Por Fernando Varea / Especial para El Ciudadano
La coproducción mexicano-española La jaula de oro, del español Diego Quemada-Diez, ganó el Astor de Oro a la mejor película y el premio del público de la Competencia Internacional del 28º Festival de Cine de Mar del Plata.
Asistente de cámara de Ken Loach y operador de Fernando Meirelles, Oliver Stone y Alejandro González Iñárritu, entre otros realizadores, Quemada-Diez sigue a tres adolescentes de los barrios bajos de Guatemala que viajan a Estados Unidos en busca de un futuro mejor, pero al igual que miles de inmigrantes sufren una experiencia traumática.
Filmada durante ocho años, esta película sobre el contexto general de la inmigración ilegal en los Estados Unidos, y sobre el sufrimiento de los que intentan traspasar sus fronteras, obtuvo además los premios a la mejor película que entregan la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina, la Asociación de Directores de Fotografía (ADF) y Signis.
El premio mayor del festival fue entregado al productor del film (el director no pudo viajar a Mar del Plata) por el vicepresidente de la Nación, Amado Boudou, quien estuvo acompañado por la presidenta del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa), Liliana Mazure, y compartió con el público los saludos enviados especialmente por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Del acto tomaron parte dos de los invitados estrella de esta edición, el estadounidense John Landis y el coreano Bong Joon-Ho. Aunque el cine argentino aportó dos títulos a la competencia internacional y otros cuatro en el apartado latinoamericano, no pudo hacer pesar su localía y no obtuvo ningún lauro.
El Astor de Plata al mejor director y el Astor de plata al mejor guión fueron para la venezolana Mariana Rondón por Pelo Malo, que sigue los pasos de Junior, un niño de nueve años que tiene una obsesión: alisarse el pelo, aplastar esa melena ensortijada, en un contexto de hostilidad y crisis social.
El Astor de Plata a mejor actriz fue para la española Marian Álvarez por su papel en La Herida; el Astor de Plata a mejor actor fue para Vincent Macaigne por su actuación en La Bataille de Solférino, y el Astor de Plata-Premio Especial del Jurado fue para Little Feet, de Alexandre Rockwell.
La panorámica
Afortunadamente menguados ya los riesgos de indefinición y frivolidad que lo sobrevuelan prácticamente desde su resurrección en 1996, el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata demostró este año –en el que a José Martínez Suárez como director se le sumó Fernando Spiner como productor general– ser un espacio de regocijo cinéfilo y divulgación de provechoso material audiovisual vivo, estimulante, mejorable pero definitivamente deseable. Que Bong Joon-ho, Pierre Etaix y John Landis hayan sido los invitados extranjeros que generaban más expectativa, miradas de los curiosos y pedidos de autógrafos, habla de la saludable idea del cine alentada desde las autoridades y programadores con la aprobación del público, más allá de que la charla abierta de Ricardo Darín haya sido, probablemente, el evento más concurrido.
Los autores
Una de las satisfacciones que brindó el festival fue poder apreciar Los rojos y los blancos, Los desesperados y otras películas de Micklós Jancsó en 35 mm. No sólo por el virtuosismo nunca gratuito y la sabia combinación de furor dramático y rigor en la puesta en escena que caracterizan la obra del gran director húngaro, sino por la posibilidad de ver cine en esas condiciones, lamentablemente en extinción.
La sección Autores incluyó, entre otros, a un Jia Zhangke impecable pero extrañamente cercano al universo de la violencia y las artes marciales (Un toque de pecado) y a una Claire Denis que con Los bastardos cosechó comentarios dispares, incómodos, casi el reverso de la amabilidad despertada por Ettore Scola con su ¡Qué extraño llamarse Federico!, sobre su amigo Fellini. También fue programada en este apartado El desconocido del lago, del francés Alain Guiraudie, sobre homosexuales solitarios que se encuentran azarosamente en una plácida playa aislada en la que, sorpresivamente, uno de ellos demuestra ser un sigiloso asesino.
En la competencia internacional, en la que predominaban realizadores noveles, hubo títulos interesantes. La alemana El extraño gatito, del joven suizo Ramon Zürcher, juega con las posibilidades absurdas y hasta fantásticas que pueden desprenderse de meros actos cotidianos durante el quehacer diario en una casa, con algo de la capacidad de Lucrecia Martel para enrarecer lo trivial. Día brillante, de Hossein Shahabi, en torno al esforzado peregrinaje de una maestra jardinera y un remisero en busca de testigos que pueden evitar una condena, es otra notable muestra del cine iraní para entrecruzar visiones distintas sobre un hecho que puede ser real, exagerado, cambiado o manipulado, según quien sea el que lo cuenta y cuáles los motivos que lo impulsan.
Los estadounidenses Joe Swanberg y Alexander Rockwell aportaron frescura cassavetiana –no exenta de algunos convencionalismos del cine indie– con Compañeros de juerga y Pies pequeños, la primera un relato sobre los rodeos sentimentales de dos jóvenes parejas que beben y viven bastante despreocupadamente, y la otra una road movie casi toda en blanco y negro con las digresiones y la gracia que le imponen su trío de pequeños protagonistas.
La griega The eternal return of Antonis Paraskevas (Elina Psykou), por ejemplo, resultó algo contradictoria al seguir las alternativas de un conductor televisivo que se recluye en un gigantesco hotel para simular un secuestro y mejorar el rating. La película española y las latinoamericanas de la competencia internacional, en cambio, no se apartaron demasiado de lo que (al menos, en los circuitos internacionales) se espera de ellas. En La herida, la cámara de Fernando Franco no se aparta ni un momento de su actriz (la bella Marian Álvarez) para retratar a una médica víctima de un trastorno nervioso que la lleva a consumir drogas y angustiarse sin salida, dando como resultado uno de esos films realistas sobre problemáticas de interés social tan habituales en el cine español. La chilena Las analfabetas (Moisés Sepúlveda), que fue exhibida en la ceremonia de apertura, al margen del buen desempeño de sus actrices deja demasiado en evidencia su origen teatral con la remanida idea de confrontar a dos personajes diferentes. La boliviana Yvy Marley–Tierra sin mal (Juan Carlos Valdivia) es más ambiciosa; la venezolana Pelo malo, (Mariana Rondón), que ganó como mejor guión, tiene pequeños actores simpáticos y algo de humor (incluyendo ligeras ironías sobre el gobierno de Chávez), y la mexicana ganadora del premio principal La jaula de oro tiene una solidez narrativa y técnica a toda prueba, pero, en los tres casos, el regodeo con injusticias y miserias termina siendo discutible, primando la denuncia con recursos disímiles.
Chicos, grillos y lagunas
Respecto al cine argentino, se exhibió mucho en las distintas competencias y fuera de ellas: desde cortos hasta Fantasmas de la ruta, de José Campusano, al que –con sus tres horas y media de duración– algunos se atrevieron, y desde clásicos o tesoros semiocultos (ver, dentro de la retrospectiva destinada a Jorge Cedrón y en óptimas condiciones, El habilitado, con su aire arltiano y su belicosidad setentista, fue otra de las recompensas que deparó el festival) hasta numerosas óperas primas, incluyendo las de actores ahora también directores como Esther Goris y Luis Ziembrowski. Pero no hubo demasiadas sorpresas.
El amor a veces (Eduardo Milewicz), sobre una jovencita que se enamora de un treintañero fue una frustración: puro repentismo televisivo y lugar común. Choele, de Juan Pablo Sasiaín, también en concurso en la competencia latinoamericana, es en algún punto de su argumento similar al film de Milewicz: un adolescente deslumbrado con la novia de su padre. Del mismo modo, es para destacar la naturalidad y el encanto conseguidos por el director debutante Matías Rojo en varios momentos de Algunos días sin lluvia, en torno a tres pibes amigos.
El grillo, de Matías Herrera Córdoba, fusiona el costumbrismo cordobés con cierto aliento bergmaniano, con dos mujeres y el novio de una de ellas compartiendo charlas en una casa de verano. La también cordobesa La laguna, de Gastón Bottaro y Luciano Juncos (sobre un hombre que, en busca de una fuente de agua para curar sus males, es llevado por un baqueano a una excursión por escarpadas sierras que parece no tener final ni sentido), dejó la sensación de que su participación en la competencia principal fue excesiva. Más aún: que la repercusión de algunas películas realizadas por cordobeses en el último tiempo puede tener su explicación en el forzado consenso de programadores, críticos, realizadores y espectadores, por aquello de exaltar películas más por moda o por prejuicio que por sus auténticos méritos.
Por lo demás, y más allá de estas u otras observaciones que puedan hacérsele, el festival cumplió largamente con su cometido: difundir el buen cine en sus distintas variantes y reunir, aunque sea por unos días, a todos los que necesitan de ese oxígeno para conocer y vivir otros mundos, tanto como para sobrellevar y comprender mejor el nuestro.