Más de media “década perdida” después, tras el inicio de la crisis financiera internacional, el Banco Central Europeo (BCE) parece haber echado mano por primera vez a medidas concretas que dejan de lado su obsesión por la inflación baja para poner el acento en el tan esquivo crecimiento.
La imagen de que el banquero central Mario Draghi se decidió por usar una “bala de plata” es la que predomina en los análisis de los medios especializados internacionales.
Con alguna similitud al estilo de su anterior colega norteamericano Ben Bernanke, Draghi comenzó a obligar a los bancos a que inunden el mercado de crédito.
Puntualmente, dio vuelta la ecuación que indica que los bancos reciben algún interés por tener inmovilizados sus fondos en el Banco Central.
Ahora Draghi les impone pagar por ello, lo que acelera las decisiones de las entidades financieras de salir a prestar a como dé lugar.
La mayoría de los analistas –lo hizo por ejemplo The New York Times– parecieron celebrar la medida, aunque también destacaron que el cambio de rumbo de la habitual ultraprudencia del BCE indica hasta qué punto la situación económica europea se ve comprometida.
Sin embargo, el consenso también señala que, con esta decisión, la autoridad monetaria detrás del euro ha terminado con todas las medidas “convencionales” de reactivación económica.
Le queda el famoso “quantitative easing”, compras masivas de bonos y activos financieros, que fue la heterodoxa estrategia de Bernanke en Estados Unidos.
La puerta quedó abierta porque Draghi dejó en claro en una conferencia de prensa que no se ata las manos y que no descarta ninguna opción.
Habrá que ver más adelante si estas decisiones en el viejo continente tienen algún impacto en la Argentina, luego del acuerdo del país con el Club de París.
Es que, ahora, las compañías de aquel continente con ideas de iniciar inversiones en la Argentina o ampliar las existentes seguramente accederán a fondos frescos aún más baratos.