Como si al mundo le faltara incertidumbre, con unos Estados Unidos sacudiendo los cimientos de la globalización, China creciendo a menor ritmo y los “mercados emergentes” en medio de tensiones financieras, Europa agregó una cuota de preocupación al anunciar que pronto hará cesar su acelerada máquina de imprimir billetes.
El diario The New York Times explicó la situación con claridad: durante más de una década, el Banco Central Europeo (BCE) “volcó una ola de efectivo para estimular el crecimiento”, salvando así al viejo continente de las “dolorosas consecuencias de su crisis de deuda”.
Pero este mes el banco avisó que la era del “dinero fácil” se terminará en diciembre, argumentando que la economía europea puede valerse por sí sola, sin semejante estímulo.
Por otra parte, los europeos se ponen así a tono con los nuevos tiempos marcados por la Reserva Federal estadounidense, que dio señales de nuevas subas de tasas en los próximos meses, abriendo paso a una política monetaria más restrictiva.
Ocurre que las dudas sobre la salud de la economía europea se acumulan: por ejemplo, Italia, en medio de un desbarajuste político, viene de atravesar un episodio que podría haber terminado en una crisis bancaria generalizada.
“Las relaciones comerciales con los Estados Unidos están en su peor momento en décadas y probablemente se deterioren aún más en momentos en que Europa planea aplicar medidas punitorias en respuesta a las tarifas sobre el acero y el aluminio impuestas por la administración Trump”, advirtió el New York Times.
A nadie le pasa desapercibido el hecho de que uno de las entidades financieras más grandes del continente, el Deutsche Bank, está en crisis y que la primera mandataria alemana atraviesa las mayores tensiones políticas desde que gobierna el país.
Diez días atrás, el euro sufrió su peor devaluación contra el dólar desde el día en que Gran Bretaña votó a favor de salir de la Unión Europea.
Así, el año comenzó con la mayoría de los analistas convencidos de que se registraría un ritmo de crecimiento parejo entre Europa y Estados Unidos, pero ahora los pronósticos cambiaron.
El diario The Wall Street Journal recordó que en enero pasado el Fondo Monetario Internacional (FMI) destacó que en 2017 las siete mayores economías del mundo crecieron más de 1,5 por ciento y predijo una expansión aún más sólida este año.
“Muchos inversores contaban con que una Europa revitalizada lideraría el crecimiento en 2018. Pero huelgas recientes en Francia, la tensión política en Italia y datos económicos más débiles hace que los inversores estén repensando el escenario”, señaló el matutino.
Así, este mes, Alemania reportó que la demanda de productos fabriles cayó un 2,5 por ciento en abril, mientras que en el primer trimestre del año el crecimiento en la eurozona fue del 0,4 por ciento, menos que el 0,7 por ciento que se había registrado en el último tramo de 2017.
Que China también esté creciendo menos no luce como una buena noticia para los europeos: los datos de mayo señalaron que la segunda economía mundial en volumen retrae su actividad comercial, incluyendo la inversión y las ventas minoristas.
De este modo, parece estar haciéndose realidad el eslogan de Donald Trump: “América primero”.
Los datos recientes muestran que la actual expansión económica en el país del norte es la segunda más larga de su historia y que se está acelerando.
En el primer trimestre del año mostró un crecimiento del 2,2 por ciento pero que superaría el 4 por ciento en el segundo, el mayor para ese período en cuatro años.
El gasto en los comercios minoristas fue en mayo el mayor en seis meses y se registra el desempleo más bajo en 50 años con lo que las ventas de autos, ropa y productos para la construcción, entre otros, pegaron un salto.
¿Este mapa tan desparejo augura buenos tiempos para la economía global?
Más bien parece un escenario para que se registren nuevas tensiones y situaciones críticas.