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Farsante, mentiroso, comediante

Jorge Rial cerró en Rosario su gira de seis meses con “El ángel y demonio del espectáculo”, en el que desgrana todo aquello que no dice en la pantalla chica acerca del mundo de la farándula vernácula.

Por Miguel Passarini | El Ciudadano & la gente

No es actor, lo dijo hasta el cansancio. Sin embargo transita el escenario con cierta holgura, quizás porque en el fondo no mide las consecuencias de lo que genera con sus dichos y acciones o quizás, por el contrario, tiene muy claro qué quiere y a dónde quiere llegar, y siempre estuvo actuando.

Ni ángel ni demonio, más allá de la alusión al nombre de su espectáculo, Jorge Rial es un producto televisivo ciento por ciento y con identidad propia, que no reniega de lo que es y de lo que ha construido a su alrededor (su gran mérito), y que ha encontrado en el teatro, en el contacto directo con el público, un frontón sobre el cual hacer rebotar todos sus “conocimientos” acerca de los secretos mejor guardados de la farándula, rótulo amplio y tendencioso, si los hay, a la hora de agrupar a personajes mediáticos, muchos de ellos inventados por él, a los que se suman políticos y deportistas (los verdaderos artistas deberían quedar afuera, aunque muchos mueren por sentarse en el living de Intrusos), entre otros inclasificables esperpentos de la pantalla chica como Zulma Lobato o Ricardo Fort, a todas luces imposibles de rotular, y ambos de corta vida en el medio (ojalá así sea).

Jorge Rial es un producto televisivo ciento por ciento y con identidad propia, que no reniega de lo que es | Marcelo Masuelli
Jorge Rial es un producto televisivo ciento por ciento y con identidad propia, que no reniega de lo que es | Marcelo Masuelli

El juego que ofrece El ángel y demonio del espectáculo, ganador del Estrella de Mar al mejor varieté de la temporada marplatense, parte de la idea de que el conductor ha muerto tras un accidente, y que se encuentra en una especie de limbo en las puertas del infierno donde será el Diablo (que aparece en un off) quien le dará un instructivo de cómo ser más malo para quedarse allí, o bien volver a la Tierra a consecuencia de su aparente “bondad” a la hora de contar las verdades del mundo del espectáculo.

De este modo, Rial volvió a Rosario donde parece jugar de local. Ya había estado al comienzo de la gira de seis meses que cerró el jueves en City Center, con dos funciones a pleno en el Broadway, y ahora abarrotó el Centro de Convenciones Gran Paraná, ámbito al que debieron agregarle sillas para conformar los deseos de unas 2 mil personas que ovacionaron al conductor como si estuvieran frente a una estrella de rock.

Se trató de un público protagonista al que no le importó la demora de más de media hora del comienzo del show, como tampoco la visión dificultosa que ofrece la sala que no ha sido pensada como un espacio teatral sino como un auditorio, independientemente de algunas pantallas que mejoraban un poco la cuestión. 

A la gente no le importó nada porque lo que vendría después de la espera serían dos horas de una especie de Intrusos en el espectáculo recargado, con más “sangre” e intimidades de las que ofrece a diario el envío de América, y con un Rial dispuesto a blanquear muchos de los mitos y leyendas que deja entrever en su programa.

Durante el espectáculo, Rial busca y encuentra la complicidad del público | Marcelo Masuelli
Durante el espectáculo, Rial busca y encuentra la complicidad del público | Marcelo Masuelli

Entiéndase: allí aparecen involucradas en un gran circo las chicas que simulan ser mediáticas pero que usan el medio para ejercer el oficio más viejo del mundo, del mismo modo que señoras sexagenarias (en el mejor de los casos) que como en La muerte le sienta bien son capaces de todo con tal de verse más jóvenes, incluso recurrir a la mentira más ridícula, la del photoshop, para aparecer en las revistas. En ese momento, Rial juega con el público mostrando sin amilanarse las copias originales de Susana, Moria, Mirtha y de otras como Graciela Alfano, Wanda Nara o Nazarena Vélez. Todos aplauden, el se ríe cómplice, y recuerda los juicios que debió y deberá afrontar, al tiempo que no pierde momento para pegarle a su enemigo más íntimo, Gerardo Sofovich.         

Pero antes, las patéticas y espásticas peleas mediáticas, medio armadas, medio desbordadas e incontenibles de “bailando”, “patinando” o “afanando” por un  sueño, también dan soporte a la propuesta quizás en su mejor momento, con un Rial, autodefinido como “inventor de monstruos mediáticos”, que no da tregua a nada ni a nadie, ni siquiera a aquellos a los que parece tenerle cierto cariño. Igual, el humor lo puede todo: es imposible no reírse en algunos pasajes aunque por momentos la supuesta “maldad” del conductor adquiera dimensiones impensadas. De todos modos, demás está decir que si Rial ocupa el lugar que ocupa, tanto arriba como abajo del escenario, es porque el público le levantó el pulgar, al menos la función del jueves fue la prueba más contundente de semejante afirmación. 

Entrando de lleno en el espectáculo –que contó con el aporte de los guionistas Sergio Marcos y Martín Guerra, puesta de Manuel González Gil y producción de Javier Faroni–, el conductor llega a un punto que después no puede sostener. No porque Rial no se banque el tránsito, dado que hace gala de un histrionismo que también le ha servido para tomarse con mucho más humor lo que pasa por su programa, que atraviesa su décima temporada en pantalla como líder absoluto en su rubro, sino porque en el afán de conformar al público, las bailarinas que lo acompañan a lo largo del show bajan a la platea micrófono en mano para que la gente pregunte lo que quiera. Y así lo hacen, muchos menos piadosos que el propio conductor. Cierto es que Rial sabe qué decir y cómo decirlo, pero el desborde provocado por el patético deseo de protagonismo de algunos de los presentes, hacen que el show pierda el ritmo que había alcanzado.         

De todos modos, y tal como dice una de las canciones que integran el show, Jorge Rial es un “farsante, mentiroso, comediante” que ha sabido cómo granjearse el interés de ése público al que se debe.

Ya se sabe, más allá de todo juicio de valor, es el público el que siempre tiene la última palabra, y hasta quizás Andy Warhol tenía razón cuando dijo que “a todo el mundo le debería tocar 15 minutos de fama en la vida”.

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