“Estamos en pie gracias a la ayuda de la gente”, resume el hermano Jorge Alarcón, director del Cottolengo Don Orione ubicado sobre la ruta 21, en General Lagos. En las 17 hectáreas del predio hay cuatro pabellones que albergan a 112 personas con distintas discapacidades. El hermano Jorge, o Cacho como lo llaman los internos, recorre las instalaciones y tiene palabras para cada uno de ellos. “Aquí solo recibimos a discapacitados y si bien tenemos lugar para 130, hay dormitorios que no están en condiciones edilicias para albergar a más”, explica Cacho, que es correntino, tiene 54 años y hace tres que está al frente de la institución. Mientras algunos son asistidos en el gimnasio, otros hacen manualidades en el taller de reciclado; en la panificadora que tiene el establecimiento, otro grupo elabora alfajores, galletas y bizcochos saborizados que les encargan negocios de localidades vecinas.
Con paciencia infinita, el hermano Cacho comenta las dificultades propias de un lugar que se sostiene por donaciones, sin ningún tipo de subsidio estatal: “Hay casos de discapacitados que llegan sin documentación, certificado de discapacidad, informes sociocultural, socioeconómico porque son casos de necesidad urgente. Vienen desde una villa o de un barrio cadenciados. Son chicos que viven en la costa, totalmente desatendidos, con desnutrición, esos son los casos que atendemos. Una vez que llega aquí se le gestiona todo con asistentes sociales, hasta el beneficio que debe recibir por ser ciudadano argentino”.
Los Orione
Mientras el hermano recorre las galerías, se acerca Valeria, una chica con síndrome de down. Cariñosa, le da un beso. “Ella es una de las Orione que tenemos”, dice Cacho y explica: “Tenemos casos, muy pocos, de chicos que los han dejado en la puerta, las familias no vuelven más, no tienen documentos. Entonces, cuando pasó un tiempo prudencial que nadie vuelve a preguntar por ellos, les tenemos que dar un nombre; tenemos tres personas con apellido Orione”.
El Cottolengo cuenta con un centenar de profesionales médicos, paramédicos, enfermeros, mucamas y orientadores. “La idea es que según el tipo de discapacidad que tengan, estén activos, atendidos y acompañados todo el día. Además de los profesionales, el orientador está observando que cada uno vaya a su taller, o tome el refuerzo de alimentación. Son terapeutas que están ocho horas por la mañana y ocho horas por la tarde con ellos. Los ayudan a higienizarse, a peinarse, a desayunar y luego las actividades en los talleres que son de 9 a 12”.
El instituto cuenta con maestros especializados que ayudan a los internos a hacer manualidades, carpintería, reciclaje; luego están las docentes que están con aquellos de menor coeficiente intelectual pero que igual tienen su rutina. “Cuentan además con dos profesores de educación física y dos kinesiólogas, los talleres y las actividades con los profesionales se invierten por la tarde. A las 19 cenan y a las 20 los orientadores los acompañan a dormir, luego quedan las nocheras. Es decir las 24 horas están acompañados”, explica el responsable.
Próximo a cumplir 50 años, los cuatro pabellones enclavados en el Cottolengo, originalmente se había levantado para que funcionara allí un leprosario y finalmente la provincia cedió el lugar a la obra de Don Orione. “La obra nace de la caridad cristiana, todo lo que la gente da: desde la alcancía del templo hasta las cosas que nos donan aquí como alimentos, ropas, muebles, camas ortopédicas, sillas de ruedas. Vivimos de lo que la gente da. No contamos con subsidio del Estado, porque somos una congregación religiosa, católica, que gestiona de la caridad. Sí, por ejemplo estamos eximidos de impuestos por ser una entidad de bien público”, aclara el hermano.
Apoyo familiar
Alarcón subraya que cuando llega una nueva persona al Cottolengo se compromete a sus familias a que no corten el vínculo: “En general son muy pocos los casos de abandono, la mayoría viene y se preocupa por el estado de su familiar, tenemos un salón de usos múltiples donde se festejan cumpleaños, se proyectan películas que ellos mismos eligen. Al ser una entidad de bien público, privada, de orden católico, siempre vivimos de la caridad, pero gestionamos los beneficios de los residentes con cobertura. De los 112 que viven aquí, hay 70 con beneficios y de esos muchos son de Pami y otros de otras obras sociales. El que no tiene nada, lo cubre la provincia hasta que se consigue los beneficios de la Nación. Hay una chica que está hace 30 años aquí, nunca tuvo beneficios, es totalmente dependiente, está en silla de ruedas, sin documentos. No se sabe cómo llegó aquí y los familiares que ella dice tener no fueron encontrados. No tenemos datos. Después de 30 años, le conseguimos un documento, y se está gestionando para que tenga sus beneficios, es lento y burocrático pero ya lo vamos a conseguir”.
El hermano Cacho destaca que la obra nace para el que no tiene posibilidades, porque la familia no puede o no tiene medios para ocuparse. “La congregación prioriza a los carenciados, después, si hay lugar, no se le niega a nadie. Una vez que están con nosotros, comienzan las gestiones, porque tratamos que el discapacitado tenga una atención óptima, lo que nos exigen como prestadores nosotros lo tenemos. Si una familia gestionó una pensión por su hijo discapacitado, nosotros la cobramos; después hay casos de familias que ya la tenían y la traen porque el beneficio es para el discapacitado. Está el familiar que no tiene el beneficio pero a fin de mes viene con la plata que puede, o por ahí les pedimos que nos traigan pañales para adultos o un colchón nuevo”.
Ayuda fundamental
El Cottolengo está rodeado de grandes empresas que también brindan apoyo: el contador de una de las multinacionales vecinas llamó al hermano Cacho para saber qué estaban necesitando: “Le dije pañales descartables para adultos; a los tres días llegó un camión repleto y era de una de estas empresas del puerto, siempre están ayudando”.
Marta es una de las docentes a cargo del taller de manualidades y reparte el molde de unos pinos navideños para que los internos decoren. Con gran esfuerzo lo hacen y lo muestran con orgullo, comparten mates y uno de ellos se levanta para abrazar al hermano Cacho. Es un abrazo prolongado, en silencio, comparten el logro de la tarea realizada, Marta guiña el ojo y aprueba. “El trabajo de nuestras maestras es fundamental, el estímulo es una herramienta vital para que ellos se sientan útiles y aquí ganamos partidos todos los días”, cerró el director.