Por: Ana Paradiso (Conicet Rosario)
“El impacto de la vacunación infantil y adolescente de Covid-19 en la mortalidad en Argentina» es el paper recientemente publicado en una de las revistas más prestigiosas a nivel mundial de vacunación, que demostró la incidencia en la inmunidad a partir de la vacunación contra el SARS-CoV-2 en niños, niñas y adolescentes argentinos, y evidenció que las tasas más altas de mortalidad se dieron en los grupos etarios donde la inoculación fue menor.
El estudio surgió desde la inquietud de la historiadora Sofía Gastellu, becaria posdoctoral del Instituto de Investigaciones Socio Históricas Regionales (ISHIR, CONICET-UNR), quien desarrolló un embarazo de riesgo en pandemia. Su consulta inicial fue apoyada por Stanley Plotkin, uno de los creadores de la vacuna contra la rubeola.
“Nuestras conclusiones son contundentes, las tasas de mortalidad pediátrica en Covid-19 en poblaciones vacunadas con 2 o más dosis son 16-18 veces menores que en poblaciones que no tuvieron vacuna. Es decir: la vacuna salva vidas. A su vez, Covid-19 tiene una mayor mortalidad que otras enfermedades que tienen su vacuna en el calendario, entonces nos preguntamos: ¿Por qué no están dentro del calendario, como lo está pidiendo la Sociedad Argentina de Pediatría y la Comisión Nacional de Inmunizaciones?”, recuerda Sofía Gastellu, historiadora, becaria posdoctoral del CONICET, quien inició la investigación a partir de una inquietud personal.
El artículo científico muestra que durante 2022 fallecieron de Covid-19, 1 de cada 30 mil niños no vacunados; 1 de cada 200 mil niños que sí habían recibido 1 o 2 dosis y 1 de cada 400 mil que habían recibido 2 o más dosis. “A raíz de la llegada de la pandemia se puso en discusión si las vacunas eran seguras o no: las vacunas salvan vidas y no es una tecnología nueva, el ARN tiene más de una década, el virus inactivado fue una de las primeras que se han manejado a nivel mundial”, cuenta la historiadora.
A partir de la contextualización de los datos de mortalidad por Covid-19 en comparación con las muertes pediátricas anuales por otras enfermedades -que están contempladas en el calendario de vacunación- Rodrigo Quiroga, integrante del Instituto de Investigaciones en Físico-Química de Córdoba (INFIQC, CONICET-UNC), pudo constatar que, para la población de 0 a 14 años, Covid-19 fue la principal causa de muerte en el año 2021.
Del estudio participaron, además de Quiroga, el miembro del Directorio del CONICET Jorge Aliaga, de la Universidad Nacional de Hurlingham; la profesora en Ciencias Políticas y especialista en evaluación de políticas públicas de la Universidad de São Paulo Lorena G. Barberia; los biotecnólogos Pablo D. Vallecorsa, de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), Johanna R. Zuccoli, del Hospital de Clínicas José de San Martín (UBA); la bióloga Romina Ottaviani (UBA) y el investigador independiente Braian Fernández.
Nacer en pandemia
La historia de este paper, en el cual participan especialistas de ciencias sociales, humanas y biológicas de distintos lugares de Argentina y de Brasil, hasta investigadores aficionados, tiene un origen muy singular. En 2020 Sofía Gastellu era becaria doctoral del CONICET y su lugar de trabajo era el instituto Investigaciones Sociohistóricas Regionales (ISHIR, CONICET-UNR) de Rosario. “Fui madre en pandemia de una beba que era de alto riesgo y eso lo supe porque yo sabía leer papers. Mientras estaba internada empecé a leer todos los papers que podía, ya que estaban liberados en ese momento”, señala.
“Como historiadora era consciente de que estábamos viviendo un momento histórico. Además, era madre de una beba prematura, con comorbilidades y tenía que tratar de que sobreviviese. Mi marido es archivista y eso me permitía manejar ciertas legislaciones como la Ley de Acceso a la Información. Consulté al Ministerio de Salud sobre la tasa de mortalidad de los niños nacidos en pandemia, con y sin comorbilidades. Esos primeros accesos a la información me demostraron que había un alto porcentaje de bebés que se estaban muriendo por Covid-19 en Argentina, pese a que estábamos teniendo muchas medidas de protección no farmacológicas, porque aún no había vacunas. Y luego, cuando llegaron, esos bebes aún no podían acceder”, relata la historiadora.
En la búsqueda de información y respuestas, Gastellu se encontró con artículos de la investigadora brasilera Lorena Barberia y empezó a contactarse con otros investigadores que estaban haciendo difusión sobre medidas de protección y cuidado, entre ellos Rodrigo Quiroga. “Desde mi formación en historia podía detectar algo clave, y es que había una vacancia en Argentina, nadie estaba estudiando qué estaba pasando con los bebes nacidos en pandemia, en situación de riesgo o no. No había un estudio específico que cruce datos de comorbilidades, estado de vacunación, fallecimientos y casos. Yo buscaba un paper como el que terminamos escribiendo nosotros y no lo encontraba, tampoco en el mundo”, indica.
De manera metódica, Sofía Gastellu comenzó a guardar sistemáticamente los archivos y realizó pedidos de acceso a la información cada vez más específicos, cruzando las variables de casos, fallecimientos, comorbilidades y estado vacunal de la población de 0 a 17 años. En este trabajo colaboró Braian Fernández, un joven que se había creado una cuenta de Twitter y con información oficial que le daba el Ministerio creaba gráficos accesibles a la población. “Nos dimos cuenta de que necesitábamos más ayuda, la pedimos por Twitter y contestó Lorena Barberia. No lo podía creer: era una de las integrantes del Consenso Delphi, que es un grupo de 385 científicos del mundo que se pusieron de acuerdo para determinar qué medidas tomar frente a la pandemia para que se termine a nivel epidemiológico”, relata Gastellu.
Aportes desde diversos lugares
“Lo que había comenzado como una duda de madre en pandemia, como historiadora sola, no podía haberlo hecho, pero en conjunto con todas estas personas sí, solo tenía que guardar las fuentes”, señala Gastellu y agrega que la transdisciplinariedad hizo que este paper sea posible.
“Me parecía importante que se empiece a tomar conciencia de que los niños y niñas también estaban en peligro y era algo que no se contaba en los medios de comunicación. La tasa de mortalidad de 0-2 que era la edad de mi hija nunca bajó y eso se refleja en el paper”, indica Gastellu y agrega que el aporte de Lorena Barberia, su mirada global desde la lectura de trabajos que se estaban haciendo en Brasil, fue fundamental.
“La mayor atención, tanto en la población prioritaria a la hora de vacunar como también desde lo comunicacional, se puso en la vacunación de adultos mayores durante la fase aguda, lo cual es lógico, pero siempre quedó en un segundo plano lo que estaba sucediendo en las poblaciones pediátricas. Para saber cuál es el impacto del Covid-19 en la población pediátrica había que compararlo con otras enfermedades infecciosas en los años 2020-2021 y ese fue otro de mis aportes, como también con otras enfermedades cuyas vacunas están incorporadas al calendario como es confrontar la mortalidad que producía hepatitis B u otros virus”, indica Rodrigo Quiroga, quien se encargó de la creación del software para analizar estadísticamente los datos y trabajó con Jorge Aliaga.
“Cuando se instala la idea que no hay un riesgo, aun si esa idea no tiene fundamentos científicos, pero es trasmitida en medios de comunicación, es muy difícil tomar la decisión como padre o madre y considerar que hay un peligro y hay que vacunar. Ese creo que es el problema más complejo en este momento, el desafío es hacer llegar el mensaje a la comunidad de padres de recién nacidos especialmente y que lo consideren importante”, explica Lorena Barberia.
“Hubo negligencia en minimizar o enviar el mensaje a la población de que no importaba infectarse. Eso tiene una repercusión para toda la vida adulta. Tenemos que pensar en las implicaciones que eso tiene para la ciudadanía y la manera en que esa persona percibe los derechos que tiene de proteger su salud”, indica Barberia.
¿Y por qué no?
“Tuve un primer apoyo de parte de una eminencia de la vacunología: Stanley Plotkin. Una noche, mientras estaba leyendo sobre un congreso virtual de vacunología dije: ¿por qué no? Y le escribí un correo a Stanley Plotkin, uno de los investigadores más destacados en vacunología, le envié el primer reporte que habíamos hecho en inglés, y él fue el que me dijo que debería ser escrito y me aconsejó quiénes podían ayudarme. Esas personas no me respondieron, pero sí Rodrigo y Lorena. En su momento me pareció ilógico que no hubiese grandes vacunólogos trabajando esto y no los había, y en lugar de eso tuvimos un gran vacunólogo que estaba alentando y revisando, que era Plotkin y en Argentina la vacunóloga Daniela Hozborn, investigadora del CONICET, quien nos dio su mirada y puntualizó cuestiones específicas”.
“La fortaleza del paper tiene que ver con que no éramos grandes vacunólogos y estábamos mirando el problema desde un nivel sociopolítico e histórico, además de biológico”, concluye Gastellu.