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Espontaneidad e improvisación

Por Juan Aguzzi.- Una formación con anclaje en las variables del jazz demostró su imaginación instrumental para elevar el ritmo a su máxima expresión. Luis Salinas, Rubén Rada, Jorge Navarro, Alex Acuña, Gustavo Bergalli y Francisco Fattoruso fueron los artífices.


Una reunión de maestros de la música como la del viernes a la noche en el Teatro El Círculo no suele ser frecuente en los escenarios rosarinos; en realidad, maestros de diversos géneros, pero sobre todo del jazz en sus variables jazz-rock, jazz latino, fusión, candombe y hasta de groove y funk, subgéneros que en la imaginación instrumental del guitarrista Luis Salinas, el percusionista y cantante Rubén Rada, el trompetista Gustavo Bergalli, el baterista y percusionista Alex Acuña, el bajista Francisco Fattoruso, y el tecladista Jorge Navarro generaron un aluvión sonoro que hizo de la espontaneidad y la improvisación una materia rítmica casi palpable; emanada de músicos capaces de dotar a ese ritmo de un sentido, mágico y envolvente.

Sobre el final, Jorge Navarro, quien convocó a los músicos que lo acompañaron en esta juntada luego de un asado en su casa, dijo que ese show había sido una fiesta y que si la gente lo sentía de ese modo ellos estarían más que agradecidos porque de eso se trataba, de un ritual de feedback musical, entre ellos y de ellos con el público.

Y eso se supo apenas comenzado el show porque se trataba de músicos y sesionistas legendarios como Bergalli, que tocó en grandes escenarios y festivales europeos; como el peruano Acuña, que fue baterista de nada menos que Weather Report; como el ahora “no tan gordo” Salinas, cuyos acordes son mecanismos de impecable voluntad rítmica; como el “ahora muy gordo” Negro Rada, que proporciona el toque de humor disparatado mientras se ocupa de las tumbadoras, el bongó, los cencerros de distinto tamaño y de toda una serie de adminículos percusivos que pela de una valija acomodada a su lado, y como el mismo Navarro, un tecladista que entiende el concepto de jazz en permanente expansión y que supo formar banda con capos del jazz nacional haciendo de la fusión y del swing todo un paradigma. Tal vez Francisco Fattoruso, el menos conocido de la ilustre familia uruguaya –Osvaldo, baterista, Hugo, tecladista y padre de Francisco–, haya sido el de menor experiencia vivida –apenas pasa los treinta años–, pero la energía y el dominio instrumental del que hizo gala le definieron un lugar de igual a igual junto al resto de la banda.

Así, con esta escudería que hizo un juego de no saber adónde ir y cómo seguir, lo que dio una dimensión increíble a la improvisación, la reunión tuvo una batería de matices que el público siguió entusiasmado y batiendo palmas con consignas que lo hacían correr de un recurrente golpear de manos para acercarse a un tono sincopado que Salinas, oficiando un poco de timonel, demandaba demostrando cómo se marcaba ese tiempo.

También hubo espacio para el canto o el tarareo de melodías. Para el primero, el Negro Rada cantó “Botija de mi país”, un sentido candombe, que la banda enriqueció con diversos solos; más tarde, el mismo uruguayo haría una sofisticada versión de “El día que me quieras” con Salinas guitarreando, y luego el eximio violero marcaría las escalas con elocuentes tonadas de algunos de los temas, aunque más que temas lo que se escuchó el viernes merecería llamarse una “galera de lúdica instrumental”.

En materia de solos, y como la ocasión lo ameritaba, cada músico lució su capacidad para llevar a altas esferas el esgrima de su instrumento; ejercicios de gusto extraordinario que elevaron la temperatura del concierto, sobre todo con los parches, bombo y platillos de Acuña, y luego con el dueto que conformó el peruano con Rada, con tumbadoras y accesorios, mientras el resto de la banda se movía extasiado. También Bergalli tocó el cielo con su trompeta y Salinas se recostó en un furibundo jazz-rock con su Gibson Les Paul negra, a través de punteos que nada tuvieron que envidiar a los de un Scott Henderson o Jeff Beck.

El bosa y el funk gozaron del privilegio de algunos duetos o tríos –Rada y Salinas; Salinas, Fattoruso y Acuña– pero el jazz, en su modo más virtuoso y combinado, fue la esencia que corporizaron estos maestros que pusieron en evidencia su mutua admiración cuando, al ser nombrados por sus pares, hacían gráfico el agradecimiento por lo que la juntada permitía: tocar, tocar y tocar para sostener el elemento común que equipara sus espíritus, y que no es nada menos que el frenesí del ritmo.

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