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Érase una vez en Hollywood: relato recargado por dentro de la industria

Oda a cierta trastienda del cine norteamericano –y las series televisivas– de los 60, la película de Tarantino propone un juego intenso y colorido de imágenes pop sin preocuparse demasiado por justificarlas argumentalmente

Nominada a cuatro Oscar, Érase una vez en Hollywood, la última película de Quentin Tarantino vuelve a poner sobre la mesa (la pantalla) los recursos de estilo que a esta altura les son propios y que terminaron constituyéndose en una marca registrada que primero produjo adeptos y luego fanáticos.

El desde hace un par de años insigne Tarantino, en quien no pocos todavía ven una faceta creativa intacta porque sus productos siguen siendo imaginativos a diferencia de la mayoría de los que salen de los grandes estudios que, cuando mucho, logran repetirse con alguna solvencia, se mete de lleno en una época que venera, los años 60; pero no en cualquier lugar sino…en Hollywood!, donde el contexto son marquesinas, promociones de films de esa era, afiches, cines, halls, los maravillosos autos de época y las maravillosas chicas de minifalda y que las mismas películas estilizaban hasta la eternidad.

También, claro, hay rodajes, variopintos, de films y de series, la mayoría afincados en el western, y mucha conversación que los describe, con sus detalles, sus momentos álgidos y sus fracasos.

Érase… transcurre en 1969, un año fatídico para Hollywood y su comunidad y el año en que el hipismo es más cuestionado, sobre todo por su resistencia pacífica a la guerra de Vietnam. La masacre perpetrada por el Clan Manson sellaría con sangre la entrada a una nueva década y todo el universo del cine tembló por unos meses.

Tarantino se apoya en el trampolín de los asesinatos de la actriz Sharon Tate –esposa de Roman Polanski– y sus amigos pero lanza su relato hacia otro costado; es decir hacia lo que le permite la ficción: nada va a ser cómo fue en la realidad pero el planteo inicial hace pensar otra cosa durante su mayor parte.

A punto de estallar

La estrella de una serie western llamada La ley de la recompensa Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) entra en un bajón porque han levantado el programa que lo hizo conocido. Tiene pegado a su amigo Cliff Booth (Brad Pitt), especie de guardaespaldas y doble de riesgo, todo a igual precio, quien intentará levantar su ánimo sin resultado. Un productor le sugiere a Dalton que viaje a Italia y pruebe con los westerns spaghetti, que están atravesando su era dorada y aunque la propuesta no termine de convencerlo, allá irá. Por allí cerca, rondando, andan algunos miembros de la Familia Manson, sobre todo una bonita chica que intenta seducir a Booth y lo lleva a unos estudios ya desusados donde se huele cierta locura a punto de estallar.

Curiosidades

Es en esta línea expositiva donde la representación de hechos posiblemente reales, o de actores y músicos de esa época –el desfile va desde el todo terreno Steve McQueen, hasta la encantadora Michelle Philips (cantante de The Mamas & the Papas), el Kato de El avispón verde en la piel de un Bruce Lee tan jocoso como fanfarrón o la oronda mujer con una de las voces más rítmicas, Mama Cass, también de la banda que hizo famosa la canción “California somnolienta”– se suceden sin pausa pero no conducen a ningún lugar, donde Érase… se deja ver como un rosario de curiosidades que los amantes de ese universo agradecerán (incluido este cronista que disfrutó reconociendo cada uno de los fragmentos de las series verdaderas que Tarantino grabó).

Se dirá que Erase… se hace fuerte, en cuanto a la deriva de un personaje, en Dalton, pero su trasiego no va más allá de andar penando porque siente que su ascenso a la fama fue cercenado de un certero ninguneo. La acción pura quedará reservada justamente para el “doble de acción” que desparrama sangre por todos los ángulos de la pantalla –violencia estilo Quentin– ayudado por su pitbull.

Culto al cine

Y así, y teniendo en cuenta la rutilante fotografía y un dechado de travellings, a cual más dinámico, debidos a Robert Richardson, DF fetiche de Tarantino, a Erase… hay que verla como un fresco donde el cine busca meterse –físicamente podría decirse– dentro del cine y desde allí sacar imágenes como desde una caja de Pandora; imágenes que remiten a otras que sólo es posible relacionar con el cine y en todo caso las series, sin desvirtuar ni un fotograma en un film que se pretende como un culto de una época del cine pero a la vez es culto de sí mismo y no se mueve de allí.

Ilustrativa es la secuencia donde Sharon Tate (la increíble Margot Robbie) entra una tarde a un cine de Los Ángeles a ver una película donde actúa la verdadera Sharon Tate y ella se pone cada vez más en espectador común (pone sus pies sucios sobre la butaca de adelante) y se solaza con los comentarios de los otros espectadores que ríen y festejan alguna escena. Eso, para Tarantino, podía ser una de las partes que más le gusta de Hollywood.

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