“Fui a la escuela Escuela N°64 «Tte. Gral. Pablo Riccheri» de Rosario, después al Superior de Comercio y además cursé Ingeniería Electrónica en la Universidad Nacional de Rosario, aunque no la llegué a terminar la carrera por cuestiones laborales y por dedicarme un poco al básquet”. Federico Boelaert sacó provecho de sus pasiones y aprendizajes para ser uno de los responsables de perfeccionar el arbitraje del básquet a nivel mundial.
“Me encuentro acá, en Tokio, trabajando para FIBA en mi rol de ‘Video Operator’, operador de video, que no describe mucho mi función porque muchos lo relacionan con el VAR del fútbol, con la repetición, pero está más ligado a brindar cuestiones estadísticas sobre los árbitros de FIBA”, sostiene Federico. El rosarino forma parte del departamento de arbitraje de la Federación internacional y tiene la responsabilidad de durante un partido generar toda la información estadística y audiovisual de los árbitros, que ayuda posteriormente a los instructores para el perfeccionamiento y evaluación del trabajo de estos jueces.
Su formación en la UNR, aunque aún está inconclusa, le dio al rosarino la posibilidad de trabajar en desarrollo de softwares, alimentando la pasión que siempre tuvo por la informática. Y a la par siempre fue un amante del básquet, jugándolo de chiquito, con una pausa entre los 12 y 15 años para luego retomar. “Llegué a jugar en la primera de Rosario, en Central Córdoba en la primera C, todo muy amateur. Recuerdo que cuando salimos campeones de la C y ascendimos, el entrenador me dijo que no me iba a necesitar más en el equipo. Como quería seguir ligado a este deporte y tenía unos amigos arbitrando en la Liga rosarina, hice el curso y arranqué esta locura que terminó siendo una nueva pasión”, narra Boelaert.
El rosarino supo unir y explotar sus dos perfiles y pasiones que son el básquet y la informática. ¿Pero cómo se dio el salto de la Liga rosarina a la FIBA? Cuenta Boelaert que en el año 2018 en Rosario se jugó el mundial sub-17 de básquet y autoridades de FIBA buscaban personas con tres capacidades que eran saber de informática, que entiendan el juego y preferentemente sean árbitros, y manejen un buen nivel de inglés, un perfil que al rosarino le iba a la perfección. Su destacado trabajo le permitió conocer un grupo de personas que le abrieron las puertas de FIBA y le brindaron la posibilidad de participar en el mundial sub-19 en Grecia en 2019, y el mundial mayor que se hizo en China, “siendo este último un sueño hecho realidad”, en palabras del profesional.
“Cuando uno llega a ese escalón sabe que el siguiente nivel son los JJOO. Y bueno, inicialmente con todo esto del Covid había recibido una convocatoria que después quedó en suspenso por la reprogramación de la cita olímpica. Yo estaba en stand by, ya que dentro del grupo somos casi 50 personas y solamente iban a permitir viajar a dos operadores de video y yo estaba tercero. Pero lamentablemente uno de los chicos no pudo viajar por las restricciones de su país, así que inmediatamente me tocó a mí ocupar su lugar”, cuenta Federico.
Hace solo tres años los JJOO no aparecían en el horizonte del camino profesional que imaginaba Boelaert, pero acepta que cuando se dio la posibilidad de trabajar con FIBA y se empezó a vislumbrar la posibilidad de estar en torneos importantes, se le cruzó por la cabeza que no era irrisorio llegar a Tokio. “El 2020 lo viví con algo de expectativa y con alegría también, pero no fue específicamente un objetivo meditado o planteado sino que fue algo que se dio por la buena interacción en el grupo de trabajo, por el trabajo mismo y la química que tenemos en el equipo”, agrega.
Desde el 25 de julio se están jugando cuatro partidos de básquet por día, entre masculino y femenino, y como sólo son dos operadores de video con la obligación de cubrir todos los partidos, todos los días Boelaert cumple su función en al menos dos partidos hasta el 4 de agosto, cuando arrancan las eliminaciones directas y la cantidad de partidos se reducen. “Estoy bastante atareado porque en mi tarea tengo que trabajar durante el juego, que son unas dos horas. Posterior al mismo tengo un período para elaborar los informes estadísticos de los árbitros e inmediatamente se hace una reunión con ellos, que suele durar media hora donde se habla de los puntos destacados y las posibilidades para mejorar. Finalmente me toca hacer unos reportes que se suben a una base de datos que FIBA mantiene para la información estadística de los árbitros”, describe en detalle su función.
“Cada vez que un árbitro toma una decisión en la cancha, que puede ser sancionar una falta, yo de esa sanción completo entre 8 y 15 características que tiene esa decisión, como por ejemplo si fue al equipo A ó B, dónde estaba parado el árbitro, dónde fue la acción, qué tipo de acción, y demás detalles, así que es un trabajo que necesita cierta agilidad y concentración”, agrega.
Con muchas horas de trabajo y poca posibilidad de hacer algo más que ir del hotel al estadio, también por cuestiones sanitarias, Boelaert entiende que hay que mirar un poco de afuera para ver la importancia y lo bueno que le está sucediendo. “Creo que voy a caer de acá a un mes o a un año sobre esto que estoy haciendo”, sostiene.
“Mi familia es importantísima en el apoyo que me da, porque para poder venir acá cada uno tuvo que reemplazarme, suplirme y bancarme también en esta locura hermosa que me está tocando vivir. Probablemente sea único e irrepetible en mi vida, en mi carrera, así que es una sensación de agradecimiento especialmente a los que me bancan en casa y a los que confían en mi trabajo y me invitaron a trabajar acá”, concluyó el rosarino.
Por Matías Zupel | Fundación Rosario