Laura Giubergia (*)
“Muchaaaaaachos, ahora nos volvimos a ilusionar. Quiero ganar la tercera, quiero ser campeón mundial”.
La conjugación del verbo en primera persona en la canción con la que millones de almas acompañaron a la selección durante el Mundial de Fútbol de Qatar no es caprichosa: “Quiero ganar la tercera”; “quiero ser campeón mundial”.
Se trata de un mecanismo que describe a la argentinidad tal como la vivimos (casi) todas las personas que, desde Qatar, Argentina o cualquier rincón del mundo, alentamos con fervor a la celeste y blanca.
Queríamos ser parte de ese triunfo y de esa copa, aun a miles de kilómetros del arco y sin ninguna posibilidad de patear esa pelota. Y ahora que lo conseguimos, nos sentimos ganadores.
Para identificarse con algo es necesario llegar a tener las mismas creencias, propósitos o deseos que otra persona, según la Real Academia Española (RAE). La definición de pertenencia, en tanto, refiere a formar parte de un conjunto, como una clase, un grupo, una comunidad o una institución.
Identificación y pertenencia resultan conceptos clave para comprender la contagiosidad de esa euforia futbolera y mundialista que nos unió -al menos por un rato- en una alegría colectiva, en un territorio marcado por las fragmentaciones.
“Los eventos deportivos generan, a través de la identificación, la posibilidad de participar en ellos, de que uno se sienta parte de ese capítulo deportivo. Y cuando se disputa un Mundial se incorpora una dimensión de identificación nacional”, describe Matías Dreizik, licenciado en psicología y doctor en Estudios Sociales de América Latina.
Y explica que hay personas que sólo miran fútbol cuando se juega una Copa del Mundo, mientras que otras lo hacen cada fin de semana. “El elemento diferencial es la posibilidad de identificarse con esos elementos que hacen a la nación”, agrega.
“Ganar un evento de este tipo tiene un impacto emocional positivo que va más allá de lo individual, porque agrega la posibilidad de que sea compartido por las personas que constituyen el entramado social. Todo el país festejó, y la gente se sintió parte de ese sentimiento”, explica Dreizik, también profesor de Psicología Sanitaria en la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).
Unidos aún en la fragmentación
En un país donde no abundan los grises, y donde la distancia que separa a las diferentes formas de pensar -tanto en lo futbolístico como en lo político, religioso o ideológico- es abismal, pensar a toda una sociedad embanderada con los mismos colores y celebrando en unidad resultaba una imagen utópica, hasta el 18 de diciembre.
Hubo unión en la ilusión y en el sufrimiento durante el agónico final por penales ante Francia. Y esa unión fue mayor aún durante la euforia de los festejos que se extendieron varios días, incluyendo una masiva caravana de los jugadores por las calles de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires Capital Federal (Caba) que reflotó un sentimiento de patriotismo (aunque la convocatoria copa en mano sólo haya llegado a Buenos Aires).
“Entiendo que el resultado tiene que ver con esa construcción positiva: se dio el resultado y nos identificamos con esas características”, apunta Dreizik, y señala que, ante la adversidad o ante el resultado no deseado, se manifiestan más claramente las diferencias.
“Hay una identificación con las características de ese grupo que nos representa, hay una experiencia positiva porque, si ese grupo gana, eso se expresa en el colectivo general. Pero también hubo momentos donde no se cubrieron las expectativas que se han vivido con muchas críticas a ese proceso».
Y agrega: «Cuando no se consigue el resultado, se manifiestan las diferencias entre quienes apoyan a uno o a otro, surgen las críticas por si cantan o no el himno, por si tienen una identidad o no de juego, entre otras”.
¿El opio de los pueblos?
Originalmente, Carlos Marx hablaba de la religión como el opio de los pueblos, concepto que fue reinterpretado por otros intelectuales pero ubicando al fútbol en el lugar de la religión.
Sin pretender en estas líneas teorizar al respecto, sí nos preguntamos si realmente puede el fútbol ayudar a una sociedad a olvidar sus problemas, en un contexto socio económico tan complejo como el de Argentina.
“Ayuda, un rato. Ayuda inicialmente durante el festejo, cuando rige esa sensación colectiva de triunfo. Ayuda a tener una alegría, que no es poco. La cuestión es si puede sostenerse en el tiempo”, responde Dreizik. Y agrega: “Pasada esa alegría inmediata, volvemos a las preocupaciones cotidianas”.
Sin embargo, puede que haya una especie de impacto largoplacista positivo: “No podemos saberlo todavía, pero puede que quede en el imaginario colectivo la sensación de que se puede mejorar, que se puede triunfar, y que se pueden lograr los objetivos”.
-¿Ganamos algo además del Mundial?
-Yo creo que ganamos, y es un elemento a construir, una mayor autoestima desde el punto de vista de construir objetivos y sentir que podemos cumplirlos.