Puede, a simple vista, leerse como un síntoma de fortaleza la constatación de que el dispositivo K es una espacio que garantiza futuro y que, por lo tanto, es el vehículo para canalizar las candidaturas de la temporada de recambio que tiene como punto de quiebre 2015. O, con otra mirada lineal, interpretarse como un rasgo de debilidad, un sálvese quien pueda, la atomización de un sistema que estuvo en la agitada última década cruzado por un principio básico: nada se hace en el kirchnerismo sin un guiño K.
Daniel Scioli fue el primero cuando empezó a jugar a la sucesión antes de que el matrimonio K, con Néstor Kirchner en vida, contemplara dejar el poder. El bonaerense volvió a mover en 2012, al borde del precipicio, apenas cuatro meses después del inicio del segundo mandato de Cristina de Kirchner y fue presa de los mastines del ultracristinismo.
Ahora los pretendientes para heredar a la presidenta, por dentro del pankirchnerismo, ya son puñado. Además de Scioli, aparecen los gobernadores Sergio Urribarri y Juan Manuel Urtubey –algunos agregan al tucumano José Alperovich–, los ministros Jorge Capitanich y Florencio Randazzo y el presidente de la Cámara baja, Julián Domínguez.
Hubo y habrá más. La semana pasada, a modo de testeo, el diputado del Frente para la Victoria (FpV) Edgardo Depetri, de puro ADN K, postuló al ministro de Economía Axel Kicillof. El domingo, el senador Aníbal Fernández dijo que no descarta ser él mismo candidato a presidente.
Cada nombre reporta a lógicas diferentes, con esquemas de armado propio pero en un marco común: la sucesión empezó a pulsearse con un margen de libertad inédito en la galaxia K.
A Carlos Menem le brotó prematuro Eduardo Duhalde que había soñado ser candidato en 1995 y tuvo que convivir con esa sombra incómoda pero, en paralelo, retuvo la centralidad hasta avanzado el año 98 (cuando se terminó de derrumbar la fantasía de la re-reelección) sin que, casi, hubiese aspirantes.
La actual profusión de candidatos tiene planos y pliegos. Vamos por parte:
En el juego de los gobernadores, Scioli es quien suma más millaje y tiempo como candidato y se mueve con el GPS enfocado en 2015 desde hace varios años. En 2012, como parte de un malestar expreso de Cristina con el bonaerense, asomó el entrerriano Urribarri en el comando K que empezó a orbitar en torno del esquema de Unidos y Organizados, coqueteó con Gabriel Mariotto –a quien, alguna vez, Hebe de Bonafini mencionó como un posible presidenciable– como contrapeso del bonaerense. Luego, con perfil más peronista, se recortó Jorge Capitanich.
La pulseada entre esos dos gobernadores K pareció saldarse, a priori, cuando el chaqueño fue designado jefe de Gabinete, cargo al que aspiraba Urribarri. En clave K, esto se leyó no sólo como una delegación de mando a Capitanich sino también como una bendición anticipada de Cristina a Coqui como su candidato para 2015.
Hay una lógica puntual: Capitanich para ser postulante por el FpV necesita que al gobierno le vaya bien y Cristina, para retener centralidad política y a la vez incidir en quién será su sucesor, necesita terminar bien su segundo mandato. Esos intereses concordantes fueron, según el razonamiento K, la traducción de la elección de Capitanich como administrador y potencial heredero. Algunos tropiezos del chaqueño al principio de su gestión instalaron otra interpretación, según la cual Cristina sale de escena para preservarse, delega en un tercero-fusible que absorberá los costos y luego, más adelante, podría recurrir a otra figura para promover como su sucesor predilecto. Son las dos hipótesis sobre las preferencias de Cristina: la primera favorece a Capitanich, la segunda a Urribarri.
Capitanich confía –y así lo deslizó– que el club de gobernadores le dará el respaldo a él en un eventual duelo con Scioli. El chaqueño apuesta a la bicentenaria disputa interior-Buenos Aires para que los demás caciquejos del PJ lo prefieran antes que al bonaerense. De todos modos, es difícil suponer que la liga de gobernadores del PJ vaya a jugar totalmente unida. Hay mandatarios como Francisco “Paco” Pérez o Luis Beder Herrera que han dado señales de sintonía explícita con Scioli aunque eso, claro, nunca es definitivo. No al menos por ahora. Está además la pretensión de Urtubey, que siempre apuesta a que la sociedad demande una figura nueva, casi un 2001 sin estallido ni crisis, en la que se reclame la aparición de un dirigente joven para otro recambio. En algún punto, Urtubey aparece emparentado en esa cuestión con Massa, aunque el tigrense le lleva varios cuerpos en el conocimiento y la instalación. Eso puede ser bueno en estos momentos, pero no tanto en el futuro.
Scioli, Capitanich y Urtubey, además de Urribarri, juegan en el ajedrez del panperonismo, pero cada uno pretende sumar jugadores extra. El bonaerense es quien más se mueve para meter extrakirchneristas en el póker K: habla con José Manuel de la Sota, con Roberto Lavagna, Hugo Moyano y con Mario Das Neves, entre otros, para acrecentar el universo de actores y de volumen político. Capitanich opera en el universo de lo cercano y Urribarri quiere crecer sobre la base de un mix que anude peronismo clásico con porciones de ultrakirchnerismo, una figura que le dio protagonismo en 2013 que fue la de ser el gobernador peronista más K. Cristina, en algún acto –lo hizo en el mensaje ante el Congreso en 2012– le dedicó un párrafo. “Mi amigo el Pato», lo llamó para la felicidad del entrerriano mientras, en otro tramo, castigaba sin nombrarlo a Scioli.
En los bordes del peronismo K aparece otro bloque: el de la “militancia” K, espacio que alguna vez Kirchner habilitó a construir como un tercera opción entre el PJ convencional y el ala sindical que, por entonces, encarnaba Hugo Moyano. Ese continente político, híper-K, supo canalizarse en formatos como el grupo Michelángelo o Compromiso K, más tarde se ordenó con cierta organicidad en la Corriente de la Militancia y desde 2012 se alineó, con fórceps, en Unidos y Organizados (UyO), sello que ahora está perforado por la crisis interna y externa de La Cámpora. Así y todo, ese espacio fantasea con tener un candidato aunque no necesariamente eso implique que sea el uno de la fórmula. Cuando Depetri –uno de los dirigentes a los que Kirchner encomendó armar la Corriente de la Militancia como la tercera pata K– habló de Kicillof,en realidad dijo que ese núcleo quiere tener un postulante propio que no necesariamente será Kicillof, sino que en realidad podría redefinirse como “un Kicillof” y supone decir, además, que quizá las Paso del FpV en 2015 tengan tres candidatos: dos gobernadores (teóricamente Scioli y Capitanich o Urribarri) y quizá un dirigente del colectivo ultra-K.
Aunque dialoga y cohabita con el peronismo clásico, el sector híper-K no parece contenido con opciones: ninguna de las de gobernadores ni tampoco las de Randazzo o Julián Domínguez –que está, en paralelo, en carrera por la gobernación– ni siquiera seducido por una oferta como la de Aníbal Fernández que, en rigor, dijo que “no descarta” porque no es de buen político descartar, alguna vez, alguna candidatura a algo (regla que excede al quilmeño). En el contingente ultra-K prima un concepto general que suele repetir Agustín Rossi respecto de que el mandato de Cristina vence en 2015, pero su liderazgo no, por lo cual tendrá un rol central no sólo en la construcción de la sucesión sino, incluso, después de ésta.