“No creo en la venganza. Entiendo que la Justicia no siempre puede contemplar el dolor de los familiares. Incluso, a veces, me pongo a pensar en el calvario que estará pasando la mujer que mató a mi hermano”, contó Gabriela, familiar de Alejandro Silva, el hombre que fue calcinado por su novia en noviembre de 2014, en un brote de locura. La mujer fue declarada inimputable la semana pasada y quedó alojada en un psiquiátrico. La hermana de la víctima no sale del asombro y decidió charlar con El Ciudadano para contar la historia de un amor que surgió y desapareció al son de la muerte.
Alejandro Silva y María Angélica A. se conocieron en 2012, en un contexto oscuro. Ella acababa de perder a Micaela, su hija de 15 años, que se había ahorcado en el patio de su casa; y él, que era amigo de la adolescente, se acercó para consolarla. En medio de la tragedia y el dolor, casi sin pensarlo, se hicieron íntimos compartiendo noche, vicios y penas. “Estaban todo el tiempo juntos, no importa a dónde fueran, eran inseparables”, explicó Gabriela.
Él presentó a María como su novia y la llevó a la casa de su mamá. Los Silva la aceptaron como un miembro más de la familia. “Sabíamos la situación que estaba viviendo. Intentamos acompañarla, la hicimos parte, la cuidamos, buscamos darle el cariño que necesitaba”, explicó Gabriela. Maru –como le decían los familiares de su novio– en poco tiempo entabló una relación estrecha con la mamá de Alejandro y pasaba tardes enteras en la casa de la hermana de su pareja.
María no hablaba nunca de Micaela. Cada vez que se sentía angustiada sacaba una pastilla de su riñonera –que llevaba a todos lados–, pedía un vaso de agua y se tragaba el dolor.
Gabriela tenía muchas dudas. En el barrio de Maru los vecinos le habían contado historias horribles; culpaban a la mujer de la muerte de su hija. Aseguraban que la adolescente era blanco permanente de violencia física y psicológica. “No me podía guiar por comentarios, ella era la mujer que había elegido mi hermano”, explicó la entrevistada.
La hermana de Alejandro sabía que la pareja no estaba unida sólo por el amor: ambos tenían serios problemas de adicciones. Ella recibía una pensión mensual de su ex marido y se la gastaban en el bunker de su barrio. Pasaban mucho tiempo encerrados en la casilla que ella alquilaba en un asentamiento de avenida Circunvalación y Lamadrid. Según vecinos del lugar, era común verlos juntos, caminando “medio perdidos”.
Cuando los Silva la conocieron, María era una mujer coqueta, que se vestía bien, andaba arreglada y usaba perfumes. Pero con el tiempo, empezó a descuidar su imagen. Tenía ojeras, estaba sucia y usaba ropa vieja y estirada. “Venía a casa toda desmejorada. Yo le pedía que se bañe, le prestaba remeras y le peinaba el pelo. Intentaba que se sintiera mejor, pero ella no repuntaba”, explicó la hermana de Alejandro.
Meses antes del homicidio, el novio de Maru comenzó a notar actitudes extrañas. Al principio fueron solo arranques, respuestas violentas, que se fueron convirtiendo de a poco en situaciones preocupantes. “De a poco se puso muy agresiva. Una noche Alejandro se volvió de la casa de Maru asustado porque le había querido pinchar el cuello con una tijera”, relató la hermana de la víctima.
Sin embargo, cuando más violenta se ponía María, él – tal vez por amor, tal vez por necesidad– se volvía más dependiente de su novia. Gabriela estaba al tanto de la situación de la pareja; pero nunca dimensionó la magnitud de lo que ocurría.
Según la investigación judicial, la noche del jueves 13 de noviembre Maru le dio un golpe en la cabeza a Alejandro con un objeto pesado, dentro de la casilla de calle Lamadrid. Mientras el hombre estaba inconsciente lo llevó al patio del ranchito, lo prendió fuego y lo calcinó de a poco, durante un tiempo prolongado.
La mañana siguiente, Maru envolvió los restos de su novio en una frazada y los arrastró 100 metros hasta un descampado. Lo tapó con basura y lo volvió a incendiar. Los vecinos del barrio vieron lo que estaba ocurriendo y llamaron a la Policía. Mientras llegaban los patrulleros, retuvieron a Maru para que no se escape y apagaron las llamas que estaban consumiendo los restos de Alejandro.
El martes un tribunal compuesto por Raquel Cosgaya, Juan Carlos Vienna y Juan Carlos Curto determinó que Maru no podías ser juzgada por el homicidio de su novio y ordenó que sea trasladada a un hospital psiquiátrico.
“No creo en la venganza o la revancha. Entiendo que la Justicia no pueda contemplar el dolor de los familiares y a veces, incluso, pienso en lo que pasa por la cabeza de ella, el infierno que estará pasando”, cerró Gabriela.