El expediente para entronizar a Daniel Reposo como procurador general, en reemplazo de Esteban Righi, flota en la incertidumbre del Senado. Ingresará el miércoles próximo con fecha tentativa de votación para dentro de unas semanas: el 6 o el 13 de junio.
Para ejecutarse tal como fue diseñado, el cronograma deberá sortear la audiencia pública y remontar una numerología a priori adversa. De la destreza de los operadores K depende revertir la pendiente y alcanzar los imprescindibles dos tercios de los presentes.
Con un piso de rechazos de al menos 21 votos –lo que exige que haya 42 manos a favor–, en el Senado diagraman hipótesis y variantes diversas. Cerca de Amado Boudou admiten que el empujón definitivo requiere una intervención directa de la Casa Rosada.
Es, justamente, esa herramienta la que en estas horas aparece desdibujada. A modo de queja, en el Congreso reprochan que los habituales interlocutores de Balcarce 50 no hacen los esfuerzos acordes a la situación para sumar los votos a favor de Reposo.
El blanco móvil es Carlos Zannini. Al secretario de Legal y Técnica, considerado un funcionario premium en la galaxia cristinista, le imputan malestar tras una sucesión de episodios recientes que derivan en su trabajo “a reglamento” frente a la cuestión Reposo. La incomodidad del “Chino” tiene varios pliegos. Uno está ligado directamente con la oficina mayor de los fiscales: Esteban Righi reportaba a Zannini. De hecho, el ex ministro camporista resolvió su renuncia luego de una conversación con el cordobés.
Fundacional, el cristinismo desechó conceptos básicos del manual de la política. En el caso Reposo ignoró, por ejemplo, un axioma milenario del sistema: “El que saca, no pone”.
Boudou fue el portavoz público –quizá no el ideólogo, lo que se atribuye a la presidente– de la ofensiva contra Righi y luego acercó un reemplazo. El vice magnificó el rol del abogado de Verónica en las reuniones de directorio de Papel Prensa, como edecán de Guillermo Moreno.
La “falta de voluntad” de Zannini se lee en otros circuitos como manifestación de que su protagonismo está en baja. Le cuentan otras costillas astilladas: la mala hora de Nilda Garré, a quien Sergio Berni le rebanó Seguridad, y el fracaso de la vía negociadora por YPF. A Zannini se le atribuye hacer causa común con Carlos Bettini, embajador argentino en Madrid, para administrar el conflicto Repsol por la vía del diálogo. Como otros ministros, derrapó frente al ímpetu épico que Axel Kicillof inoculó en la presidente con largas exposiciones en Olivos.
Lo de Garré también computa en el debe zanninista. Como Righi, la ministra forma parte del kirchnerismo blanco y progre que reporta al secretario de Legal y Técnica. Pero Garré perdió el pleno control de su cartera tras la designación de Berni como secretario de Seguridad, que a poco de llegar, ante una queja de la ministra, la frenó con tono marcial: “Que te quede claro que yo sólo sigo órdenes de la presidente”.
El uno-dos (un eco del esquema que aplicó Perón en los 70 al designar en una misma oficina a dirigentes de grupos rivales para que se controlen mutuamente) es un mecanismo que se volvió usual: en carteras como Justicia y Economía, el vice ostenta tanto o más manejo que el ministro.
Julio de Vido, a fuerza de amagar con su renuncia, es el único ministro que impidió –por ahora– que una avalancha de jóvenes de La Cámpora se derrame por la cuadrilla de Planificación.
El varias veces pronosticado cambio de gabinete, cuando ocurra, quizá blanquee esa anomalía y eleve a ministros al bloque de neocamporistas que opera desde los segundos planos.
Berni, por lo pronto, se prepara para una larga estadía en Seguridad: su butaca como vicepresidente de la Cámara de Senadores bonaerense, escolta inmediato de Gabriel Mariotto, sería ocupada por Cecilia Comerio, una dirigente ligada a La Cámpora.
De todos modos, el militar retirado no se despega de La Plata: el equipo de asesores que designó en el Senado se mantiene en funciones. Tampoco quiere perderles pisada a los movimientos de Mariotto.