Elisa Bearzotti
Especial para El Ciudadano
La cuarentena penetró en nuestras vidas con la fuerza arrolladora que posee la quietud, y ha logrado poner en duda muchos de los supuestos de la vida moderna. Cuando se enaltece la importancia de “estar siempre en acción”, tuvimos que parar; ante el avance constante debimos retroceder y buscar el centro de nuestras propias inquietudes; frente al consumo continuo debimos privilegiar aquello que nos resulta realmente imprescindible.
Entre todas las peculiaridades que trajo el aislamiento social se encuentra la mayor cantidad de tiempo disponible para vincularse con la familia, conviviente o dispersa, itinerante o cercana. De pronto, papás y mamás descubren nuevas y viejas maneras de acercarse a los hijos: juegos, canciones, actividades lúdicas, cocinar juntos, desenredar el ovillo siempre apretado de cualquier aprendizaje. Y también se encuentran con los retos que conlleva la crianza a tiempo completo: sostener procesos, disolver berrinches, descifrar pedidos en la “media lengua” de la niñez, contener temores infantiles.
Y en ese sentido, una de las situaciones que más desafíos propone es la educación en casa de los niños, niñas y jóvenes, quizás el más difícil, conflictivo y con más consecuencias a futuro de todos los dispositivos puestos en funcionamiento durante este período.
Leandra es la mamá de Francisco, un niño que recorre su primer grado escolar en este 2020, y que está iniciando el aprendizaje de la lectoescritura y el cálculo. “Es muy difícil apoyarlo en las tareas escolares –comenta–. Siento que los papás y mamás no tenemos las herramientas necesarias para enseñar, a pesar de que la maestra manda por mail las actividades semanales, nos indica cómo completarlas y cuando se las enviamos realiza la devolución correspondiente”. Claro que aparte de las tareas propuestas por la docente de grado, también hay que responder a las actividades de los maestros de tecnología, música, plástica, inglés y educación física, lo que supone una carga extra para todos. Las hermanas y amigas de Leandra también tienen niños de la edad de Francisco y comparten las mismas preocupaciones. “Los chicos se distraen mucho en la casa, las otras mamás me cuentan lo mismo, como no están dentro del aula les cuesta concentrarse y resulta muy estresante”, agrega.
Por otra parte, no todos los chicos gozan de espacios destinados al ejercicio de las tareas intelectuales; muchas familias argentinas ni siquiera poseen aquellos que se requieren para las actividades básicas como comer, dormir e higienizarse. Ni tampoco todos los padres ponen el mismo empeño en el desarrollo de la agenda escolar de sus hijos. Ni todos cuentan con la misma capacidad de acceso a las tecnologías digitales.
Recientemente, el Observatorio de la Deuda Social, dependiente de la Universidad Católica Argentina, presentó un informe sobre “Desigualdades sociales en tiempos de pandemia”, en el cual indica que la reconversión del sistema educativo presencial hacia instancias virtuales “acota las posibilidades de aprendizaje de casi la mitad de los niños y adolescentes del país que no tienen computadora ni acceso a banda ancha para hacer sus tareas: un 48,7% no tiene PC y un 47,1% no cuenta con wifi en su hogar. Esta proporción se eleva a 7 de cada 10 en el estrato social más bajo”. Por otra parte, asegura que “de cada 10 chicos, dos viven hacinados y una proporción similar comparte cama o colchón para dormir, haciendo sumamente dificultosa la posibilidad de contar con un espacio adecuado para realizar las actividades escolares”. El reporte finaliza diciendo que “los niños y niñas en situación de pobreza en edad escolar, en tiempos de pandemia, tienen serias dificultades para continuar con su formación, y probablemente la mayoría de ellos se encuentra en un medioambiente insalubre desde múltiples aristas, no visibles pero que se infieren como consecuencia del hacinamiento y falta de servicios públicos”.
Marisa es vicedirectora de una escuela secundaria en Alberdi y da clases como profesora de matemática en un instituto técnico en el centro, y en otro ubicado en Empalme Graneros. “Hay un menú surtido de intentos de vinculación con los chicos”, cuenta. “Los profesores arrancamos como pudimos, usando distintos soportes: Facebook, mail, Whatsapp. Finalmente, el Ministerio de Educación de la provincia habilitó Google Meet en forma gratuita para los docentes, de manera que ahora podemos armar videoconferencias con nuestros alumnos. El problema es que los chicos necesitan tener datos o wifi para poder conectarse, y no todos tienen. En las escuelas periféricas sólo responde el 30 o 40 por ciento aproximadamente; en el centro diría que hay una respuesta del 80 por ciento. En el barrio, con los más grandes hay mucho intercambio, pero disminuye a un 60 o 70 por ciento con los chicos de primer y segundo año. Es muy variado, los profes hacemos lo que podemos y los chicos se ayudan bastante entre ellos, se pasan consignas”. A instancias del Ministerio, los directivos debieron armar un protocolo con instrucciones para utilizar la plataforma y conectarse; esas orientaciones se enviaron a los preceptores y ellos las trasladaron a los alumnos. “A pesar de que los chicos son nativos digitales, son menos curiosos en algunos aspectos y no se esfuerzan demasiado por desentrañar los soportes que les aconsejamos, pero sí valoran mucho la videoconferencia, se ponen contentos de ver a sus compañeros y de compartir ese rato con ellos”, finaliza la docente.
Es indudable que, al menos en nuestro país, las aulas continúan siendo un elemento aglutinante frente a la disparidad social, económica y cultural de la población, y en este momento me cuesta imaginar cómo harán los docentes y profesores para compensar los avances de unos con las carencias de otros en el momento de reiniciar las clases presenciales. Desde el Ministerio de Educación de Santa Fe aseguran que hoy por hoy apuestan por la contención de cada uno de los integrantes del sistema educativob y que “luego se verá”.
Definitivamente, no hay modo de salir indemne de esta cuarentena. El virus ataca desde todos los flancos.