Cultor del artificio y el engaño, el humorista Julio Victorio De Rissio, conocido popularmente como el Doctor Tangalanga o Tarufetti, de quien se cumplen por estos días diez años de su fallecimiento, ejerció su oficio con un registro directo, muchas veces procaz, que despertó tanto adhesiones apasionadas como también rechazos frontales, a partir de un humor que hoy podría quedar fuera de época.
Más que por las agudezas de su ejercicio, acaso lo más llamativo de Tangalanga haya sido su pasaje, no tan rápido, desde su lugar de mero aficionado en el humor con una lógica casi pueril a su consolidación a través del boca a boca con la circulación de sus casetes regrabados. Y, desde allí, su salto a una televisión, entonces el medio hegemónico para determinar la masividad de cualquier personaje, y un lugar en el que desarrolló una importante carrera por algunos años.
Su humor es, tal vez, mejor en los recuerdos de sus defensores que en sus propios materiales. En su momento, por ejemplo, el recordado músico Luis Alberto Spinetta incluyó su voz sampleada en la canción «Lago de forma mía», del álbum Pelusón of milk (1991). Más reciente en el tiempo, una película se construyó sobre los contornos de su figura: El método Tangalanga (2022), de Mateo Bendesky, donde se cuenta, en gran medida, la parte menos conocida de este singular personaje que hizo de las llamadas telefónicas delirantes su medio de vida.
Para quien nunca ha sabido de Tangalanga quizá sea mejor aproximarse a su figura a través de cualquiera de esas intermediaciones.
Había nacido el 10 de noviembre de 1916 y fue una de las figuras públicas cuya muerte se anunció repetidas veces, rigurosamente desmentidas por el propio interesado.
Sus bromas pesadas comenzaron a ser conocidas a fines de la década del 80, a través de casetes grabados que circulaban de mano en mano, aunque según sus recuerdos su actividad había comenzado en los 60, cuando decidió divertir a su amigo Sixto, que convalecía de una operación.
El método era simple: llamaba por teléfono a un número dado y tomaba «de punto» a sus interlocutores, que poco a poco iban entrando en cólera hasta estallar en toda clase de epítetos soeces que Tangalanga sabía contestar con una calma admirable.
Por lo general, sus víctimas eran pequeños comerciantes de rubros varios, dueños de gimnasios, fábricas de pastas, farmacéuticos y hasta masajistas, a los que les reclamaba con amabilidad por algún servicio fallido, o incluso algún daño, aunque en algún momento colocaba un término fuerte que conducía la conversación al caos y al absurdo, que eran sus marcas más reconocibles.
Tangalanga tenía algunas rutinas como referir a un sobrino suyo o a un tío de Bahía Blanca como damnificados en alguna transacción y desafiar al interlocutor a una pelea a golpes de puño en alguna dirección precisa. Muchas veces ponía en duda la catadura moral del que estaba del otro lado del aparato.
Se identificaba con diversos nombres y cuando debía revelar su número telefónico comenzaba con dígitos normales para luego pasar al disparate agregando números infinitos e incluso restas y divisiones.
La identidad de ese individuo al que nadie había visto el rostro era un misterio bien guardado, hasta que alguna nota periodística, cuya foto escamoteaba sus facciones, y la convocatoria del siempre recordado Jorge Guinzburg para que actuara en Peor es nada, en 1994, dieron algún indicio y llevaron su fama a otro plano, independientemente que aún no eran tiempo de redes sociales e internet.
En televisión, Tangalanga apareció como un señor mayor, bastante atildado aunque sus rasgos estaban ocultos por un bigote y una barba postiza, además de un gorro con visera, elementos que nunca abandonó en su actividad pública y que en cierto modo sirvieron para que conserve algo de su deseado anonimato.
Ese programa fue el espaldarazo para ampliar su fama, que se extendió al ciclo de entrevistas y juegos de Susana Giménez y hasta su única incursión cinematográfica en el largo de animación argentino El Sol (2009), de Ayar Blasco, visto en el Malba, donde su voz se escuchaba junto a las de otros actores y lo ponían una vez más en el lugar de leyenda del espectáculo.
Las bromas pesadas de Tangalanga pasaron de lo casero a la industria discográfica con Los llamados telefónicos del Dr. Tangalanga, que alcanzaron los nueve volúmenes, Los llamados inéditos del Dr. Tangalanga (cuatro volúmenes), Dr. Tangalanga: Cuentos con amigos y otros tantos, que vendieron más de 250.000 copias oficiales y obtuvieron Discos de Oro.
Que su humor hoy esté seguramente fuera del registro social establecido puede dejar la sensación -equivocada- de que entonces era unánimemente validado.
El Doctor Tangalanga o Tarufetti -algunos de los apodos que utilizó- falleció el 26 de diciembre de 2013 a los 97 años.