Los médicos fueron claros. Cualquiera de los seis tiros pudo haber matado a Rosalía Benítez. Ella también fue clara. Cuando estaba parada frente al hombre con el que había pasado los últimos 17 años de su vida le dijo sin tambalear: “Me mataste, hijo de puta”.
Antes de dispararle por última vez, él también fue claro: “Me convertiste en un asesino”.
Pero Rosalía no murió. La mujer de 46 años despertó después de 15 días en terapia intensiva para seguir viviendo. Para Rosalía, vivir depende de que Mario Toledo, su ex marido y quien intentó matarla en septiembre de 2012, continúe preso. Depende, por eso, de la Justicia.
El 21 de septiembre de 2012 Toledo volvió a su casa de Villa Gobernador Gálvez, donde tenía prohibido el ingreso. Sabía que Rosalía y Micaela, su hija de 9 años, estaban solas.
Facundo, el mayor, había salido con su novia. Una semana antes, Toledo le había pedido a su hijo las armas que guardaba en la casa porque, le dijo, había conseguido un trabajo de sereno.
Esa noche, Toledo fue a la vivienda de Libertad al 200 para hablar con Rosalía. Ella no le abrió la puerta y le dijo que se fuera. Un rato después, se metió por el pasillo del vecino y abrió un agujero en la reja del patio. Subió las escaleras que van al techo de la casa y cortó los cables del teléfono. Micaela escuchó ruidos y le dijo a su mamá.
Cuando Rosalía se asomó a la ventana vio que el perro de Toledo movía la cola.
Salió al patio y lo encontró bajando las escaleras. Quedó paralizada. Apenas reaccionó, se metió adentro pero él la alcanzó y empezó un forcejeo en la puerta. Tenía un arma larga en la mano y otras dos en la cintura.
Toledo le pegó a Rosalía en la cabeza con el arma, pero ella logró cerrar la puerta con la ayuda de Micaela. La nena gritaba y le pedía a su padre que se fuera. Madre e hija corrieron a la habitación, abrieron las ventanas y pidieron ayuda a los vecinos. Estaban encerradas. Meses antes habían reforzado la seguridad de las puertas y ventanas para que él no pudiera entrar. Toledo rompió a patadas la puerta del patio y Rosalía lo vio venir por el pasillo. Micaela se había escondido debajo de la cama. “Esto es por todo lo que me quitaste”, le dijo y empezó a disparar. Una, dos, tres, cuatro veces. Rosalía no se movió.
Sentía las balas entrar en el cuerpo y los chorros de sangre salir. “Me mataste, hijo de puta”, le dijo. Él se dio vuelta y salió del cuarto.
Rosalía todavía no sabe cómo agarró a la nena y empezó a caminar hacia el garaje. Toledo la seguía y le gritaba que por su culpa se había convertido en un asesino. “Yo le dije que me iba de la casa, que le dejaba todo, que me dejara en paz”. Al llegar al portón de salida a la calle, Rosalía le pidió a su hija que le trajera la llave: “La nena corrió delante de él y yo creo que por un milagro nunca la vio. Cuando me trajo la llave y me di vuelta para abrir, sentí que me tiró de nuevo en la nuca y en el brazo”.
Rosalía y Micaela abrieron la puerta y corrieron. Los vecinos las hicieron entrar a una de las casas. Nunca perdió el conocimiento. Ni cuando la ambulancia no aparecía y la Policía no quiso llevarla al hospital. Ni cuando su hermana Ada la cargó y la metió en un auto, sin importarle la ley o cualquiera que se interpusiera en su camino. Recién cuando llegaron al Hospital de Emergencias Clemente Álvarez (Heca) y Ada le dijo que podía quedarse tranquila, Rosalía se durmió.
Control y violencia
Rosalía está en el patio de su casa rodeada de mujeres. Las conoció dos meses antes de que Toledo intentara matarla. Cuando él le pegó por primera vez, ella decidió hacer la denuncia y que ese hombre no entrara más a su casa. En la comisaría no quisieron atenderla y ella se asustó. Ahí fue que decidió buscar ayuda y, a través de una amiga, conoció al grupo Amas de Casa del País, que hoy la acompañan a todos lados.
A Rosalía le gusta su casa. Le gustan las puertas y las ventanas abiertas y el patio lleno de plantas. Le encanta invitar a su familia a comer y que sus hijos traigan amigos. Pero lo que más le gusta es no dar explicaciones por cada cosa que hace. No siempre fue así.
Cuando vivía con Toledo todo parecía estar prohibido. Controlaba las visitas, las salidas, los horarios, las amistades de los chicos, hasta tenían que pedir permiso para abrir la heladera y sacar algo para comer. Había puesto espejos en toda la casa y cada vez que Rosalía charlaba con alguien la vigilaba a través de los reflejos.
Rosalía y Toledo se conocieron poco después de que ella enviudara del padre de Nicolás, su primer hijo. Antes de pensarlo dos veces, ya estaban viviendo juntos en la casa de Libertad al 200 en Villa Gobernador Gálvez, con un bebé en camino al que llamaron Facundo. Después vino Micaela y así pasaron 17 años de convivencia. Rosalía se fue alejando de su familia y apenas tenía amigos. Ada, su hermana, era la única que la visitaba todos los días. “Yo veía los maltratos de él hacia Rosalía y los chicos.
Muchas veces me iba llorando y juraba no volver, pero regresaba porque no podía dejar a mi hermana sola”, recuerda Ada, que es casi una ayuda memoria de todo lo que pasó.
Rosalía tenía dos trabajos, uno a la mañana y otro a la tarde. Apenas cobraba, le entregaba todo el dinero a su pareja. Él decía que no alcanzaba, pero no dejaba que ella administrara nada.
Con el tiempo, Rosalía empezó a ver que Toledo no tenía razón en todo. Ahí fue que, por primera vez, no le dio su salario y él le pegó. Era el 20 de julio del 2012. Después de que en la comisaría no le tomaran la denuncia, vinieron las vueltas en Tribunales.
Todo el aparato del Estado la dejaba sola a cada paso, pero ella estaba convencida de que ya no era seguro estar cerca de su marido. Así, consiguió la orden de exclusión del hogar, respaldada por el testimonio de su hijo Facundo.
Toledo fue más allá. A los pocos días, esperó a Rosalía a la salida del trabajo, a metros de la Facultad de Ingeniería de Colón y avenida Pellegrini. Fue a pedirle que lo dejara volver a la casa, pero ella se negó y él le empezó a pegar y a tirarle piedrazos: “Ese día no me mató porque los estudiantes que salían de la facu se metieron”.
Regreso a casa
Después de recibir los seis tiros, Rosalía estuvo en terapia intensiva 15 días, mientras todo Villa Gobernador Gálvez conocía su historia y se movilizaba pidiendo justicia. Toledo seguía libre.
Su familia se turnaba y hacía guardia en el hospital las 24 horas para que nunca estuviese sola. Lo mismo con sus hijos: los tenían escondidos para que su padre no los encontrara.
La seguridad estuvo garantizada por la familia. Ninguna institución estatal actuó.
Quince días después del intento de homicidio, Toledo fue a un hospital a pedir medicación para diabetes. Las enfermeras lo reconocieron, llamaron a la Policía y el hombre quedó detenido.
El caso había tomado tal estado público que todo Gálvez quería cuidar a Rosalía y terminó costándole el cargo al comisario de la seccional 26ª de esa localidad.
Rosalía salió del hospital cuatro meses después y volvió a trabajar. Los médicos que la atendieron dijeron que la mujer se salvó por un milagro: todas las heridas de bala que tenía en el cuerpo podían haberle causado la muerte. Ella dice que la salvó Dios.
Cuando volvió a casa, sus hijos y hermanos habían remodelado toda la pieza. Taparon los agujeros de las balas en las paredes, pintaron, pusieron cortinas y acolchado nuevos.
Rosalía tenía que sentirse en casa, pero sobre todo en una casa de ella, libre de Toledo. Ahora le toca a la Justicia determinar cuánto tiempo vale esa libertad.
“Nunca pensé que podía ayudar a otras chicas”
El grupo de mujeres Amas de Casa del País trabaja en Villa Gobernador Gálvez atendiendo casos de violencia de género. Sin recursos económicos, la ONG organiza charlas informativas pero también acompaña a las víctimas en todo el proceso legal y en la difusión de los casos con el objetivo de crear conciencia sobre la problemática. Luego del intento de homicidio, Rosalía se sumó al grupo activamente, contando su experiencia a otras mujeres e incentivándolas a denunciar los hechos de violencia que viven en sus casas. “Nunca pensé que podía ayudar a otras chicas. Cada vez que vamos a una charla la gente me incentiva a que siga luchando, me dicen que lo que hago sirve”.
Debe decidir la Cámara Penal
En diciembre pasado, Mario Alberto “Cacho” Toledo (57 años) fue condenado a 10 años de prisión como autor de tentativa de homicidio agravado por uso de arma de fuego, portación de arma de guerra y amenazas contra Rosalía Benítez (46). El fallo provocó la indignación y el rechazo tanto de Rosalía como de su familia y de las organizaciones de mujeres que la acompañaron durante dos años en la búsqueda de una condena acorde con los daños que sufrió la noche del 21 de septiembre de 2012. Por eso, a principios de mayo, la fiscal Cristina Rubiolo solicitó el aumento de la pena a 18 años a los camaristas Georgina Depetris, Carlos Carbone y Daniel Acosta.