Pregunta (sin respuesta convincente): ¿para qué arma Europa tanto alboroto, destruye la reputación de los que dice ayudar (y la suya propia), y después deja todo como está? Grecia, la víctima del revuelo reciente, fue objeto así de las descalificaciones y augurios más terribles y, de esas mismas autoridades, recibirá con puntualidad lo único que le importa, el quinto desembolso previsto del paquete de auxilio. ¿De qué le sirve a Europa hacer gala de su impotencia, subrayar lo que de veras desea y no puede conseguir, mostrar sin pudor sus divisiones, la precariedad de sus planes? Si de catarsis se trata, Berlín podría escoger un diván más recatado. La vacancia que dejó Dominique Strauss Kahn en el FMI, una parábola que recuerda que los vicios griegos pueden ser muchos, pero están muy lejos de ser los únicos, y la férrea pretensión de retener su asiento a rajatabla, denotan una faceta europea distintiva: aunque no dé la talla repetidas veces (Koehler, Rato, Strauss), su ambición se conserva intacta.
Grecia atravesó el ojo del huracán y, ahora que la tormenta cesó, queda claro que el triunvirato que rige su destino financiero acordó ampliarle la red de seguridad. La “troika” conformada por la Unión Europea, el BCE y el FMI definió dos asuntos cruciales. Habrá un nuevo programa de apoyo –con mayores recursos a su disposición– y no habrá reestructuración (ni dura ni suave). En las formas, el BCE impuso su criterio. En los hechos quedó asentada la discrepancia de fondo. La necesidad del “bail in” –de involucrar a los acreedores privados en el esfuerzo de financiación a lo largo del tiempo– ahora figura en registros. Y es compartida por todos. ¿Cómo se garantizará su cumplimiento? Quedó esbozado, aunque no definido de manera explícita. La Iniciativa de Viena le ganó la pulseada al canje de deuda a la uruguaya. La posición del BCE resultó decisiva. El banco central se oponía a cualquier transacción que pudiera disparar un “evento de default”. Un canje a la uruguaya hubiese recibido tal consideración por parte de las agencias calificadoras de crédito. Y si bien el mercado de credit default swaps (CDS) –donde se compran y venden seguros contra ese percance– se rige por el dictamen de una asociación independiente, la ISDA, y aunque sería en el interés propio no jalar el gatillo, el BCE nunca accedió a correr el riesgo de un error de cálculo.
Como se observa, los desvelos no son por Grecia. Son los bancos los que le quitan el sueño. Mejor dicho, el riesgo sistémico que pueden provocar. El BCE acepta una solución como la Iniciativa de Viena precisamente porque supone dejar las cosas como están sin que nadie saque los pies del plato (y si los retirara, sin que se rompa la vajilla). Esto requiere forjar un compromiso de caballeros con los principales acreedores privados -bancos e instituciones- para que al vencimiento de sus acreencias, lejos de poner pies en polvorosa, las renueven sin chistar. Como ya se apuntó en esta columna, se trata del enfoque aplicado en Europa Central y Oriental en 2009. Pero la razón primordial de su éxito fue que los programas de ajuste funcionaron y así fueron eficaces para contener el riesgo de una desbandada. No puede decirse lo mismo de Grecia. En la fallida experiencia argentina, por caso, los únicos que terminaron atrapados en las redes del compromiso “voluntario” fueron los que carecían de voluntad propia, bancos y fondos de pensión locales, rehenes del poder de policía de la regulación. ¿Se amasará así la suficiente masa crítica (30 mil millones de euros)? ¿Calmará las exigencias de Berlín, que favorecía procedimientos más drásticos como un canje por bonos a 7 años (con seniority sobre la deuda vieja) que cuantificasen de antemano la contribución privada?
Hoy puede que sí. A medida que el tiempo pase, seguro que no. Bajo esa óptica, lo que hay que esperar es que la cuestión se reabra tarde o temprano. Antes incluso de que culmine el año. Son los fondos que habrá que aportar de 2012 en adelante los que están en el meollo de la discusión. Que ahora Grecia reciba la ayuda contemplada en el plan original de rescate es sólo un primer paso. La ampliación del programa estará atada a una definición mucho más precisa del compromiso privado y de sus garantías de cumplimiento. Y no es sólo Grecia, Irlanda también necesita un retoque de su programa y espera el desenlace en las gateras.