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Entender dónde estamos es saber de dónde venimos: un proyecto nacional en cuarentena

Mucho se especula sobre el mundo que dejará el Covid-19. Lo cierto es que ningún suceso único e independiente hace dar un giro a la historia, todo es parte de un proceso. El pueblo ya no puede esperar: es el momento para el Estado Empresario y empresas privadas aliadas en un mismo frente productivo

Entender dónde estamos es saber de dónde venimos

Rodolfo Pablo Treber *

Fundación Pueblos del Sur

Especial para El Ciudadano

Mucho se habla, se especula, sobre el mundo que dejará el Covid-19. Lo estrictamente cierto es que ningún suceso único e independiente hace dar un giro a la historia. Todo es parte de un proceso, una acumulación de hechos con sus respectivas causas y consecuencias. El paso del coronavirus profundizará la guerra económica en marcha entre los Estados Unidos y China, de eso no hay dudas. El objetivo compartido, lo que inclinará la balanza a favor de uno, será quién domina mayor cantidad de mercados internos ajenos para quedarse con su valor agregado: mano de obra, trabajo, riquezas.

Hoy, como ayer, los países dominados/oprimidos que entregan/pierden sus mercados internos y, por lo tanto, el trabajo para su pueblo, resultan las víctimas tempranas de esta disputa. La debilidad manifiesta de los Estados y la brutal crisis económica venidera será el marco propicio para el avance de los imperialismos sobre ellos. Asimismo, también será el contexto ideal, si existen voluntad política y líderes que la encarnen, para el levantamiento, resurgimiento, de los Estados-Nación independientes.

La pelota está en juego, y las opciones a la vista: vivir lo menos mal que se nos permita como colonia de uno de los dos imperios, o defender nuestro trabajo con un proyecto endógeno de industrialización. Liberación o dependencia, con cambios en sus formas, siguen siendo las alternativas vigentes.

Optar por la libertad, en este contexto implica decisiones políticas fuertes y capitales de inversión. Por eso tener –o no– el control de nuestro comercio exterior y alcanzar –o no– la soberanía financiera definirán cuál de las dos opciones tomamos: Patria o colonia.

En este contexto, ser indiferentes, negar y/u ocultar el conflicto en el que nos encontramos no hace que éste desaparezca, como así tampoco sus consecuencias. Sólo ratificaría el camino errante que el país ha tomado en los últimos 44 años, cargado de discusiones estériles y vaivenes políticos sin la aparición de un proyecto nacional, donde la principal víctima fue, y es, el trabajo de los argentinos.

Un breve pero preciso repaso nos lleva a recordar la dictadura militar de 1976, actuando bajo orden de los Estados Unidos, que llegó para destruir el modo argentino de producción que tanto éxito había alcanzado. Con el Estado subordinando política y económicamente a las multinacionales en los sectores estratégicos de la producción, más el desarrollo de proveedores en pequeñas y medianas empresas privadas, el funcionamiento industrial argentino constituía un eje dinámico mucho más fuerte que el del capitalismo (Multinacional-Pyme) o el comunismo (Empresa Estatal Integrada): era la tercera posición. Esto impedía que el imperio se adueñe del mercado interno argentino y sus riquezas naturales. He ahí, la causa del Golpe.

Pasados cuatro años de ajuste brutal, liberación de precios y apertura de importaciones, en 1980 la dictadura informa los primeros índices de empleo a nivel nacional. Los flamantes datos son: 2,6% de desocupación y 20% de trabajo informal. Esos 416.442 desempleados eran considerados una aberración para un pueblo que había conocido el pleno empleo años atrás (y no sabía lo que venía…).

Para la vuelta de la democracia, los desocupados llegaban a 4,6%, o sea, 784.502 trabajadores. Lejos de enfrentar el conflicto y retomar la línea industrial desde el Estado Empresario, Raúl Alfonsín aplica medidas contracíclicas y regulaciones impositivas (keynesianismo) para una mejor distribución de la riqueza. Así, paulatinamente, multinacionales y oligarquía terrateniente fueron desangrando su gobierno hasta liquidarlo con una estampida inflacionaria en el 89. Su gobierno finaliza con 7,7% de trabajadores desempleados.

Con la memoria industrial fresca, el pueblo argentino, apuesta por la promesa de Revolución Productiva de Carlos Saúl Menem. Pero, haciendo todo lo contrario a lo prometido, el gobierno menemista profundizó el proceso de destrucción industrial que había iniciado la dictadura militar. Privatización y/o cierre de las empresas del Estado, apertura de importaciones, flexibilización laboral, fueron el combo para terminar la tarea que el imperio encomendó a los militares golpistas.

Para 1999, la catástrofe liberal y la carga social que generaba la gran cantidad de desocupados (2.987.342 personas) y trabajadores en informalidad (7.854.828) fueron demasiado para la continuidad del tándem Menem-Domingo Cavallo en el gobierno. Sin embargo, las políticas económicas encontraron la continuidad perdida por los votos en De La Rúa-Cavallo. Para fines de 2001 había 4.254.668 trabajadores desocupados (19,7%) y 9.4.59.617 (43,8%) en la informalidad: generaron un estallido social.

Los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández apelaron al crecimiento del consumo interno para volver a utilizar la capacidad industrial instalada que el período menemista había dejado en desuso. Sin tocar los sectores estratégicos, se apeló a esta política de reactivación y se tomaron medidas contracíclicas a través de regulaciones impositivas.

El objetivo planteado fue alcanzado con éxito para el año 2011, con la reactivación de la economía nacional y la capacidad instalada funcionando casi al máximo de sus posibilidades; el desempleo cayó a un 7% (1.828.457 argentinos) mientras que había 2.374.620 personas cobrando planes sociales (10%) y 8.121.200 trabajadores en la informalidad (34,2%). Claro, los datos seguían siendo alarmantes, aunque sensiblemente mejores a los del 2003.

Para entonces la matriz productiva argentina, producto de su estancamiento y avance de la tecnología, daba menos puestos de trabajo que los publicados en 1980. Inexorablemente, para avanzar en la creación de empleo había que aumentar la capacidad instalada, invertir en producción, desarrollar la industria nacional… pero la política no cambió. Con una estructura económica totalmente privada (logística, aduana, comercio exterior, producción, acopio y distribución) y un poder adquisitivo en aumento, los empresarios capitalistas que nunca arriesgaron nada, nunca invirtieron en un proyecto nacional, trasladaron cada aumento salarial a precios. Deprimiendo la demanda interna para generar mayores saldos exportables y comenzando un proceso inflacionario que permanece hasta estos días. Así las cosas, los últimos cuatro años del gobierno de Cristina Fernández no mostraron variaciones en las estadísticas de empleo.

En el eterno retorno del capitalismo argentino, una vez más, vuelve el liberalismo con Mauricio Macri. Aprovechando el bajo nivel de endeudamiento y el malestar social, busca cumplir la tercera etapa del proyecto liberal post Perón: destruir la pequeña y mediana empresa.

La dictadura militar instaló el capitalismo, Menem destruyó las empresas del Estado, relegando los sectores estratégicos al extranjero, y Macri buscó destruir el último eslabón de la cadena productiva nacional, las pymes. Altas tasas de interés, apertura indiscriminada de importaciones, dólar alto… fueron demasiado. Miles de pequeñas y medianas empresas cerraron, dejando un saldo de 2.482.521 desocupados (9,7%), casi 9 millones de trabajadores informales (35%) y 3.327.090 argentinos (13%) cobrando asignaciones sociales.

En el repaso de estos 40 años, queda claro que el ataque del imperialismo, a partir de la apropiación de nuestro mercado interno, no cesó ni un segundo, mientras que el gran ausente fue y sigue siendo el proyecto nacional. Producto de esto, y de la negación u ocultamiento del conflicto, es que la masa de trabajadores en blanco, con altibajos, cayera de forma permanente de 77% a 42% y que la masa desocupada, sumando asignaciones sociales, ascendiera de 2,6% a no menos de 17%. Porque, cuando el Estado se ausenta de los sectores estratégicos de la economía, sobrevienen desocupación y productos extranjeros al mismo tiempo.

Nuestro Pueblo no puede esperar más. Es el momento para que retorne el proyecto nacional: Estado Empresario, y empresas privadas aliadas en un mismo frente productivo, sustituyendo importaciones, una vez más. Sólo debemos buscar en nuestra memoria y apelar a lo más profundo de nuestros sentimientos, para convencernos del enorme potencial a futuro que tenemos si nos resolvemos a ser libres.

(*) treberrodolfopablo@gmail.com / fundacion@pueblosdelsur.org

 

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