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Falleció el escritor Jorge Semprún

A los 87 años, falleció en París el escritor español Jorge Semprún, militante político,  sobreviviente del campo de concentración de Buchenwald y ex ministro de Cultura de España.

El escritor español Jorge Semprún falleció hoy en París (Francia) a los 87 años, después de una larga carrera como autor y como militante político, comunista y socialista, sobreviviente del campo de concentración de Buchenwald y ex ministro de Cultura del premier Felipe González, informaron fuentes cercanas a la familia.

Entre sus libros se cuentan «Adiós, luz de veranos…», «El largo viaje», «Viviré con tu nombre, morirás con el mío», «Aquel domingo», «La montaña blanca», «Autobiografía de Federico Sánchez», «Federico Sánchez se despide de ustedes», «Netchaiev ha vuelto», «20 años y un día», «La escritura o la vida» y su biografía, del año pasado, «Lealtad y traición».

Semprún es el epítome del intelectual comprometido que ignorando los peligros de la jugada, no dudó en afiliarse al Partido Comunista Español durante la dictadura de Francisco Franco. Así como tampoco dudó en disentir de la línea de hierro impuesta por Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri, «la Pasionaria», que le valieron la expulsión del partido y casi de inmediato el exilio: no había cumplido aún los veinte años.

«Están desapareciendo los testigos del exterminio. Bueno, cada generación tiene un crepúsculo de esas características. Los testigos desaparecen. Pero ahora me está tocando vivirlo a mí. Aún hay más viejos que yo que han pasado por la experiencia de los campos. Pero no todos son escritores, claro. En el crepúsculo la memoria se hace más tensa, pero también está más sujeta a las deformaciones», dijo en una entrevista del año 2000.

Y agregó: «¿Sabe usted qué es lo más importante de haber pasado por un campo? ¿Sabe usted qué es exactamente? ¿Sabe usted que eso, que es lo más importante y lo más terrible, es lo único que no se puede explicar? El olor a carne quemada». Ese era

Semprún, deportado a Buchenwald a los 20 años, y de donde salió por casualidad dos años después, cuando el `lager` fue liberado por las tropas norteamericanas.

Semprún nació en Madrid el 10 de diciembre de 1923. Su madre murió antes de que él cumpliera ocho años. Cuando se desató la guerra civil, todos los hermanos partieron a La Haya donde su padre era embajador en los Países Bajos.

Perdida la guerra a manos de la reacción, la familia del futuro escritor se instaló en París. Estudió en el liceo Henri IV. En 1942 ya era miembro del Partido Comunista. Su tesis había expuesto las ideas del filósofo Emmanuel Levinas.

Desde el principio, miembro de la resistencia antinazi, en su célula también operaban Marguerite Duras y Francois Mitterrand, y el esposo de la escritora, capturado por los nazis, Robert Antelme, que precisamente a la vuelta de Buchenwald, descubierto entre una masa de cadáveres, escribió un testimonio, acaso uno de los más estremecedores de esos tiempos, «La especie humana».

En 1943 cayó Semprún. Fue torturado en una comisaría parisina por la Gestapo (que lo sometió a horas de `submarino`, sin lograr que abriera la boca); deportado a ese mismo `lager` junto a otros camaradas, obligados a trabajos forzados, comiendo lo que podían, sobrevivieron por juventud, odio y deseo. Y porque ese frente de la guerra, los alemanes lo tenían perdido. Jamás en ese tiempo se cruzó con Antelme.

En abril de 1945, los norteamericanos abrieron el campo. Los presos morían por demolición, cansancio, frío, hambre. Buchenwald no era un campo de exterminio. Entre los vivos, quedaba un grupo de partisanos yugoslavos, y perdido en algún lugar, Antelme, que después, en un desvarío, lo acusó de traición.

El preso número 44.904 era un español, comunista, miembro de la Resistencia. Los norteamericanos se miraban sorprendidos: los ojos de Semprún, según él cuenta en «El largo viaje», se ahuecaron; su mirada se hizo hosca; no iba a ser un tipo dócil, ni fácil de tratar, nunca. La militancia política, al lado de la guerra, era un juego de niños; la democracia formal, la ilusión superestructural. Semprún todavía pensaba así.

Y nunca se enteró -hasta muchos años después- que uno de sus compañeros en la clandestinidad antinazi había sido Samuel Beckett, un irlandés con cara de águila, discreto hasta la exasperación, que escritor que como él, jamás hizo alarde de sus actividades durante la guerra.

Eran tiempos de militancia. Semprún pasó a llamarse Federico Sánchez. Así entró, clandestino otra vez, a la España de Franco. Pero todo se fue al garete cuando en 1964, en sincronía con otras purgas en el mundo, las autoridades del PCE lo expulsaron junto a Fernando Claudín, como en la Argentina hicieron con José Aricó, Miguel Murmis, Juan Carlos Portantiero, Juan Gelman y José Luis Mangieri, entre otros.

El escritor se volvió a París, y desde esa tribuna fue testigo del advenimiento de los Beatles, los Stones, la nueva izquierda, las fricciones entre chinos y soviéticos, el mayo francés, la radicalización política de las juventudes europeas, la reacción contra la invasión norteamericana a Vietnam, y la espectacularización casi industrial de ese fenómeno.

Escribió siempre, revisó sus presupuestos teóricos, no dejó que los nuevos filósofos de la derecha francesa dieran por tierra con el Marx de la economía política, pero descreído del espontaneísmo revolucionario, entre 1988 y 1991 aceptó ser el ministro de Cultura del socialista Felipe González, una gestión marcada a fuego por sus discrepancias con la burocracia del PSOE, razón por la cual presentó su renuncia indeclinable.

Semprún también fue guionista de cine: trabajó con Alain Resnais, Costa Gavras y con el argentino Hugo Santiago (el guión de «Las veredas de Saturno» lo escribió a cuatro manos con otro compatriota, Juan José Saer, que nunca se cansó de elogiar en público al viejo guerrero).

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