El lanzamiento por parte de Francis Fukuyama de la sentencia sobre el fin de la historia, así como ciertos mensajes acerca del “no futuro”, son rasgos de época que aparecieron en simultáneo con la instauración del neoliberalismo como etapa del capitalismo tardío.
La parición de estos mensajes no es casual, surgieron a partir de la década de los años 80, en el pasado siglo XX. En plena implementación de mecanismos de ingeniería social y aplicación de políticas sociales y económicas regresivas destinadas a desestructurar los vínculos societales solidarios y destruir la trama de solidaridades sociales que podía poner en jaque al sistema capitalista.
Se pusieron en marcha a nivel global, una serie de dispositivos de desregulación, flexibilización y precarización laboral, asediando con métodos represivos, quebrando las organizaciones gremiales de trabajadores o bien cooptándolas para que cumplieran desembozadamente el rol de disciplinadores.
En efecto, como señala el filósofo Jacques Ranciére, estos mensajes tienden a instalar el escepticismo, el desencanto, el desánimo y la apatía, generando una sensación de fracaso colectivo, cuando de lo que en realidad se trata es del declive de sistemas perimidos y excluyentes de las mayorías y la entronización paroxística del libre mercado oligopólico.
Estos postulados no son nuevos, sino la enunciación maquillada del rancio discurso reaccionario y ultraconservador que aparece con los portavoces que denostaban la Revolución Francesa y que con el paso de los años y los siglos va ocultándose bajo diversas máscaras y ropajes. Aunque sus fundamentos son siempre los mismos el sometimiento de las poblaciones a maquinarias de dominación estatal y paraestatal, para garantizar el privilegio de las elites gobernantes y de sus ideólogos y ejecutores.
Además, la implosión en los años 90 del bloque oriental que encabezaba la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), la caída del capitalismo de Estado dejó el campo fértil para el tránsito de la “Guerra Fría” y la “coexistencia pacífica” de las superpotencias mundiales a la unipolaridad del bloque hegemonizado por Estados Unidos de Norteamérica, la Unión Europea y Japón.
Bloch y el Principio Esperanza
Ernst Bloch fue un filósofo alemán que nació el 8 de julio de 1885 en Ludwigshafen am Rhein y murió el 4 de agosto de 1977 en Tubinga. Como se señala en un esbozo biográfico: “Bloch es el filósofo de las utopías concretas, de las ensoñaciones, de las esperanzas. En el centro de su pensamiento se yergue el hombre que se concibe a sí mismo. La conciencia del hombre no solamente es el producto de su ser, sino que, más aún, está dotada de un «excedente». Este “excedente” halla su expresión en las utopías sociales y económicas, en el arte gráfico, en la música como expresión humana. Bloch, ve en el socialismo libertario el instrumento para trasladar este “excedente” a los hechos concretos. Autor de libros como: Tesis Disquisiciones críticas sobre Rickert y el problema de la epistemología (1909), Espíritu (1918) Thomas Münzer como teólogo de la revolución (1921), Vestigios (1930), Herencia de esta época (1935), El principio (1938-1947) Esperanza, Sujeto-objeto (1949), Christian Thomasius, Avicena y la izquierda aristotélica, Vestigios (1959), Derecho Natural y Dignidad Humana (1961).
Obra
La vasta obra de Ernst Bloch es una exhaustiva indagación de cuestiones filosóficas, históricas sociológicas y políticas que incita a la acción mancomunada de los oprimidos, la práctica de la solidaridad social aun en tiempos sombríos. La atenta lectura de estos escritos brinda como decía Michel Foucault una “caja de herramientas” para la comprensión de la sociedad y su transformación.
Desafíos para nuestro tiempo
Uno de los principales sustentos de los sistemas de dominación, opresión y explotación es la actitud resignada de los que padecen.
A las estructuras materiales en que se fundan las desigualdades económicas y sociales, corresponde añadir una serie de factores culturales que resultan funcionales para cimentar y perpetuar los privilegios de las minorías. Estos privilegios persisten más allá de las superficiales mutaciones formales que generan la ilusión de una amplia participación colectiva. Los mecanismos y dispositivos de la dominación son múltiples, algunos explícitos como la coacción física y otros más sutiles como la persuasión publicitaria de mercancías, siempre superfluas, que en realidad es mucho más que eso, es propaganda de estilos de vida impuestos por las elites a las mayorías.
Como dice Ranciére: “El retorno del capitalismo salvaje y de la vieja asistencia a los excluidos vuelve a poner a la orden del día el esfuerzo de aquellos que se comprometieron a romper el círculo, su experiencia de la división del tiempo y del pensamiento. Pero asimismo, frente al nihilismo de la sabiduría oficial, hay nuevamente que instruirse en la sabiduría más sutil de quienes no tenían el pensamiento como profesión y que no obstante, desordenando el ciclo del día y de la noche, nos han enseñado a volver a poner en cuestión la evidencia de las relaciones entre las palabras y las cosas, el antes y el después, el consenso y el rechazo”.
En efecto, nuestra tarea es multiplicar los espacios de resistencia cultural, los debates colectivos, las reflexiones que se orienten y plasmen en acciones solidarias.
Como afirmaba el luchador social anarquista Juvenal Fernández buscando avizorar un futuro diferente, surgido de nuestra acción concreta, sin esperar el quimérico porvenir que nunca llega.