La escritura y el jazz tienen mucho en común; la escritura literaria sobre todo, fundamentalmente por ese desafío de encontrar una huella, un sendero para transitar en ese blanco que aparece en la pantalla (antes era la hoja) para el escriba y en la primera nota de un instrumento que luego se encabalgará a otras para ir hacia algún lado, hacia algún sitio donde brille la emoción, para el músico.
En ambas prima la búsqueda de un sentimiento, sentir y hacer sentir, hacer lugar a las cosas vividas, a eso que está disuelto en el que crea y expresa desde su tradición, sus influencias y su capacidad de innovación.
El jazz también es poesía, qué duda cabe, con sus melodías resplandecientes y melancólicas, reflexivas y pasionales y de eso se trata la mejor literatura, la que sacude con su elocuencia lírica. ¿Y qué pasa cuando se trata de textos sobre jazz, sobre sus ejecutores, sus vidas y –por demás de justificado el término– variaciones, sus derroteros; esas fotos hechas de palabras construyendo un perfil que podrá estar más o menos acabado pero que finalmente hilvana una figura perfectamente reconocible o imaginada detrás componiendo una escena, un momento, un peregrinaje?
Algo de todo esto está cifrado –vibrando iría mejor– en los textos que componen Gente con swing II, una segunda parte de un libro homónimo compilado por el periodista, escritor y productor discográfico rosarino Horacio Vargas, aparecido recientemente en estos tiempos excepcionales.
Compuesto por treinta y dos textos divididos en cuatro partes y dos bonus tracks escritos por periodistas, periodistas especializados, un músico y una compositora, y escritores diversos que van desde los poetas Mario Trejo y Paco Urondo hasta Jack Kerouac, Boris Vian y, cuándo no, Julio Cortázar, entre otros, Gente con swing II propone una atrapante vuelta a partes del mundo del jazz y a algunos autores en narraciones y entrevistas que se detienen en momentos precisos, inspirados por hechos y fabulosos discos que el mito o la propia creencia han llenado de asociaciones y enigmas.
Textos con swing
En el prólogo el compilador menciona a Cortázar: “…decía Julio Cortázar, tantas veces citado para hablar de jazz: la escritura que no tiene un ritmo sintáctico, una puntuación, carece de swing. Lo fundamental es el ritmo preciso y sólido”.
Y también al español Manuel Vicent cuando apunta: “…El swing no es solo un estilo de jazz o una forma precisa de manejar el palo de golf, sino un don del alma, cuya gracia no se adquiere a ningún precio. Se tiene o no se tiene”.
Y en verdad, Vargas, como compilador o –sería mejor– rastreador, “…acaso un arqueólogo (musical)… de textos sobre jazz escritos en español”, como él mismo se denomina, logra en esta selección un ritmo equilibrado y tentacular donde no sólo se disfrutan los textos sino que sin demora y demorando el relato que sigue, se va en busca del disco o de alguno de los discos visitados para escuchar lo que se cuenta, para escuchar su swing.
Variaciones sobre músicos y escenas
En “Variaciones sobre el bebop”, el escritor uruguayo Carlos María Domínguez describe una secuencia donde queda claro la afinidad de la literatura con el jazz y se afana en reconocer en la música de ciertos autores lo que Ricardo Piglia dijo de un buen relato: que cuenta al mismo tiempo dos cosas, y cómo tal cuestión desemboca en el fraseo y su importancia en ambas prácticas.
Lo que identifica a un músico o a un escritor –dice Domínguez– es justamente su modo de decir más allá de lo que toque o cuente, todo a partir de una prosa precisa de gran vuelo; el crítico y ensayista local Alberto Giordano recrea su iniciación en el jazz con perspicacia de buen melómano en una trama de recuerdos musicales y sentimentales; Pablo Bagnato crea una inquietante atmósfera de relato negro con mucho de ensueño nocturno en “Según pasa el tiempo”; mucho del tono de Onetti hay en “Michel Petrucciani dentro de una camisa blanca”, sobre el increíble pianista francés.
Bellísimos son los textos y poemas cortos surgidos de –además de algunos de los nombrados más arriba– las enormes plumas de Raúl Gustavo Aguirre, Raúl González Tuñón o el entrañable Daniel Salzano, quienes dan pinceladas de imaginativa lengua común para traducir la experiencia contagiosa del jazz.
En “La invención del maestro Evans”, el experto Federico Monjeau despliega jugosas apreciaciones del fulgurante pianista acerca del devenir del jazz.
Podría decirse que Evans es el músico que aquí y allá atraviesa buena parte de estos textos y es glorificado –se lo merece, claro– como reconoce un gran pianista argentino, Adrián Iaies “A Evans lo escuché por primera vez a los 14 años, en la casa de Manolo Juárez…Fue inmediato el flash: lo oí y me caí de culo”.
Y en esta línea, en el estilo de una eficaz crónica periodística, Joaquín Sánchez Mariño cuenta la increíble e ignorada visita de Bill Evans, ya “amo y señor de los mejores escenarios del mundo” a ¡San Nicolás! en 1979 para un concierto programado por su sello Warner porque “había una petrolera americana cerca”.
El texto narra el recorrido que hizo su autor para dar con quién llevó al pianista en auto desde Buenos Aires para tocar en un teatro que “…no estaba ni cerca de estar lleno”, como cuenta el ayudante de un reconocido productor de la época que lo trajo a Argentina y que fue quien lo trasladó.
Entrevistas, notas personales
Como otra curiosidad, el periodista y escritor Horacio Verbitsky desanda las cualidades de algunos músicos, sobre todo del cantante Tony Bennett, e invita con variadas referencias a modo de apuntes a internarse por un universo vital de la mano de algunos placeres musicales vividos; el lado jazzístico del Flaco Spinetta suena de la mano de Fernando Ríos en “Queremos tanto a Luis”, donde repasa con atenta data la ascendencia del género sobre el pope del rock nacional y la tremenda influencia que ese rumbo tiene hoy sobre jóvenes músicos.
Del periodista musical Claudio Kleiman puede leerse una muy sesuda entrevista al guitarrista Joe Pass, un venerado por sus colegas de las seis cuerdas, hecha en Buenos Aires un año antes de su muerte, en la que el músico “…dejó correr libremente recuerdos sobre su vida y su carrera de más de cincuenta años como guitarrista”; en tren de reportajes están luego la que el también especializado Mariano del Mazo le hace a Dino Saluzzi; la conversa que la compositora y docente Marta Lambertini sostiene con el gran Gerardo Gandini acerca del jazz y el rock en su obra; la diáfana entrevista de Raquel Roberti al todoterreno Luis Salinas, donde el “gordo” manifiesta el inclaudicable amor por su instrumento, “Si tengo una cita y agarro la guitarra, llego tarde seguro…”, confiesa Luis; la que le hace el periodista rosarino Leandro Arteaga al entusiasta y dúctil pianista Ernesto Jodos a propósito de La mirada detenida, su último disco editado hasta la fecha, donde reconoce el poder de las imágenes sobre sus composiciones –consume mucha poesía y cine, admite– y cuando toca.
Los bonus track son sencillamente dos magníficos testimonios o pequeñas notas personales en los que anida la ligazón de sus autores con el jazz; en efecto, en “Duke Ellington en París”, de Boris Vian y “La vuelta al piano de Thelonius Monk”, de Cortázar, con equilibradas dosis de agudeza y ternura, ambos autores tocan, podría decirse, el corazón de la nota rescatando momentos donde la luz dorada de esos músicos se posa, deslumbrante, sobre su escritura. Y tal como lo narran, surge con todo el swing.