá de las cosas. Y el peyote nos cuenta dónde está esa magia”, señaló Antonin Artaud, luego de su estadía en tierras mejicanas y de escribir Los tarahumara, donde cuenta en primera persona las espléndidas vicisitudes del viaje y su inicio en las ceremonias del peyote.
Extensa será la lista de escritores que plasmaron esas vivencias desde el ensayo, la ficción o la poesía. Más acá en el tiempo lo hicieron William Burroughs, Allen Ginsberg, el periodista Hunter S, Thompson, Carlos Castaneda con la saga de Las enseñanzas de don Juan; entre los argentinos, los entusiastas Néstor Perlongher y sus textos sobre la ayahuasca, y Oscar del Barco en sus ensayos Alternativas de lo posthumano, entre otros.
En las obras de estos hombres de escritura se vuelcan los pasajes de esas vivencias en sintaxis y fórmulas donde el lenguaje intenta captar aquello que fue el “viaje”, eso que tuvo de cierto en la desnudez de mirarlo todo o en la percepción de un interior oculto donde se hace la luz y hasta se vomita –literalmente pasa con la ayahuasca y el peyote– algún incómodo pasado.
Transmitirlo luego en palabras apropiándose de ese otro estadio de la mente consiste en restañar el sentido último de la experiencia provocada, la que movilizó la voluntad del autor para luego escribirla. Lo cierto es que nadie pudo hacerlo durante los efectos, donde ocurre una suspensión de lo real, sino después, cuando la turbulencia amaina. La poesía ha sido un perfecto vehículo para esta transmisión, tal vez por su infinita posibilidad de llevar la lengua a confines insospechados y valerse, de ese modo, de un rico bagaje de imágenes para poder decir lo visto, lo aprendido, lo negado, lo insólito, lo transmutado.
Algo de esto es lo que ocurre con Testimonio, un poemario del esloveno Aleš Šteger, publicado recientemente por la local Editorial Ciudad Gótica, que dirige el también poeta y escritor Sergio Gioacchini, con traducción de Florencia Ferre e ilustrado en lápiz o carbonilla por Dušan Fišer, oriundo de ese país de la ex Yugoslavia.
Premiado y distinguido en geografías diversas, Šteger es autor de varias colecciones de poemas (1997-2010), de las novelas A veces el enero es en el verano (1999) y Perdona (2014), del libro de impresiones Berlín (2007) y del ensayo Con los dedos y con el talón; es también editor y traductor del español y el alemán. Estuvo en Rosario en el Festival Internacional de Poesía, en la Feria Internacional del libro porteña y ha viajado por parte de Latinoamérica.
“…Los niños son sagrados / Cuando jugamos, somos sagrados / La soberbia, el egoísmo, las comparaciones, eso es agonizar en cuotas / Nuestra casa es el contacto con la tierra y el canto de los pájaros, / Nuestra casa es el paso de las nubes / Nuestra casa está allí donde estamos, donde quiera que estemos / Que mis palabras no busquen encantar…”, escribe Šteger en la segunda mitad de un poema en el apartado “Padre”, uno de los cinco en que se divide Testimonio (los otros son “La gracia”, “Antepasados”, “La gravedad”,” Madre”) afirmándose en una cualidad poética que busca dar cuenta, precisar, cabalmente, algo de lo develado con más fuerza que nunca, puesto que lo que surge en el “sacudón” ya la intuición pudo haberlo sopesado.
Desandar lo aprehendido y volverlo a configurar
Los poemas de Testimonio no solo referirán la experiencia de esa alteración de conciencia provocada por la ingesta que un par de chamanes ofrece a un grupo de experimentadores del que Šteger es parte –que tiene lugar en un castillo medioeval de la Europa central y no en la profundidad de una selva latinoamericana–, sino que determinan otros posicionamientos respecto a instancias de peso en la existencia. Un saber inexorable al que lo condujo la vivencia y que el poeta activará en palabras o frases desandando lo aprehendido y volviendo a configurarlo.
“…Estaban mi padre y mi madre / Abrazados, la desnudez encastrada de la concepción. / Yo ya no estaba. / En mi lugar había solo / El tiempo desnudo de la circulación. / Y luego de mi cabeza salieron también / Mi hermana, mi mujer, mi hijo / Chorros de luz cada vez más finos parecidos a personas / Cuya presencia llevo en mí. / Comenzó a llover. / El fuego era cada vez más potente, / Más suave, más claro y calmo. / Me volví vertiente de todo lo que soy…”, escribe Šteger en la primera parte de un poema del apartado “Antepasados”.
Testimonio también funciona como un laboratorio donde se experimentan esas napas menos exploradas del tiempo, el amor, la muerte; como un itinerario por donde se atraviesan las fronteras de esas preocupaciones siempre disparadas en la conciencia pero que ahora pueden ser dichas desde la inédita experiencia de la ingesta, captadas allí de otra manera, evocadas en su sustento filosófico. “…Necesito menos de mí, / No más. / ¿De veras fueron / Necesarios / 45 años de aprendizaje / Para esta simple lección?, dice el esloveno en un poema del apartado “La gravedad”.
En este libro Šteger parecer mirar con ojos deslumbrados los microcosmos de las relaciones y el amor, busca captar su misterio, su elusiva persistencia, y lo hace en un tono emotivo luego de la visita guiada a ese estado excepcional de los sentidos. “Antes que me duerma / Me preguntas / Qué es el amor. / No conozco las respuestas, / Amor, pero por suerte / Tampoco las preguntas. / Solo oigo la lluvia / Que repiquetea / En la noche muda. / Y sé que lo riega / Todo, en este / Único instante.”, dice otro poema del apartado “Madre”.
Si como escribe (Juan José) Saer, “…La finalidad de la poesía consiste en intentar recoger una naturaleza cruda, en estado puro…”, la construcción poética de Šteger busca iluminar eso de insondable que carga la vida humana, cuidando de transparentar de que no hay verdades ni certezas, sino solo (su) extrañeza ante la intensidad (en todo caso la crudeza) de la experiencia vivida y su posterior puesta en escritura. “Qué frío y vacío / Es el interior del pensamiento. // En el no hay imágenes ni seres. / Sino pura suspensión del tiempo. // Y espacio, que no es espacio. / Ningún yo vuela ahí. // Ni ahí ni aquí. / En todas partes ninguna, al mismo tiempo y jamás. // Es frío al infinito / Vacío al infinito // Para el corazón del hombre / El interior del pensamiento.”, escribe en otro de los poemas de “Madre”, condensando ese rumor que emerge y revela –otra vez Saer– la realidad de un hundimiento: lo ordinario cotidiano y su férrea sujeción, y los abismos que se entrevieron en la experiencia de la ingesta.
La conversión de la experiencia en palabras
“Hay momentos en los que de pronto nada de lo que nos rodea puede darse por sentado, en los que de pronto nuestra valoración de nosotros mismos, nuestras historias de vida, están en jaque. Son momentos en los que podemos caer vertiginosamente o mirar bajo una luz completamente distinta nuestro pasado, nuestro entorno y a nosotros mismos”, apunta Šteger en la entrevista que sigue, hecha a través de correo electrónico y traducida por la mencionada Florencia Ferre. Allí, el poeta esloveno se explaya sobre qué está dando “testimonio”, sobre la conversión de la sustanciosa experiencia en poemas y de cómo influencia en su propia poética; sobre los poetas en los que se referencia y su lugar en la tradición poética de su país, entre algunas otras apreciaciones.
—¿De qué sentís que estás dando “Testimonio” en este libro?
—No me gustan las mistificaciones; la poesía es el arte de la claridad, pero de una claridad compleja, nunca es tan solo la claridad en sentido lato. La política, la ley, la historia tienen que decidirse por sí o por no. La lengua poética es un intento radical de crear un lugar de apertura que no excluye sino incluye, que en el mejor de los casos, como dice Paul Celan, es al mismo tiempo sí y no. Testimonio es un libro que quiere poner en palabras una experiencia espiritual justamente de esa apertura, que me ocurrió en tres días con sus noches; la experiencia de encuentros con el mundo y con mi pasado, con mis antepasados y con la experiencia colectiva de la que soy una pequeña parte.
—¿Cuándo pensaste que esta experiencia podía ser traducible en poemas?
—El libro comienza como el compendio de algún tipo de mensaje, teoremas filosóficos o saberes, y en el curso del libro se transforma en su estructura poética. Así que Testimonio es una especie de libro de espacios intermedios entre el conocimiento y la creación poética. Comenzó como una serie de anotaciones privadas. Cuando las apuntaba no pensé jamás en publicarlas, tal vez de ahí la apertura de los textos. Pero luego de tres días tenía ante mí una unidad de sentido cerrada, un don, que cada vez más sentía que había recibido para entregar a otros. En ese sentido no me siento el autor de los textos con el significado que habitualmente damos a la palabra autor, menos aún me siento creador, sino más bien el vehículo, el baquiano sherpa de lo que se escribió.
—Decís que no sos vos sino tu mano la que escribe, ¿de dónde vendría esa inspiración o, si querés, esa energía para construir estos textos?
—La energía viene de la confrontación espiritual con uno mismo y con las estructuras del mundo que compartimos y que creemos conocer. Hay momentos en los que de pronto nada de lo que nos rodea puede darse por sentado, en los que de pronto nuestra valoración de nosotros mismos, nuestras historias de vida, están en jaque. Son momentos en los que podemos caer vertiginosamente o mirar bajo una luz completamente distinta nuestro pasado, nuestro entorno y a nosotros mismos. Testimonio habla de esa confrontación, de ese conocimiento y a la vez sobre la cuestión de cómo buscar un lenguaje que logre poner en palabras y compartir con los demás esos saberes.
Crear en la lengua una experiencia afín a la que se vivió
—Hay mucha sensualidad en este libro en el sentido de muchas reacciones emocionales, si lo ves así, ¿cómo creés que surgió?
—Hay distintos tipos de poesía; en nuestros tiempos hay mucha poesía intelectual. Pero si la poesía quiere permanecer, debe tener inteligencia emocional. A través de ella, el arte construye una comunidad más amplia; a través de ella se arroja a procesos transformadores que son inherentes a la poesía. Un buen poema es como el alimento, es como un don, como un golpe físico, y a la vez es algo que se vuelve parte de nuestra fisonomía en palabras, va con nosotros, respira con nosotros, piensa con nosotros. Lo que hemos leído, lo que hemos vivido, lo que llevamos con nosotros desde un pasado remoto cobra forma en nosotros y en determinadas constelaciones aflora como algo completamente singular.
—¿Qué creés que te dio esta experiencia en lo personal o íntimo y de qué modo puede influir en tu poética?
—Siempre está la pregunta por el acontecimiento, por su reconocimiento y su posterior integración a nuestra cotidianeidad. Claro que no es fácil, exige tiempo y atención, pero al mismo tiempo, escribir es una forma de fidelidad lingüística a determinado saber, a determinado acontecimiento de conocer. Son surgentes de donde sale nuestro poder creativo. Y cuando este poder creativo surge, hay que ser lo suficientemente fuerte como para soportar esa presión, como para que no te destruya o te arrastre a algún abismo. Hace varios años que experimento con una forma de escritura en vivo. He titulado este proyecto Escrito en el lugar. La pregunta es si habría sido capaz de soportar la presión de los mensajes de los días en que armé el libro Testimonio si no hubiera tenido la experiencia anterior del proyecto de la escritura en vivo.
—¿Cómo fue la experiencia que tuviste con los chamanes?, tan lejos de la selva, donde la solemos tener los sudamericanos
—Vivimos un tiempo de un nuevo renacimiento de los antiguos saberes, a los que se puede acceder y que están tan interrelacionados en todo el mundo como probablemente nunca antes lo habían estado en la historia de la humanidad. Desde el punto de vista de la civilización me parece muy importante y arroja cierta esperanza en la capacidad de la humanidad de no seguir por el previsible camino de su aniquilación a través de la tecnología. La actitud lúdica de mis dos chamanes logró despertar en mí un vínculo con las fuerzas de la naturaleza con la información de las plantas. Todo eso me desencadenó una reacción muy fuerte que ocurrió a través de la lengua. En las prácticas espirituales se desaconseja la articulación inmediata; la lengua siempre es más acotada que la experiencia y existe un temor fundado de que con la intención directa de nombrarla la destruyamos con una verbalización exagerada, con la razón. Sin embargo, aquí yo fui contra esas directivas, intuitivamente, poéticamente, sin racionalizar de inmediato sino para crear en la lengua una experiencia afín a la que estábamos viviendo.
—El libro tiene cuatro apartados: están el padre y la madre, los antepasados, la gracia y la gravedad, ¿cómo se dio esa condensación de los poemas en lo familiar y, luego, en esos tan singulares estados?
—La gracia y la gravedad son dos términos claves en Simone Weil. La leí hace décadas, pero en este proceso espiritual volvió a aparecérseme con una lógica particular. Igual que la historia de mis antepasados y la convicción de que en esos estados podemos crear de nuevo nuestro propio pasado a través de la aceptación y la enunciación. No como fantasía, sino más bien como algo que finalmente ya no nos gobierna con tanta fuerza como antes. La historia de cada uno de nosotros es individual, pero se vuelve interesante sólo en los momentos en que se manifiesta un puente por el que nos vinculamos con lo colectivo.
Punto de referencia y fuerza para sobrevivir
—¿En qué poetas te referenciás?, nombrame los contemporáneos que leas actualmente
—Leo mucho y apasionadamente, y hay muchísimos grandes poetas, hombres y mujeres, en el mundo. Si alguien me llega hondo, trato de traducirlo. De la poesía argentina he traducido a Olga Orozco, últimamente estoy traduciendo poemas de Borges, que entre nosotros son mucho menos conocidos que su prosa. He traducido también a Vallejo, a Neruda, a Ingeborg Bachmann, a Gottfried Benn y por supuesto a numerosos poetas vivos, más jóvenes. En el último tiempo he leído a la poeta bielorrusa Valyina Mort, al ucraniano-americano Ilya Kaminsky, al alemán Durs Grünbein, a la serbia Ana Ristović, al chileno Raúl Zurita y a muchos otros.
—¿Existe en Eslovenia lo que podría denominarse una tradición en la poesía? y si es así, ¿cómo te inscribirías vos en ese linaje?
—En general los eslovenos nos consideramos una nación de poesía; de hecho entre nosotros hay variadas tradiciones y el mundo de la poesía es muy vivo y se renueva. La poesía de Testimonio no se encuadra en las tradiciones nacionales existentes, tal vez tiene un parentesco lejano con la invocación chamánica de Dane Zajc, que por lo demás en la forma del poema van en una dirección completamente distinta. Siempre me consideré un poeta europeo, alguien que abreva en poéticas individuales muy diversas, no sólo de la poesía escrita en mi lengua. Los reinos, las dictaduras, las naciones pasan, la poesía jamás.
—En tiempos de covid-19 ¿es necesaria la poesía?
—La poesía es siempre necesaria, y en momentos como el de esta pandemia eso queda en evidencia. No sé cómo es en Argentina; en Europa hacía mucho que no se leía tanta poesía como en los últimos dos años. No tan sólo porque se la encuentra en la web y es de libre acceso. Sobre todo porque cuando el ser humano se siente amenazado, vuelve a lo esencial, busca un punto de referencia y fuerza para sobrevivir. Y todo eso es la poesía.
Eslovenia está cerca
En consonancia con la aparición de este volumen de Aleš Šteger editado en Rosario, las autoridades de la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR están en tratativas con la comunidad eslovena rosarina para incorporar el idioma esloveno, a partir de 2022, como oferta educativa de lectocomprensión y aprendizaje de la cultura y la lengua de ese país