Es cierto que, como decía Friedrich Nietzche “el ave de Minerva levanta vuelo al atardecer”, algo que traducido a la jerga popular viene a ser “con el diario del lunes cualquiera adelanta un resultado del partido (de fútbol)”. Sin embargo, en el momento en que cayó el Muro de Berlín y triunfó el capitalismo, algunos anticiparon el desastre que sobrevendría. El tema es que el éxito de “occidente” fue tan arrollador que nadie quiso oír nada más. En Argentina eso significó privatizaciones para fabricar desempleo (sano, como les gusta decir a los economistas ortodoxos), achicar el rol del Estado (a pesar de que estuvo presente cuando había que darle palos a los desocupados transformados en piqueteros reclamando trabajo). Pocos se atrevieron a desmentir al neoliberalismo triunfante porque lo que decía parecía que era la verdad infalible, la naturaleza de las cosas y que no se podía marchar en contra.
La verdad de la cuestión no tardó en llegar y, en Argentina, la década menemista neoliberal, dejó un tendal que el gobierno de la Alianza no supo y no quiso reparar, por lo que llegó el estallido social de 2001. Con la llegada de la crisis a Estados Unidos en 2008 Argentina fue testigo de que no pasó solamente a sus habitantes, sino que el fenómeno se repitió en el primer mundo.
El economista coreano, de la corriente neokeynesiana, Ha-Joon Chang cuenta en su libro 23 cosas que no te cuentan sobre el capitalismo precisamente eso. Lo que no dijeron cuando ganó el “discurso neoliberal”, hace más de 30 años con el Chile de Augusto Pinochet, la Inglaterra de Margaret Thatcher y los Estados Unidos de Ronald Reagan y que dio su estocada final con la caída del Bloque Socialista.
Enmarcado en una serie de libros de economía para un público amplio, al igual que el libro de Alfredo Zaiat Economía a contramano, Chang explica de manera sencilla y didáctica, con claros ejemplos, la otra faceta de los principales argumentos esgrimidos por economistas como Friedrich von Hayek, Milton Friedman, Alan Greenspan o los cerebros que nutren al FMI y al Banco Mundial, entre otros. En tanto, en nuestro país los adalides del “pensamiento único”, los convencidos del neoliberalismo son Alfredo Martínez de Hoz, Domingo Cavallo, Carlos Melconian, Alfonso Prat Gay, esto es, la gente que nutrió y que manejó la economía argentina durante los años 90 y un poco más. En la ciudad también tenemos nuestros gurúes que no previnieron la crisis de 2001, ni el corralito; están Antonio Margariti y la base de think tank conocida como Fundación Libertad.
Elige tu propio aprendizaje
¿Cuáles fueron esos argumentos de oro que el carro triunfal del neoliberalismo impuso como verdades? En primer lugar, Chang propone varias formas de leer su libro. Al estilo de Elige tu propia aventura organiza un recorrido por las páginas para lectores de todo tipo, desde los que no saben nada acerca del capitalismo, hasta los que ya tienen una idea general de estas cuestiones. Esas líneas de lectura, como primera salva de fuego, apuntan a comenzar a derrumbar lugares comunes, formas de pensamiento que tienen los homologados ciudadanos de cualquier parte del mundo. Chang propone pensar diferente y eso lo demuestra a lo largo de todo su libro.
Punto por punto
“No hay mercados libres” comienza Chang refutando el objetivo propuesto por los economistas ortodoxos que reclaman a gritos la libertad de mercado, y el argumento es que, hasta en los países más liberales, el mercado está regulado. Cuando no se cae en las hipocresías de disfrazar intervenciones del Estado para rescatar a bancos y al capital financiero. “Las empresas no se han de gestionar en beneficio de sus dueños”, propone luego el coreano señalando que en los últimos tiempos, en las grandes empresas, los accionistas dejaron todo en manos de ejecutivos que incrementaron sus ganancias. La contraparte de esto es que lo hicieron a expensas de los trabajadores, doblegando sus derechos y haciendo trampa en el valor de las acciones, sin contar los altos sueldos que se llevan los gerentes. Como ejemplo va que si General Motors hubiera guardado en un banco el dinero pagado a gerentes y aumentado mágicamente en las acciones, no hubiera necesitado un crédito de 35 mil millones de dólares para salvarse. En realidad, lo que hizo el neoliberalismo fue hacer una transferencia de recursos de los sectores más bajos a los más altos.
“En los países ricos, la mayoría de la gente cobra demasiado”, y con este lema Chang demuele el axioma neoliberal de que una persona cobra más de acuerdo a su capital humano, es decir, que sabe más, o por lo que trabaja. ¿Cómo puede ser que un chofer de colectivos de Suecia cobre 50 veces más que uno de la India? Lo que sucede, dice Chang, es que el país nórdico tiene restricciones en su economía y el trabajo está más protegido, o por lo menos lo estaba antes que llegara el neoliberalismo.
Teoría del derrame que no fue
“Enriquecer a los ricos no nos enriquece a los demás”, es la aseveración de Chang y es muy cierta. Durante la década de los 90 aumentó significativamente la cantidad de ricos y se disparó la diferencia entre los que más tenían y los que tenían menos. España vive igual situación en este momento y todo gracias a las recetas del Fondo Monetario Internacional, que no son otras que las del nuevo libre mercado. Ellos, los grandes gurús de la economía decían que había que permitir que los ricos ganaran mucho porque esa riqueza se iba a derramar, se iba a volcar hacia los pobres.
En Argentina como en España casi ni migajas cayeron. La teoría del derrame no sucedió en Argentina porque los capitales fugaron gracias a la libertad que tenían. Solamente los que no tenían conocimiento, que fueron muchos, de las acciones de los bancos y los grandes empresarios, que se llevaban la plata al extranjero, quedaron atrapados en el tristemente célebre “corralito”. En tanto, la península ibérica se puede vanagloriar de tener dos multimillonarios nuevos pero casi seis millones de desocupados. Eso es porque no hay demasiada libertad para los empresarios, siguen diciendo los economistas liberales. El interrogante es: cuando hubo, ¿qué hicieron de bueno? Chang pone como ejemplo que en 1819 en Inglaterra se impusieron tibias leyes laborales sobre trabajo infantil porque prohibían el trabajo de menores de nueve años. Los liberales se exaltaron y decían “qué problema hay, los niños quieren trabajar y los patrones les quieren dar trabajo”. Justamente cien años más tarde, el Congreso argentino debatía la ley de ocho horas de trabajo. Cierto público ligado a la Sociedad Rural Argentina exclamó que era una medida en pos de la haraganería, que iba a traer pérdidas a los empresarios, entre otros males; ¿esos son los obstáculos que llevaron al fracaso al neoliberalismo?
Atorrantes que no emprenden
Uno de los caballos de batalla del neoliberalismo es lograr imponer la ideología del individualismo en el sentido de que cada uno es responsable de su éxito. Si no lo tiene es porque es un haragán. Sin embargo, Chang en el capítulo “En los países pobres hay más iniciativa empresarial que en los ricos” demuestra lo contrario. En los países subdesarrollados, por cada holgazán hay cuatro o cinco personas que están emprendiendo algo que, por cierto, sirve para subsistir porque en la mayoría de los casos no tiene el espaldarazo del Estado.
Con una mirada global, Chang sale al cruce de los argumentos que utiliza el neoliberalismo para justificar sus fracasos. Una broma sobre los líderes del neoliberalismo que se permite Chang es cuando cita a Sarah Palin (ex candidata a presidente de Estados Unidos por el Partido Republicano, defensora a ultranza de minimizar el papel del Estado en temas como la salud, a la vez que fundamentalista opositora a la legalización del aborto) pensaba que África era un país y que lo había “aprendido” en una película de Disney. Más allá del chascarrillo, Chang afirma que la mayoría de la gente ve a África como un continente, sin diferencia de continuidad, caracterizado por el hambre, la corrupción, las luchas interétnicas, las enfermedades. Se cree que los africanos no quieren trabajar y que, dadas las riquezas naturales, esperan bajo la palmera a que caiga un coco. El pensamiento se asimila a determinado tipo de rumores que circulan en Argentina ¿Cuánta gente le falla al capitalismo? Así no puede funcionar, con tantos haraganes. La opción sería: ¿Por qué no pensar diferente?