El puntapié para el inicio de la militancia de Facundo Fernández estuvo en la crisis de 2001, primero con las manifestaciones de diciembre, y meses más tarde, cuando viajó a Buenos Aires y participó de una masiva marcha por el aniversario del último golpe del 24 de marzo de 1976. Desde entonces, milita en el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST) y hoy es candidato a intendente por esta fuerza dentro del Frente de Izquierda y de los Trabajadores-Unidad (FIT-U), en alianza con el Partido Obrero (PO).
Fernández divide sus pasiones en dos: la política y la docencia. Aunque las ve muy emparentadas porque “ambas buscan transformar lo que está y cuestionar lo dado, a modo de Paulo Freire». «Las cosas no son así, están así, hay que cambiarlas”, asegura el precandidato, quien da clases en tercer grado de una escuela primaria en barrio Ludueña, donde enseña ciencias sociales y naturales.
—¿Qué es lo que más te preocupa de Rosario?
—Las escuelas amenazadas. Me preocupan un montón de cosas pero saber que trabajás en un lugar y que el título del diario puede ser que balearon a tu escuela me resulta lamentablemente. Ha pasado en muchas escuelas y en varias cerca donde doy clases. La locura que se está viviendo tiene que ver con que se ha ubicado a la escuela como un lugar para que repercuta cierta noticia. Que baleen una escuela o maten a uno de tus alumnos eran cosas de series o películas, pero está pasando. Sabés que te puede pasar en algún momento y es increíble. No lo podés racionalizar. Es una de las cosas que más me preocupa y creo que va a ser parte de la campaña. Tiene que ser parte de la agenda que discuten los candidatos y hay que preguntarles a los responsables qué van a hacer.
—¿Qué propuestas tiene la izquierda en este sentido?
—La izquierda primero analiza la situación. La inseguridad tiene una explicación que no está solamente en canalizar lo que pasa por abajo. Existe un gran negocio de la ilegalidad, el narcotráfico es uno de los negocios ilegales de Rosario. Por responsabilidad policial, política, judicial y empresarial esta ciudad generó un negocio infernal dando muchísimo dinero que después termina en disputa de bandas. Abajo hay disputa de plata pero nosotros nos negamos a discutir solamente el último de los eslabones. Hay que cortar el circuito por encima de los que lavan la guita, los que dejan que entre y salga cualquier cosa por los puertos.
Hay un problema político. Hoy los candidatos y funcionarios miran a cualquier lado, nadie se mete con esto, nadie cuestiona el rol de la Policía. Claramente es cómplice. Tenemos un rol de denunciar esto junto con la marginalidad y la desigualdad que es lo que permite al narco regentear pibes y pibas de los barrios.
Terminar con esa marginalidad sería uno de los primeros buenos comienzos para una política, para que no sean tan fácil reclutar chicos y chicas de los barrios. Pero eso significa invertir, poner plata y nadie dice de dónde va a sacar ese dinero. Todos prometen cosas pero no dicen cómo las van a hacer y la izquierda en general se destaca, aunque suene a latiguillo, a explicar de dónde sacaría el dinero.
—¿De dónde?
—Por ejemplo, cobrando impuestos a los grandes ricos de este país que son un montón, o si el país realmente quisiera desendeudarse y cortar los pagos de deuda externa existe una masa de dinero tan grande que podría destinarse a un shock distributivo, a primeros empleos para la juventud, a aumentar los presupuestos educativos y de salud, a crear obras públicas.
Los padres de mis alumnos están desocupados. No viven en condiciones dignas, entonces hay que mejorar el salario, sí, pero la infraestructura escolar está bastante sobre ruedas. Lo que podemos hacer en el aula durante cuatro o cinco horas es muy difícil de contrarrestar con su vida cotidiana. Son chicos que desde muy chiquitos no tienen una alimentación como corresponde, no tienen calzado ni vestimenta, se les llueve la casa o no tienen casa.
Muchos chicos se cambian de escuela porque se mudó la familia por distintas razones pero la precariedad en la que viven hace que los chicos cambien de escuela, de barrio o se muden de ciudad. Esto pasa cotidianamente y hace a la educación.
Cuando era chico hacía la tarea en mi casa y alguien me ayudaba. Estos chicos no tienen a nadie porque en la familia están haciendo mil changas, no les pueden prestar atención. La educación es una gran preocupación pero todo se resume en recursos. Se necesitan recursos para sacar a la juventud de la marginalidad y para terminar con la desigualdad.
—¿Tenés algún diagnóstico en relación con la violencia contra las mujeres y población LGBTIQ+? ¿Y propuestas?
—No tengo los datos concretos pero soy consciente que en relación a la problemática de la violencia de género no hay ni el cinco por ciento de los refugios que debería haber si una mujer quiere tomar la decisión de separarse del violento. El Estado no garantiza condiciones a una mujer cuando toma la decisión. Muchas mujeres cuando denuncian no les creen, las maltratan de nuevo, las revictimizan, pero no está garantizado que una mujer pueda libremente cortar ese vínculo. Son burocracias, no hay refugios.
Culturalmente se avanzó muchísimo en que la violencia se visibilice más y no se naturalice. Con la ola feminista y las nuevas generaciones se ha podido cortar con eso.
Somos fanáticos de reclamar presupuesto a las leyes, por ejemplo hay una ley nacional contra la violencia pero no está presupuestada. En Rosario tenemos más de un millón y medio de habitantes, debería haber veinte refugios más de los que hay y más contención psicológica y laboral. Estamos a años luz de lo que se necesitaría en términos presupuestarios.
Sobre el colectivo LGBTIQ la situación es parecida. Si bien es una ciudad más abierta que otras, de otras provincias, mucho queda en manos de las organizaciones feministas y los partidos de izquierda, en quienes tenemos esa bandera. Hay que transformar los resortes del Estado para que baje una cuestión más institucional de apertura, respeto y promoción de la libertad total.
Aspiro a una sociedad en donde se pueda incluir libremente. Vamos a tener que seguir peleando, pero también en relación a que los gobiernos y Estados garanticen todas esas posibilidades. No es sólo una cuestión individual de convencer a la gente de que no es una enfermedad, sino que todos puedan vivir y desarrollarse libremente, desde el punto de vista cultural y laboral. Que no haya diferenciación en nada, hoy aún hay bares donde echan a chicos porque se besan.
—Se cumplen 40 años de democracia; ¿cuáles son los mayores valores que se construyeron y cuáles son las mayores deudas?
—El mayor avance es que esta sociedad hoy no tiene margen para que vuelvan los milicos. Que haya una conciencia de que los militares nunca más para mi es de lo mejor. La sociedad argentina es bastante particular en el mundo porque el proceso de haber echado a los milicos en el gobierno después de Malvinas no se dio en otro lugar. Hay otros procesos históricos en donde no se logró el avance que se logró acá, se los echó en la calle movilizándonos.
Y hoy si bien la gente puede pedir más seguridad o policía en las calles no ve como una herramienta que vengan los militares a gobernar. Uno no lo piensa pero este país estuvo muy marcado durante muchas décadas por fracasos de determinadas facciones políticas y los militares venían a querer poner orden y ya hace cuarenta años que no pueden hacerlo. Eso es fantástico.
La deuda es que desde las clases populares, trabajadoras, desde la izquierda y los sectores que queremos transformar la sociedad, ante el fracaso evidente de los partidos tradicionales todavía no logramos una herramienta que pueda constituirnos como una fuerza que se proponga ser gobierno. Es por lo que militamos, intentamos superar esa traba porque a veces la gente sabe lo que no quiere pero no termina de encontrar lo que sí. Y en la izquierda todavía no ve una herramienta que realmente pueda ser gobierno y es un problema que tenemos que resolver.
—Decías que el mayor avance es que la sociedad tiene en claro que los militares no van más, sin embargo está en la conversación pública la pregunta acerca de si crecen o no los discursos fascistas en la Argentina, hay figuras políticas que a veces se asocian con esto. ¿Ves que crece socialmente esa simpatía? ¿Te preocupa? ¿Cuál es la respuesta de la izquierda?
—A lo mejor cuando uno habla en términos absolutos está mal, no toda la sociedad sacó la conclusión de que los milicos nunca más. Pero la gran mayoría no quiere. Me parece que, por ejemplo, el fenómeno Milei refleja otras cuestiones, una parte son los focos que a lo mejor les encantaría que gobiernen los milicos pero por suerte es una minoría en el país.
Creo que Milei agarra mucho descontento y hartazgo de un montón de gente a la que también tenemos que hablarle, porque es gente enojada que busca un loco enojado y dice: ese. Pero no hay claridad en cuál va a ser su plan económico, él dice dolarización. En el votante y en las encuestas refleja más bronca y voto a ese loco que quiere romper todo porque los odia a todos, más que adherir a un discurso fascistoide. Pero también es el comienzo de una posible fuerza política que se desarrolla en ese sentido y eso hay que frenarlo.
No me animaría a decir que un Milei hoy no terminará como un Trump o como un Bolsonaro. Así empezaron. Milei está en los albores de eso, pero si uno no lo combate puede avanzar. Sobre todo porque el que adhiere a ese tipo de políticas es una persona que está harta, cansada y con bronca. Probablemente lo que venga a este país es más ajuste, más desocupación, más inseguridad por lo tanto el caldo de cultivo para que esto se desarrolle existe. A su vez, son condiciones para proponerle a todo ese sector las propuestas de la izquierda que son de verdad las que transforman.
—¿Cuáles son?
—Un loco como Milei plantea la dolarización como gran receta mágica y nosotros lo que decimos es que en este país para que no haya inflación, para que se termine con la pulverización del salario, hay que empezar a tocar un montón de intereses que Milei no tocaría. Al contrario, es el capitalista a ultranza y justamente esos capitalistas son los que tienen que dejar de ganar para que la población se vea beneficiada.
No hay que inventar nada, en el presupuesto argentino más de la mitad se destina a la deuda externa. Aunque parezca un cliché y lo venimos diciendo hace cuarenta años es la pura verdad. Todo lo que se produce se termina yendo a un pago de algo ilegítimo, está totalmente demostrado. Además, desde lo moral, los gobiernos que son elegidos y representan los partidos tradicionales siguen optando esto como la mejor opción para intentar desarrollar al país. Es una utopía completa, si tenés un presupuesto y la mitad se lo destinás a la deuda y a la vez querés resolver todos los otros problemas que tiene la población con lo que te quedó cuando lo que quedó es nada. Entonces vas refinanciando, como Massa en China buscando dólares.
La izquierda dejaría de destinar esos fondos a esa deuda y empezaría a destinar todo a las mayorías populares, a resolver los problemas que tiene la gente.
En principio generaría una transformación, esos miles de millones de dólares serían dispuestos a obra pública, a construir escuelas, hospitales, a aumentar salarios, a generar mayor consumo porque de esa manera vas fomentando la posibilidad de poner más poder adquisitivo a la población que menos tiene y abrir fábricas, reconstruir una Argentina que permita tener trabajo genuino. Este país tiene capacidad instalada, supo tener un montón de industrias que las fueron dejando caer. Hoy los grandes negocios son tener pooles de siembra y apostar a que la soja esté en un precio alto y nadie discute si es mejor ganadería, si es mejor trigo.
No hay una discusión democrática de qué es lo mejor para este país. Hay cuatro personas que toman decisiones, empresarios que son beneficiados y un ochenta o noventa por ciento de la población que mira y termina recibiendo migajas.
Cobraríamos grandes impuestos e intentaríamos rediscutir la propiedad de la tierra, y que esté al servicio de las mayorías porque hoy está al servicio de la exportación.
La izquierda tiene que intentar explicar qué haría, cómo lo haría y ver si puede empalmar con esa bronca que hay. Tiene un desafío superior y esto explica que haya internas. Hay quienes nos proponemos que el frente se abra y trabaje con otros sectores, que incorpore independientes, intelectuales, artistas.
Si no sos del MST, PO o PTS, no sabés cómo hacer para estar en la izquierda. El desafío es trabajar con gente aunque no opine exactamente lo mismo pero tenga tres puntos de acuerdo. Invitarlos a participar.
—¿Esto incluye a otros partidos?
—Me cuesta pensarlo pero los programas se construyen. No creo que sea un límite pero sí me parece que el programa lo define. A lo mejor un grupo u organización no se define de izquierda pero estás de acuerdo cuando hablás de economía, de redireccionar los recursos, cuando planteás la defensa de los derechos humanos, que la educación sea pública y no privada, que la salud sea para las grandes mayorías.
El concepto de izquierda es más amplio que la izquierda troskista pero debe haber una instancia de debate, la gente evoluciona en sus pensamientos y pretender que toda la izquierda esté concentrada en el Frente de Izquierda y no haya nada más, es medio sesgado. Niega la participación, la discusión y el intercambio. Si no nos desarrollamos en este sentido vamos a seguir estancados.