El diario el Mundo de España repasa una de esas situaciones de caballerosidad deportiva que se dan de tanto en tanto y que realmente emocionan. Ocurrió el domingo, cuando Diego Méntrida tuvo que decidir entre aprovechar una gran oportunidad de ganar una medalla o ser fiel a su ética de comportamiento. Venció la deportividad, que no siempre sucede, y al final, el gesto de Diego Méntrida valió mucho más que el bronce perdido.
“Enfilaba el madrileño el último par de giros antes de entrar a meta, exhausto en la carrera en persecución sin premio de su rival, resignado ya a ese cuarto puesto que tan amargo es siempre en el deporte. Más si la foto del podio es única, pues en lo alto aguardaba una leyenda, nada menos que Javi Gómez Noya, quien se apuntó al Triatlón de Santander, distancia olímpica, ante la escasez de pruebas en este año maldito del Covid. Cuando, de repente, el británico James Teagle, que marchaba tercero, se equivocó de camino ante los mísmisimos ojos de Diego. Ahí estaba la gloria para el jovencísimo triatleta, a apenas unos metros. Le hubiera bastando con seguir la inercia. Perfectamente se podría haber hecho el despistado. Pero no”, cuenta el diario.
“Al ver cómo él se equivocaba, inconscientemente me paré. Él se lo merecía”, dijo. Y dejó que su rival recupere el puesto.
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Ganó, por goleada, la deportividad a la ambición, y Diego dejó al inglés volver sobre sus pasos y entrar tercero. Más mérito si cuando hay que decidir el corazón bombea a más de 150 pulsaciones. “No debió de ver el desvío a meta. O no se lo señalizaron bien. No lo sé, el caso es que se lo merecía”, detalló Diego, pura honestidad. “Lo volvería a hacer”, agregó, según el relato de El Mundo.