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Entre la soja y la pobreza

Por: Carlos Duclos

Nada en el universo sucede por casualidad, y el principio básico y fundamental que sostiene que a cada acción corresponde una reacción, con la misma fuerza –pero en sentido contrario–, se cumple inexorablemente más tarde o más temprano. Y esta suerte de prefacio viene a cuento pues en tanto transcurre el tiempo y aumentan las víctimas fatales como consecuencia de las avalanchas de lodo provocadas por el temporal que azotó a Río de Janeiro, crece también la sensación en el país vecino, y en buena parte del mundo, de que en realidad se está en presencia más que de un desastre natural de un crimen social.

Las más de 700 personas muertas, cifra que podría aumentar significativamente habida cuenta de los 300 desaparecidos, han movilizado a no pocos observadores a meditar sobre las causas de este drama. Por un lado, se enfatiza en el hecho de que la humanidad, en todas partes, está pagando las consecuencias de una violencia irresponsable cometida contra el ecosistema. Por caso, debe indicarse el cuestionable desmonte en buena parte del Amazonas (que debería declararse verdadero patrimonio de la humanidad) con el propósito de ganar terreno para cultivos, especialmente de soja. Sólo en un año, período 2004-2005, se desmontaron en el Amazonas 1.200.000 hectáreas. Pero entre febrero y abril de 2009, alrededor de 200 Km2 de selva se perdieron.

Para que se tenga una idea de lo que esta indiscriminada deforestación significa, es necesario reflexionar sobre las palabras del científico Timothy Killeen quien expresó hace algún tiempo que “hoy en día la Amazonia es un sumidero neto de carbono y la cantidad que se capta es igual que el dióxido de carbono que se emite por la deforestación, lo que puede transformar la región de un sumidero a un emisor”, expresó. Esto implica que el arrollador proceso de deforestación del Amazonas provocará el doble de emisión de dióxido de carbono. Se multiplicará el efecto invernadero con sus drásticas consecuencias. Respecto de los ataques permanentes contra el medio ambiente impulsados por una razón económica, cabe mencionar que si bien se trata de un negocio rentable para una minoría, implica en el presente –y se redoblará en el futuro– una pésima jugada económica para la humanidad. Pero el desastre en Brasil también parece tener otra causa: el permitir las construcción de miles de viviendas en zonas riesgosas, caracterizadas por elevaciones, además de la tala de árboles de modo de ganar espacios para la construcción, ha ablandado el suelo privado de raíces, lo que en ocasiones de gran cantidad de precipitaciones y terrenos en desnivel provoca aludes, avalanchas, riadas. Éstas han sido las causas, según expertos, del drama que enluta a la potencia sudamericana. La cuestión, en este caso en Brasil, termina acicalando otra presencia ya aceptada por la misma presidenta Dilma Roussef: la crisis social. La sucesora de Lula ha sostenido, hace pocas horas, al recorrer la zona de desastre, que “cualquiera que gane menos de tres salarios mínimos no cuenta con los recursos para comprar una casa en un lugar seguro”. Entre la soja y la pobreza se deslizó un verdadero alud que terminó con vidas y sueños en Brasil, pero los seres de otras partes del mundo también pagan –y seguirán pagando– por la ambición desmedida de ciertos hombres que golpea duramente a la naturaleza, y por la injusticia a la hora del reparto en el escenario económico.

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