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Esperando que el agua baje

En la escuela de la zona de islas del Espinillo, frente a la costa rosarina, creen que si se mantiene el actual nivel de lluvias el establecimiento se volverá a inundar y será imposible comenzar el año lectivo.

Pablo Moscatello

No son tiempos fáciles los que transcurren por estas horas para los isleños que habitan frente a la ciudad de Rosario. Si bien conocen como nadie el río, sus cambios y el lugar donde residen, la situación es limite. El agua, que ya se situó en los 5,44 metros, “les come los talones” y las poco más de treinta familias que residen de manera estable en toda la zona ya están instaladas desde hace dos semanas en sus “ranchadas” en la zona más altas. Algunos han ido construyendo con los años una planta alta sobre la vivienda original y hoy están allí; otros (la gran mayoría) tienen sus moradas sostenida por altos pilotes, y es por eso que el río todavía no se los llevó puestos.

En ese escenario, uno de los lugares que todavía resiste al avance del agua es la escuela Nº 1139 Marcos Sastre, la más importante de las tres que existen, ubicada en la zona del Espinillo, sector que se extiende frente a la costa de Rosario desde la toma de Aguas Santafesinas hasta la estación Fluvial y donde habita una comunidad de veinte familias. En el colegio, la altura del río todavía no llegó a niveles extremos, pero de continuar las lluvias ya predicen que esa situación tarde o temprano llegará y será imposible comenzar las clases. “Estamos con la incertidumbre de no saber qué es lo que va  hacer el río. Si sigue lloviendo el agua va a terminar entrando y va a ser imposible comenzar el año lectivo”, relata Liliana Scabuzzo, la directora de la institución desde hace más de treinta años. Si bien el interior y el patio no están inundados, para acceder al lugar por estas horas hay que hacerlo con alguna canoa. 

Luego de tanto tiempo de trabajo en el colegio, la docente conoce como nadie la zona. Scabuzzo relata que comenzó a desempeñarse allí en el año 1975 y que los primeros ocho hasta vivió en la isla. “Este colegio estaba ubicado hasta el año 84 en otro sector de la isla, que era más bajo que el actual. Por suerte, y por la gestión que hicimos nosotros, finalmente se trasladó a donde está ahora”, explica la directora, mientras del otro lado del río se observa de fondo cómo avanza el proyecto de viviendas premiun Ciudad Ribera, en Puerto Norte. Da pena imaginar el fuerte contraste que seguramente quedará instalado entre ese proyecto y la dura realidad de toda la isla, bien enfrente.

Cuando uno consulta a cualquiera de los lugareños sobre la última vez que experimentaron una crecida tan importante, todos recuerdan lo ocurrido en el año 1998. En ese sentido la escuela Marcos Sastre todavía quedan huellas de aquel verano. “¿Ves?, acá esta la marca de hasta donde llegó el agua esa vez. Fijate que entró más o menos 30 centímetros al interior de las instalaciones. Ésa fue la última vez que se inundó el colegio y fue muy duro. Estuvimos durante varios días sin clases aquella vez”, relata Luis, el ecónomo del comedor, mientras señala con su índice la filigrana en la pared.

Otra cuestión que genera varios inconvenientes está vinculada con la gran cantidad de vacas y caballos que se encuentran desperdigados a lo largo de toda la isla. Sin dudas, ésa una de las postales más desoladoras del lugar; todos han sido abandonados por sus propietarios y deambulan sin rumbo fijo y de un lugar a otro con sus patas completamente bajo agua. “Tuvimos que alambrar la escuela ya que muchos se nos metían dentro del patio y rompían todo. Es un desastre lo que está pasando. Y eso es un peligro por las enfermedades que genera”, cuenta la directora de la institución.

En tanto, al margen de lo que vaya a suceder o no con la crecida, por estas horas tampoco son muchos los chicos que están viviendo en las islas. Es que de las veinte familias que residen en el Espinillo son varios los jefes de hogar que decidieron autoevacuar a sus hijos temporariamente hasta que la situación empiece a mejorar. Si bien nadie está dispuesto a abandonar definitivamente el lugar por más complicada que puedan llegar a ser las condiciones, a los niños hay que protegerlos.  

“Yo querría saber qué va a pasar con las clases. Si van a empezar o no. Estamos con mis dos hijas en Granadero Baigorria hasta que baje un poco el agua. Mi marido nos llevó para allá pero él no se va. Lo que hay en las islas es lo único que tenemos. Y si lo dejás solo te roban enseguida”, relata Marta, una mujer de 40 años, que la semana pasada se acercó sólo a recibir las cajas con alimentos que Prefectura Nacional y Defensa Civil Municipal le entregaron a los isleños para ayudar aunque sea un poco a paliar la situación que atraviesan. Habrá que esperar algunos días para saber si tanta angustia comienza a alejarse.

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