Rosario amaneció con mucho frío. Pero con mucha expectativa por el debut de Argentina en la Copa del Mundo. Así, poco a poco las calles se fueron quedando vacías, la peatonal lució desolada y los bares se fueron llenando de pasión. Y de color, ya que el celeste y blanco copó cada rincón.
Mientras que en zona sur, hubo un punto donde se concentraron los rosarinos: el ex batallón 121, hoy «Parque Héroes de Malvinas», donde el gobierno de Santa Fe montó una pantalla gigante para seguir las alternativas.
De la expectativa a la euforia. Y de la euforia a la incredulidad. Y de la incredulidad a la bronca. Estados emocionales por los que atravesaron los rosarinos durante los 90 minutos del debut de Argentina contra Islandia por el Mundial de Rusia 2018.
La selección dirigida por el casildense Sampaoli redondeó una pobre actuación ante un debutante rival en citas mundialistas, mostró deficiencias defensivas en el retroceso y el rosarino Messi dilapidó la chance del triunfo con un penal que le atajó el arquero islandés Halldórsson.
La expectativa ya podía palparse desde bien temprano. Mejillas pintadas de albicelestes en niños, jóvenes y adultos. Camisetas, gorros y pelucas para transformar una mañana de sábado en una jornada festiva. No pudo ser. Café con leche, cortado en jarrita, tostados en el desayuno. Algunos más arriesgados, como el Pájaro, le encargaron una pinta de cerveza al mozo. Y vamos, Argentina.
Alain Freyre Fajardo, un colombiano de Santa Marta estudiante de medicina en la UNR, flanqueado por las hermanas Elín y Ailén, pide una foto. Justo llega la mediavuelta del Kun Agüero, mientras los tres posaban para la cámara. Ninguno de ellos ve el gol. Estalla el griterío de los parroquianos del tradicional bar de Pellegrini y Paraguay.
Argentina defiende mal. Caballero ofrece rebote y gol de Islandia. Los rostros se transforman. Sale tanda de café negro para varios, para superar el mal trago. Algunas picadas ya empiezan a marchar a eso de las 11, cuando todavía falta una hora para el mediodía.
Entretiempo. A estirar las piernas o salir a fumar un pucho a la vereda. El solcito atenúa los efectos de un otoño invernal. Empieza el segundo tiempo y otra vez a ocupar los mismos lugares. Se sufre y mucho. Llega el penal y ni siquiera Messi puede. Los rostros de incredulidad de todos cuando parecía no haber otra opción que gritar el segundo.
¡Mozo, la cuenta! Pura decepción entre los parroquianos. Las mejillas empiezan a despintarse para retornar a la cotidaneidad. La fisonomía de Pellegrini vuelve a la normalidad. El puesto ambulante al que tan bien le había ido en la previa, ya no vende con la chapa del resultado puesto. Con los trapos a otra parte. Al menos hasta el jueves contra Croacia.