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Evita, una vida eternizada en el teatro, el cine y ahora en las plataformas

Este martes se cumplen 70 años de la desaparición física de María Eva Duarte, día en el que también se estrena “Santa Evita”, una serie que se suma al amplio abanico de representaciones que iniciaron popularmente con “Evita” en 1978

Hugo F. Sánchez, Télam

Setenta años sin la presencia física de Evita es mucho tiempo, pero cada cierto período el cine, el teatro y la televisión -ahora a través de las plataformas- retoman su figura y encuentran una representación acorde que sintoniza con ese presente, como si la multiplicidad de Evitas fuerza capaz de sostener, explicar o al menos acompañar la complejidad que atraviesa cada sociedad en diferentes épocas, incluso en países que nada tienen que ver con Argentina.

El estreno el 26 de julio en la plataforma Star+ de la serie Santa Evita, basada en la novela homónima de Tomás Eloy Martínez y protagonizada por Natalia Oreiro, justamente coincide con el 70º aniversario de la muerte de Eva María Duarte, una figura cuya trascendencia excedió largamente los límites del país. Algo que tal vez tenga que ver con una fascinación que nació cuando, en su calidad de Primera Dama, en 1947, hizo una gira por Europa que deslumbró a sus anfitriones, quienes en plena posguerra recibieron a esa mujer vestida con trajes de Christian Dior y alhajas de Van Cleff que llegaba con donaciones de cereales para mitigar el hambre en sus países.

Llega «Santa Evita», la serie basada en la novela que dislocó los límites entre ficción y realidad

Para bien o para mal, con el correr de los años esos antiguos brillos dieron pie para que diferentes artistas convirtieran a Evita en un artefacto de consumo popular primero y luego un ícono de la cultura pop global.

Son muchas las representaciones de Eva en los escenarios y set del mundo, pero sin duda el origen más relevante en cuanto a popularidad corresponde a Evita (1978), de los británicos Tim Rice y Andrew Lloyd Weber -fueron también los autores de la exitosísima Jesucristo Superstar-, que primero fue un disco, luego una ópera rock en una breve temporada en el West End londinense, pasó por funciones de testeo en Los Ángeles y San Francisco para finalmente saltar al Broadway Theatre de Nueva York, donde fue un suceso de público y de críticas encontradas de parte de la prensa especializada, lo que no impidió que en 1980 ganara siete categorías de los prestigiosos Premios Tony, entre ellos al mejor musical y para Patti LuPone como la mejor actriz por dar vida a la primera Evita en Broadway.

Sin ningún tipo de atadura histórica -sólo como ejemplo, el Che oficia de narrador-, mucho menos ideológica, con el solo compromiso de ser coherente con los parámetros de efectividad dramática tal como lo entiende el mundo anglosajón, los británicos diseñaron una Evita a la medida del imaginario popular de los 70 sobre mujeres fuertes, protagonistas del tiempo que les tocó vivir.

La principal materia prima de la puesta fueron los libros Bloody Precedent de Fleur Cowles y The Woman with the Whip, de Mary Main, dos biografías contrarias a la figura de Eva, bien lejos de cualquier empoderamiento femenino, que reducían la complejidad de la vida y el carácter de Eva Perón a un rol de mujer pérfida, resentida y con una ambición sin límites, un línea que adoptaron sin cuestionar el dramaturgo Rice y el músico Lloyd Weber.

Pero más allá de los cuestionamientos a la verosimilitud y el rigor histórico, durante cuatro años Evita fue un fenómeno de público y aunque bajó el telón en Broadway en 1983, tres años antes ya había empezado su recorrido mundial con una puesta muy recordada en el Teatro Monumental de Madrid, con el protagónico de Paloma San Basilio, que con 30 años se convirtió en una estrella de reconocimiento mundial por su trabajo en el musical, bajo la dirección del argentino Juan José García Caffi, mientras que en 1981 la argentina Valeria Lynch encabezó el elenco de Evita en México, que estuvo un año en cartel.

Lo cierto es que más allá de estos ejemplos destacados, la ópera subió a escena en decenas de países, desde Alemania a Israel, de Corea del Sur a Brasil, pasando por Turquía, Irlanda, Venezuela y Filipinas, entre tantos otros.

Por supuesto, se impone señalar que la respuesta a esta visión acotada llegó en 1986 con Evita, el musical argentino, con una inolvidable Nacha Guevara a la cabeza de la obra musicalizada por Alberto Favero y escrita por Pedro Orgambide -con una visión que daba cuenta de la historia y del carácter revolucionario del personaje y su obra-, que se presentó en el porteño teatro Maipo y que años después se repuso en el Teatro Argentino de La Plata.

Pero Broadway reclamó una segunda oportunidad y fue en 2012, cuando se repuso Evita en el Marquis Theatre, con Elena Roger como Eva y nada menos que Ricky Martin como el Che, una versión con algo más de “latinidad” (tango incluido), que fue muy exitosa y que significó la consagración de Roger.

El punto más alto de la mirada ajena sobre Eva fue la adaptación del famoso musical inglés al cine en 1996 a las órdenes del realizador Alan Parker, que rodó en parte en Argentina, y tuvo a Madonna como Eva, Antonio Banderas como Che y Jonathan Pryce como Perón, con guión de Oliver Stone y del propio Parker.

Las críticas a la interpretación de Madonna, otra vez la falta de rigor histórico que era inevitable teniendo en cuenta que el relato estaba basado en el musical, no impidió que la película tuviera un razonable éxito en el mundo y cosechara varios premios, como el Oscar a la mejor canción original para “You must love me”, y el Globo de Oro a la mejor película original, actriz para Madonna y también mejor canción.

Pero internacionalmente hubo otras Evitas, mucho menos populares, tal es el caso del telefilme Evita Perón (1981), de Marvin J. Chomsky con una Faye Dunaway totalmente fuera de registro en su composición de una Eva exagerada, propia del estereotipo de las novelas más tradicionales y con un Perón (James Farentino) pintado como un villano casi cómico por lo absurdo de sus características.

Otra ficción curiosa fue el acercamiento a Evita en Carta a Eva (2013), una buena miniserie española con Julieta Cardinali como Eva durante la mencionada gira europea de 1947, en una ficción que imagina el encuentro con la esposa del dictador Francisco Franco, Carmen Polo (Ana Torrent) y Juana Doña (Cármen Maura), una militante comunista condenada a muerte por ser responsable de un atentado en la embajada argentina de Madrid.

Y aunque argentino, Raúl Damonte Botana, conocido como Copi, desarrolló casi toda su obra en el exterior y fue en París donde estrenó en 1970 Eva Perón en el Teatro de L’Eppée de Bois con puesta en escena de Alfredo Arias, una revulsiva obra en francés en donde Evita fue protagonizada por un actor (Facundo Bo), en un relato estridente que buscó escandalizar y sufrió el atentado con una bomba a pocos días de subir a escena, además de significar para Copi la prohibición de ingresar a la Argentina hasta 1984.

Por último en cuanto a miradas del mundo sobre María Eva Duarte, es otro argentino, el mendocino Pablo Agüero radicado en Francia, que presentó en el Festival de San Sebastián Eva no duerme, una oscura película sobre el cuerpo marmóreo de Evita (Sabrina Macchi) que tiene como protagonistas a Imanol Arias como el embalsamador aragonés Pedro Ara; el francés Denis Levant en el rol del coronel Moori Koeni, responsable del secuestro del cadáver de Evita; Daniel Fanego dando vida al dictador Pedro Eugenio Aramburu; y el mexicano Gael García Bernal como el almirante Emilio Eduardo Massera.

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