Por Gustavo Galuppo
Cantos de sirenas. Músicas como hechizos. Golpes de procedencia incierta. Silencios que se propagan. Secretos oídos de modo furtivo. Ecos de otros tiempos. Crujidos que delatan. Atmósferas que aplastan. El universo sonoro descripto por David Toop en su libro Resonancia siniestra permanece sujeto invariablemente a una cierta idea de lo siniestro. De lo desconocido y de lo invisible. De lo que se escabulle dejando apenas el rastro de una vibración fugaz y misteriosa; reberverancia de otros tiempos, de otros mundos o de otras realidades alucinadas. El sonido es aquí, de algún modo, el enigma, lo que no se deja apresar en el tiempo ni ubicar con claridad en el espacio. Fantasmal, ese sonido teje las coordenadas de un territorio inestable siempre susceptible de ser invadido por lo informe, lo aterrador o lo hechizante, lo que por desconocido atraviesa el umbral de las realidades tangibles o visibles para asentarse en un más allá de lo racional. De algún modo, aquí el sonido siempre proclama la existencia de (o desde) un más allá. Más allá de las paredes quebrando los límites entre lo público y lo privado. Más allá de lo discernible trastocando la experiencia cotidiana. Más allá de lo humano abriendo ya los portales al país de lo inefable o a la revelación mística. Pivoteando en esta cartografía de lo inestable, David Toop aborda el fenómeno sonoro pero no desde las características físicas del sonido, sino desde la esquiva experiencia de la escucha. Y así propone una especie de fenomenología del acto de escuchar revisada históricamente entre rodeos y digresiones personales.
John Berger y Sigmund Freud atraviesan este libro desde su misma gestación. Berger, proponiendo una especie de modelo canónico con su mítico “Modos de ver”, y Freud, con sus consideraciones acerca de lo siniestro. Desde allí, sin embargo, Toop toma caminos diversos y erráticos que convierten a Resonancia siniestra en una propuesta por demás de singular (y, hay que decirlo, por momentos difícil). Si es cierto que hay aquí una conceptualización de la experiencia de la escucha, también es cierto que el abordaje escapa a esa premisa para recalar en los terrenos más inciertos del diario personal y del ensayo poético. Gran parte (aunque no todo, claro) del texto se dedica a hurgar en la representación del sonido y de la escucha durante la prehistoria del registro sonoro, es decir, antes de que haya existido la posibilidad técnica de grabar y almacenar el sonido. ¿Dónde buscar entonces las claves de esa historia no registrada? ¿Cómo se pensaba el sonido en esos momentos históricos? ¿Cómo se representaba? ¿Qué lugar asumía frente a la aparente hegemonía del sentido de la vista por sobre el del oído? La respuesta parece hallarse en otros medios expresivos: la pintura y la literatura.
En un recorrido histórico aunque no necesariamente cronológico, se van proponiendo análisis de textos y de pinturas en las cuales la representación del sonido asume un rol importante y desplaza a la vista. El silencio. El secreto. Lo horroroso. Lo mágico. El hechizo. El conglomerado es amplio: desde mitologías diversas hasta Virginia Wolf o Flaubert, desde los pintores holandeses y Nicolaes Maes hasta la pintura contemporánea, y también el cine entrando ya en la historia, desde Robert Wise hasta David Lynch. Así, el tejido de lo abordado se redimensiona constantemente ampliando las lecturas y construyendo tanto un universo peculiar del acto de escuchar como un diario personal del mismo Toop poniéndose en situación frente al fenómeno sonoro.
La forma elegida es, de algún modo, la de un diario íntimo improbable, sesgado por un único y excluyente interés: el sonido como trazo espectral y la escucha como experiencia de lo desconocido. De allí que el recorrido no asuma la estructura lógica de una línea de pensamiento claro ni la cronología estricta de un seguimiento histórico. No, el camino elegido por David Toop es el dictado por su propia experiencia, por sus propios intereses y su vida personal, proponiendo así continuos desvíos y circunvalaciones que hacen del viaje un derrotero asediado por una cierta idea de la dispersión constante. Pero dispersión propia del soliloquio del diario personal, característica constituyente de esta forma en la que aquí un fenómeno particular es abordado desde lo arbitrario de la propia experiencia. Idas y vueltas. Desvíos. Digresiones. La arbitraria red asociativa esgrimida sobre lo visto y oído en la propia vida trazan en Resonancia siniestra la posibilidad de un estructura fluyente y escurridiza. Esto no es, de ningún modo, una historia de la experiencia de la escucha, sino el modo peculiar en que David Toop se constituye como oyente, como músico, y como pensador en relación al tema: “A través de los años, he imaginado el sonido de estos pájaros como una composición fantasmal de aquello que me gusta, o parcialmente me gusta: pájaros penetrantemente locuaces como los cuervos, las urracas y los arrendajos; la agitación con la que el agua se desliza sobre el agua, mientras una congregación negocia salmos gaélicos en una isla de Lewis”.
O también en la interesante lectura que hace de la serie de pinturas de Nicolaes Maes sobre los “oyentes furtivos” (algo así como un voyeur de la escucha): “Maes pintó obras relacionadas específicamente con el sonido como traidor de lo ilícito y lo prohibido. En la línea de la serie de las oyentes furtivas, The jealous husband (El esposo celoso), pintada en 1655 o 1656, muestra a un hombre al pie de una escalera, sonriendo pero con una expresión de pena por sí mismo. Su dedo está cerca de su boca pero señala en la vaga dirección de una escena clandestina. Lo que él escucha en la habitación sólo visible para el espectador es una criada hablando con otro hombre. El título sugiere que está teniendo un romance con su propia criada, lo que lo vuelve a la vez patético y procaz: su voyeurismo contiene su propia humillación, pues lo que escucha es la usurpación de una posición que jamás debería haber ocupado”. Canto de los pájaros como composiciones fantasmales, oyentes furtivos representando la escucha como un acto de auto humillación; en este universo propuesto desde la experiencia personal de Toop, el oyente es siempre un medium capaz de evocar (o invocar) a lo siniestro, lo enigmático, o lo prohibido. Según el propio autor: Resonancia siniestra parte de la premisa de que el sonido evoca; es un fantasma, una presencia cuyo lugar en el espacio es ambiguo y cuya existencia en el tiempo es transitoria. (…) Quien escucha con atención es como un medium que descorre la sustancia de lo que no está del todo allí. Escuchar es, después de todo, siempre una forma de la escucha furtiva”.
Entre la reflexión, el diario personal, y el ensayo poético, David Toop dispone entonces las fichas para el juego de un proyecto singular: poner en perspectiva la experiencia de la escucha frente a la preponderancia de la vista en una cultura (híper) visual que ha relegado siempre el sentido del oído a un rol secundario. Lo fantasmal, lo ilícito, lo sobrenatural, lo siniestro, constituyen aquí el eje de la experiencia sonora. El oyente sería un medium, y el sonido, de algún modo, vendría siempre a desbaratar las dudosas certezas provistas por la mirada.
Crítico y artista sonoro
El británico David Toop es músico, escritor, curador y artista sonoro. Fue miembro de The Flying Lizards y cofundador de The London Musicians’ Collective, un colectivo de improvisación musical que contribuyó, a partir de los años setenta, a la constitución de la escena experimental inglesa. Pese a ser, con más de una veintena de discos en su haber –el primero de ellos publicado en el mítico sello de Brian Eno, Obscure–, uno de los más destacados exponentes de la música ambient experimental, se lo conoce mayormente por su labor como crítico e historiador musical. Además de haber sido editor adjunto y columnista de importantes revistas temáticas como The Wire y The Face, Toop es autor de varios libros considerados fundamentales, entre ellos se encuentran Rap attack (1984), Ocean of sound (1995) y Haunted weather (2004).