La ficción le gana al vivo en televisión. Este enunciado no dice nada más que generalizar lo que puntualmente sería que el ambiente televisivo, con su continua autorreferencialidad, está shockeado por los tres puntos de diferencia del rating de Graduados contra el de ShowMacht.
Aquí no intentaremos discutir la medición última del rating, pero sí a través de éste, pondremos en tensión dos lenguajes: uno, el grabado televisivo, cerca de su presunta desaparición, y el otro, el directo, casi comprobando que en cuestiones mediáticas sí existe la reencarnación.
Esto hay que decirlo. Algo subyace cada vez que prendemos la tele. Hay una sensación que nos cuesta nombrar y que nos invita a pensar que algo está terminando o, al menos, está cambiando demasiado. Eso que nos cuesta tanto nombrar es la sospecha de que la TV, tal cual la conocemos, está cerca de su fin. Por lo menos, en el ámbito académico se están esbozando algunas respuestas a la pregunta ¿llegó el fin de la televisión? Aquí intentaremos recuperar algunas de esas perspectivas.
En primer lugar, la metáfora de la extinción. Según la ecología de medios –cuyo representante más destacado es el canadiense Marshall McLuhan–, el medio ambiente mediático tiene un funcionamiento similar a nuestro medio ambiente natural: en él conviven especies diversas, relacionadas mutuamente en un nivel de instancias jerárquicas de distinción, dominación, subordinación y transformación. Este último indicador expresa la intervención de la variable evolutiva. Hay especies que se desarrollan y evolucionan y otras que, finalmente, van pereciendo: dentro de la ecología de medios, el telégrafo ha sido superado por su sucesor el teléfono, este último evolucionado hasta los móviles más complejos: Smartphones, I Phones, BlackBerrys.
Pero un medio, más allá de su composición como herramienta tecnológica, implica una construcción de sus prácticas sociales y la configuración compleja de sus colectivos. En este sentido, hay especies que conviven en serenidad y hasta de forma complementaria. Es sabido que la TV nacía en torno al Star-System de la radio y ésta, a su vez, heredó la composición miscelánea de la prensa escrita para organizar sus contenidos.
Por lo tanto, es difícil pensar en la extinción definitiva de la TV, aunque lo cierto es que ya no es la misma que hace algunos años y sus hijos directos, los “televidentes”, se van transformando con ella. Hoy no vemos a la familia entera reunida, a una hora determinada, para ver la novela, ni abundan esos momentos donde el acontecimiento era, justamente, juntarse a ver televisión. Hoy la tele es más un lugar de paso, una instancia compartida con otros medios. Atrás queda la metáfora de la “caja boba” o esa novedad infinita del “efecto de realidad” que alucinó a las audiencias del siglo XX.
El investigador argentino Mario Carlón va a plantear que la televisión tiene dos lenguajes: el directo, que es el de la toma directa y constituye “el núcleo de lo televisivo” y el grabado, que lo hereda del cine, surgido a mediados de la década del 50.
De estos dos lenguajes, el primero va a sobrevivir, en tanto será la constante novedad de lo televisivo y el segundo, en cambio, va a perecer, liquidando también a la grilla de programación.
Hoy reconocemos que el universo comunicacional está creciendo en complejidad. Ya no hablamos de medios, sino de metamedios, al pensar en los teléfonos inteligentes, los Smart TV, las tablets y el archivo colaborativo que permite el reservorio constante de TV grabada que es internet. Seguimos series on line, descargamos películas y vemos los goles de la fecha en los portales deportivos. El grabado parece estar condenado a su desaparición o por lo menos está siendo desterrado de su soporte tradicional. El directo, en cambio, sigue constituyendo grandes audiencias. Por eso la baja del rating de Tinelli es noticia, porque justamente el punto de inflexión del programa tiene que ver con reconstruir la escena del vivo televisivo –aunque muchos programas sean grabados– y en esa fórmula se está apelando a la esencia de la TV: la posibilidad de que seamos testigos de los acontecimientos de una época en el mismo momento en que están transcurriendo.
Esta nueva conformación del ecosistema plantea también la reconfiguración del propio medio y del proceso de comunicación.
Siguiendo el clásico texto de Stuart Hall “Encoding, Decoding”, en este proceso intervienen puntualmente las estructuras institucionales de broadcasting, sus relaciones organizadas e infraestructuras técnicas.
A su vez, estas relaciones institucionales y sociales de producción deben pasar por las reglas discursivas del lenguaje.
Este lenguaje está enmarcado en la iconicidad, es decir, donde el signo conserva algo del referente.
La ruptura que implica la mediatización actual, no sólo va a transformar las prácticas delante de la TV, sino las estructuras institucionales que hay detrás del sistema de medios.
El reservorio colaborativo de YouTube es una muestra impactante de esta redefinición de lo televisivo. Las crecientes inversiones del Estado nacional para la transmisión directa de grandes acontecimientos deportivos, caso Fútbol para Todos o Automovilismo para Todos, también lo son.