El fútbol argentino se desvirtuó. Y el responsable es Federico Beligoy, con el aval de Chiqui Tapia, por supuesto. Los árbitros, por incapacidad o intencionalidad, definen los resultados de los partidos. Con el VAR como cómplice, que lejos de ayudar a evitar injusticias se transformó en un arma ideal para distorsionar resultados, otra vez Newell’s fue el perjudicado, como contra Unión, Huracán, Godoy Cruz y Central Córdoba. Esta vez fue un gol de Recalde que se festejó como lícito, como ya sucedió en otro partido con el propio paraguayo o con Brian Aguirre. Era victoria leprosa, fue otro bochorno del VAR, con Mauro Vigliano otra vez trazando líneas imaginarias que en el Coloso son un offside incomprobable y en la Bombonera o estadios de amigos jugadores claramente habilitados.
Y fue empate. Porque a Newell’s no le sobran goles para que le anulen los que hace. Y otra vez se fue del Marcelo Bielsa lleno de bronca e impotencia. El partido, desvirtuado por el fallo perjudicial del VAR, tuvo más merecimiento para la Lepra, pero otra vez faltó el gol, al menos uno donde los árbitros no pudieran buscar objeciones.
Newell’s tiene un estilo. Y cuesta seducir a los hinchas por el juego si no se gana. Aunque siempre está la cuota de esfuerzo que se reconoce con aplausos. Por momentos aburre con el toqueteo entre Velázquez y Ortiz, a veces con Sforza pivoteando como líbero adormece al de afuera. Pero el equipo no se aparta del libreto, sabe que es el camino trazado y el peor enemigo es la impaciencia.
Heinze pretende apertura por afuera, a la espera que los extremos retrocedan llevando marcas y abran un hueco para la proyección de los laterales. Martino y Aguirre hicieron mejor el trabajo, ya que por derecha Mosquera se cerró para aparecer más como un volante ofensivo y a Pérez Tica le faltó precisión y coraje.
La diferencia en este partido pasó por el rendimiento de los internos. Pablo Pérez, bien cercado, estuvo impreciso. Y Portillo trabajó mejor en la presión que en la construcción, aunque tuvo una chance muy clara en el primer tiempo con un cabezazo que no pudo direccionar a un costado y Marchioni desbarató el grito de gol. La otra clara de la Lepra fue de cabeza también, aunque surgió de una pelota parada que terminó con Velázquez fallando desde muy cerca cuando todo el Coloso se preparaba para gritar gol.
El Decano asustó dos veces en la primera parte. Un cabezazo de Sánchez con Mosquera estático viendo si era gol o no; y un toque de Coronel por arriba de Hoyos, tentado por un arquero que siempre está adelantado.
¿Y Recalde? Casi inadvertido por la escasez de pelotas cercanas a su zona de calor. El paraguayo hizo poco, porque lo buscaron poco. Así y todo, el delantero ya acumuló pergaminos para pensar que algo puede pasar. Y pasó.
Lejos de impacientarse, el hincha exigía victoria y se ilusionaba con la ventaja que mostraba Aguirre cada vez que encaraba a Ortiz, que se hizo amonestar tontamente en ataque y se condicionó en defensa. Había una puerta abierta, había que ir por ahí.
Newell’s fue por el otro lado y dio sus frutos. Un desborde de Pérez Tica encontró la cabeza de Recalde y fue gol. Pero otra vez los árbitros se complotaron para encontrar una hormiga y la hicieron ver como un elefante. Y anularon un gol con una tecnología casera que bajo la excusa del bajo presupuesto permite digitar resultados. Y a Newell’s le viene pasando seguido y es imposible no pensar en algo más que errores casuales.