Por: Rubén Fraga
“La prensa tiene el deber de decirle la verdad a la gente. Los familiares de las personas desaparecidas no pueden seguir siendo ignoradas como si fueran leprosos”. Con estas palabras el periodista inglés Robert J. Cox se despidió de sus lectores del diario porteño Buenos Aires Herald antes de partir hacia el exilio, el 15 de diciembre de 1979.
Veinte años antes había llegado desde Londres a Buenos Aires, donde se enamoró y formó una familia, la misma con la que debió dejar el país amenazados de muerte por los militares de la última dictadura.
Cox había transformado un modesto boletín de noticias escrito en inglés en un diario respetado mundialmente: el Buenos Aires Herald, único medio que informó sobre secuestros, torturas y desapariciones. Y fue Cox el periodista que decidió jugarse la vida para intentar salvar vidas.
A 31 años de aquel exilio, su hijo David, periodista y escritor, logró rescatar la historia de su padre –que éste nunca pudo escribir por lo doloroso de su evocación– en el libro Guerra sucia, secretos sucios (Sudamericana, 2010). Una historia que cuenta la de un hombre que publicó lo que otros callaban.
David Cox, que nació en la Argentina y hoy vive en Estados Unidos (donde es corresponsal de varios medios y trabaja para CNN) dio detalles acerca de la producción de un libro que seguramente dejó al descubierto emociones varias, tanto suyas como de su padre.
–¿Qué significa ser el autor del libro que su padre nunca pudo escribir?
–Fue una experiencia interesante y rica porque escribir el libro sobre mi padre y la familia representaba muchos desafíos.
Lo más importante fue devolver a mi padre las palabras que él no pudo escribir por el inmenso dolor que le causaba revivir el pasado.
Traté de contar la historia de su vida, la familia, nuestras experiencias en la Argentina, y las de ese magnífico diario, el Buenos Aires Herald. Busco que los lectores conozcan a mi padre en todas sus características y que entiendan por qué él y el Herald se enfrentaron a la dictadura.
–¿Cómo fue para ustedes revivir esa historia?
–Al comienzo todos tuvimos una mezcla de sensaciones y sentimientos difíciles de afrontar pero necesarios. En mi caso, tuve la sensación de encontrarme envuelto en el humo del pasado y, a medida que escribía, ese humo se fue despejando lentamente hasta que encontré una cierta claridad.
Hasta que no se conociera toda la verdad, iba a ser imposible sentirse totalmente libre. El libro permite que la verdad se conozca en todas sus dimensiones. Antes, era más fácil para los demás formarse una opinión errónea. No olvides que mi padre era un comunista para los militares y un imperialista para la izquierda. Era más fácil catalogarlo de esa manera y no ver a un hombre que al encontrarse con el terror de la dictadura decidió actuar.
–¿Cómo era la relación que su padre tenía con su familia por entonces?
-Dentro del terror y el horror al que todos estábamos expuestos había también un mundo mágico creado por mi padre, que nos permitía vivir en un lugar imaginario donde podíamos recrear un mundo más benigno. Su infancia en Inglaterra, como explico en el libro, le permitió que él creara ese mundo donde todos nos podíamos sentir seguros. El poco tiempo que tenía con nosotros era especial. Él se esforzaba por estar con nosotros y eso ayudaba a que tuviéramos una relación saludable.
–Su padre no se llevaba bien ni con los grupos guerrilleros ni con los militares. ¿En quiénes se respaldaba?
–Creo que a veces uno desestima el poder de la pluma. Es cierto que mi padre tenía todo el apoyo de Peter Manigault (dueño del Herald), un hombre íntegro y honesto que creía en la verdad a pesar de que la lucha por los derechos humanos significara pérdidas económicas para el diario.
Con todo, la máquina de escribir fue en realidad su sostén para llevar a cabo una revolución desde lo más íntimo de su ser y desde el Herald. El régimen militar temía sus convicciones y eso se reflejaba en la palabra escrita. A medida que esa palabra era seguida internacionalmente era difícil deshacerse de él. El único vehículo para lograrlo terminó siendo el exilio.
–Robert Cox comparó a los militares argentinos con los nazis. ¿Cómo analiza usted la política de derechos humanos en este país?
–La Argentina logró enormes avances en el área de los derechos humanos, no hay duda. Un ejemplo fueron los juicios a la Junta bajo Alfonsín, aunque después hubo indultos.
Pero más allá de los obstáculos, la lucha por los derechos humanos en la Argentina ha sido dinámica. Quizá el desafío más grande para el país es cómo lograr la verdad sobre el pasado sin que existan divisiones.
La Argentina está condenada al fracaso hasta que no se llegue a una verdad total de lo que ocurrió en el pasado. Existieron en el país dos expresiones violentas.
El Estado tenía las herramientas para llevarlas a su extremo, pero los grupos que trataron de cambiar el país con las armas tuvieron su cuota de responsabilidad. Se tendría que apuntar a buscar justicia para todos los crímenes que se cometieron.
–Su padre mencionó el racismo de la sociedad argentina, algo que también experimentó quien luego fue Nobel de literatura, V. S. Naipaul. ¿Considera que ese racismo sigue latente?
–Creo que la Argentina todavía no logró crear suficientes cambios para que la gente con menos recursos tenga las oportunidades que tienen hoy los sectores con mayor riqueza. Es una tarea pendiente. Este sector sigue siendo marginado. Es una forma de racismo que hoy existe en la Argentina y ese racismo se expresa en un idioma que descalifica a los que tienen menos.
–A propósito de Naipaul, usted cuenta en el libro que, debido a sus artículos en el Herald, los Montoneros convocaron a un consejo de guerra para decidir si volarían la sede del diario…
–Mi padre llegó a casa bastante preocupado. Él había recibido varias amenazas por parte de los Montoneros los días previos y temía que algo le sucediera. Los extranjeros eran vistos como imperialistas y eran culpados por muchos de los males que ocurrían en los 70. El Herald era un blanco y mi padre estaba preocupado por la gente que trabajaba con él. El oficio de periodista era ya violento y él vivía con esos riesgos todos los días. Había decidido que su destino ya no le pertenecía y eso fue lo que lo liberó del miedo y así pudo continuar su trabajo.
–Su padre fue históricamente muy crítico con el peronismo. ¿Qué opina usted del gobierno actual?
–Una parte de mi familia tenía una relación muy cercana al ex presidente Juan Domingo Perón y hay algunas características que mi padre reconoce de Perón, por ejemplo la lucha social por los más necesitados, pero no está de acuerdo con la idea del líder omnipotente. De todas maneras, el verdadero Perón se convirtió en un mito para muchos argentinos. El gobierno de Cristina logró grandes avances en el campo social, y la Argentina continúa consolidando la democracia. Pero son preocupantes los problemas con los medios de comunicación y es difícil de entender los ataques verbales a diarios como La Nación y Clarín. Creo que hay que diferenciar el pasado del presente. Los medios sí deben ser investigados por su rol durante la dictadura, pero de forma independiente.
–Su padre sostiene que los demás diarios del país pudieron haber seguido el mismo camino de denuncia sobre los desaparecidos que el Herald. ¿Qué responsabilidad tuvieron las empresas periodísticas en lo que ocurrió durante la dictadura?
–Los medios en la Argentina tuvieron la responsabilidad y la posibilidad de cambiar el destino del país, ya que el deber de un medio y de un periodista es informar. Los dueños de los diarios tienen su cuota de responsabilidad porque además traicionaron su deber, pero ellos no están solos en esto. La sociedad fue también cómplice.
Es cierto que si los medios hubiesen informado la sociedad no tendría la excusa de haber mirado para otro lado durante las desapariciones, pero todos sabemos que un sector de la sociedad estaba de acuerdo con el régimen militar. Hoy, ante los reclamos de la sociedad, sería un gesto importante de parte de los medios que aceptaran públicamente sus errores.
–¿Qué sintió su padre con el libro?
–Mi padre confesó que se le había caído una lágrima después de leer el libro, un hecho que me conmovió y que me hizo entender que la historia del Buenos Aires Herald, de nuestra familia, mi padre, y las personas que ayudaron a los desaparecidos ya había sido escrita. Hoy mi padre puede volver a la Argentina, el país que amó con toda su alma, y caminar por las mismas calles que pisó cuando era un joven con sueños y un destino incierto.
–Usted anotó en su diario personal, antes de partir al exilio, que ya estaban listos para “abandonar las sombras”. ¿Qué sentimientos tiene hoy por su país de origen?
–La Argentina es mi país, donde hice mis primeros pasos y donde nacieron mis primeros sueños. Espero poder volver en el futuro próximo y, pese a lo raro que pueda sonar, ayudar a construir aquel gran país.
La información, un modo de salvar vidas
“Hoy tengo otro punto de vista sobre el peronismo, después de leer mucho y estudiarlo. El peronismo evolucionó y yo también. Creo que el gobierno de los Kirchner tiene buenas intenciones, pero tienen que tener en cuenta de que el poder corrompe”.
Quien habla es Robert J. Cox, el legendario editor del Buenos Aires Herald que enfrentó a los militares de la dictadura. Cox, al igual que su hijo David, accedió a dialogar con El Ciudadano sobre la aparición del libro Guerra sucia, negocios sucios.
“David hizo lo que para mí era imposible. Un gran trabajo como periodista y como escritor. Estoy orgulloso y muy agradecido”, cuenta, y no deja dudas a la hora de calificar la conducta de quienes fueron sus colegas durante la dictadura militar: “La falta de responsabilidad de los diarios grandes durante la dictadura fue enorme. No tengo la menor duda de que el silencio de La Nación, Clarín y de otros diarios importantes facilitó la matanza de miles de personas.
Los militares reaccionaron en algunos casos a los informes del Herald, dejándolos salir de las cárceles o, por lo menos, dejándolos vivir”.
Cox cuenta que tuvo el respaldo de los dueños del Herald en Carolina del Sur. Y subraya que si los demás medios hubieran seguido el ejemplo del Herald otra hubiera sido la historia de los desaparecidos. “Espero que ahora hayan aprendido que informando se puede salvar vidas”, remarca.