Del antiguo barrio obrero de la zona norte ya casi no hay rastros materiales. Ferrocarril, conventillos, talleres, fábricas y bodegones definían un paisaje y daban cuenta de un entramado social poblado de inmigrantes que explica en parte la Rosario actual. Pero la ciudad no lo preservó. Hace rato que los emprendimientos inmobiliarios publicitados como de alta gama, los de Puerto Norte, transformaron la identidad de la zona. Sin embargo, queda en pie la vieja Refinería de Azúcar, en la hoy avenida Carballo al 100, entre Gorriti y Thedy. Un emprendimiento pionero en tecnología para el siglo XIX pero también símbolo de una explotación laboral que, cuando se hizo insoportable, desembocó en la creación de un sindicato y en la huelga de 1901. Este sábado, a partir de las 10, el todavía imponente edificio se podrá visitar de la mano del singular Museo Itinerante Refinería. La promesa es que los ladrillos evoquen su pasado, porque si se los sabe interrogar son capaces de desempolvar la historia y reponer la voz de los obreros y obreras cuyos nombres se pierden en los relatos oficiales.
La cita es a la 10, gratis y con la sugerencia de llevar equipo de mate para compartir. Porque el fin, también, es la juntada en tiempos hostiles para el saludable acto de compartir.
El barrio lleva el nombre de la fábrica, que lo modeló en buena medida con «progreso» y también con conflicto social. El convite es en el marco de la jornada «Museos más abiertos», que acompañan la Municipalidad, la Universidad Nacional de Rosario y el Gobierno de Santa Fe.
Pero el Museo Refinería no responde al viejo canon de esas instituciones. No tiene un edificio, se desliza por toda la ciudad, está en la casa de los vecinos que atesoran fotos y objetos, que actualizan los relatos de sus padres y abuelos, en documentos y planos que dicen más de lo que a primera vista parece. Por eso lo de «itinerante». Arrancó hace 25 años y sigue lanzándole preguntas a esos vestigios del pasado, a su arquitectura, para recuperar el modo en que se relacionaban los rosarinos con sus trabajos, sus familias, qué lugar ocupaban mujeres y hombres en la trama, cómo se divertían, en qué invertían el tiempo. Y así reconstruir el pasado social con sus tensiones, conflictos y sintonías.
Todo eso se pondrá en juego este sábado en la zona norte. «La idea es juntarse para charlar un poco de historia, caminar sobre la fábrica antigua, hablar sobre las condiciones sociales, que son muy parecidas a las actuales. Y sobre la arquitectura del momento. Pero también es una excusa para tomar mate y juntarse en un momento en que la crisis nos está aislando, como ocurría en 1999», explicó el arquitecto,restaurador y licenciado en Arqueología Gustavo Fernetti, uno de los fundadores del museo en ese preciso año, tan complicado como este 2024.
La propuesta es compartir una recorrida por el interior del edificio que se inauguró en 1887 y funcionó como fábrica hasta 1930. Una planta única por su tecnología en el momento, que para el 1900 era considerada una de las edificaciones más importantes del país. Su propietario era el empresario Ernesto Tornquist.
Para el médico y abogado Juan Bialet Massé, se trataba de la compañía más avanzada del continente para su época. Pero ese progreso, como tantas veces, no estaba asociado al bienestar común. Bialet Massé, a quien el gobierno nacional le había encomendado un informe sobre el estado de las clases obreras del país en 1902, escribió, para sorpresa de sus mandantes, sus condiciones paupérrimas. «Las horas de trabajo son de seis a seis, teniendo de las ocho a ocho y media para tomar café, y de doce a una para comer, quedando una jornada efectiva de diez horas y media, muy alemana, pero muy impropia. De esta jornada participan niñitas de doce y diez años de edad”, documentó.
Lo anterior explica los reclamos del 20 de octubre de 1901, que fueron reprimidos con violencia por la policía bajo las órdenes de Octavio Grandoli, quien había sido el primer intendente de Rosario, entre enero de 1884 y diciembre de 1885, y oficiaba como mediador en el conflicto. Nada imparcial, arguyó que la protesta estaba movilizada por activistas anarquistas y no por trabajadores de la planta. Ese día, dos después de que en un conventillo de la zona se creara el Sindicato de Obreros de Refinería, la fuerza de seguridad asesino de un tiro en la nuca a Cosme Budislavich mientras intentaba escapar trepando un alambrado.
El de Budislavich, que había llegado del entonces imperio Austro Húngaro a Rosario dos años antes, es considerado el primer crimen documentado de un trabajador por la policía.
Esa historia, que se repitió, es parte de lo que el Museo Itinerante Refinería invita a compartir este sábado en la vieja fábrica de la zona norte.