El talento, la intensidad, la certeza, la convicción y, sobre todo, la claridad ideológica, han acompañado en los últimos 40 años la carrera de un actor que está en lo más alto de la escena nacional, pero sin embargo conserva intactas la humildad y las ganas de hablar de su trabajo con el mismo apasionamiento que en sus comienzos. Federico Luppi es uno de los pocos representantes de una generación, la de los 60, que hizo del cine, el teatro y la tevé argentina una bandera.
Radicado en el país (aunque reparte su tiempo entre su tierra y España), Luppi llega esta noche a Rosario, en el marco de una gira nacional, con la obra teatral Por tu padre, del brasileño Dib Carneiro Neto, bajo la dirección de Miguel Cavia, que se presenta esta noche, a las 21.30, y mañana a las 21, en el Teatro Nacional Rosario (Córdoba 1331).
Se trata de una propuesta arriesgada, en la que Luppi afronta tres personajes y comparte el escenario con el ascendente Adrián Navarro. En la puesta, un hombre de algo más de 30 años confronta en el funeral de un familiar al socio comercial de su padre y a su padre mismo, en un crispado, frenético y, por momentos, agresivo diálogo.
En una charla con El Ciudadano, Luppi habló acerca de los factores que lo sedujeron de este texto a la hora de retornar a los escenarios, y de lo que implica hoy su profesión y compromiso con el oficio: “Los actores nos manejamos así, autónomos, y nunca entenderé por qué. Pero hoy dependemos de las pautas del mercado, de donde aparezca el trabajo que tampoco abunda. No tenemos jubilación, y yo ya estoy peinando canas y arrugas, y me preocupa lo que pueda pasar dentro de algunos años”.
—¿Qué elementos encontraste en este texto de Dib Carneiro Neto para tentarte con volver a hacer teatro en el país luego de doce años?
—Estuve mucho tiempo en España, donde hice algunas temporadas teatrales. Pero una vez aquí, la obra aparece de manos del propio empresario, y lo que me atrajo de manera fulminante es que trata un tema que en general, por motivos que tienen que ver con los prejuicios y la educación, no se habla, que es la sexualidad de los padres. O bien es un tema que es tratado de una forma un poco hipócrita, veladamente, so pretexto de la moral y las buenas costumbres.
—También, de la relación de un padre y su hijo y de cómo ese hijo “arma” su cabeza…
—Sí, también me atrajo mucho el mecanismo dramático que propone el autor, porque son tres personajes. En una primera parte, el socio va al velatorio del padre y se encuentra con el hijo, y en la segunda parte, el padre, va al velatorio de su socio y también se encuentra con su hijo. Y entonces este hijo que ha hecho una vida de crecimiento bastante deficitaria, con serios agujeros emocionales, o lo que lo psicólogos llaman “el tercero excluido”, arma, con esa parentalidad tan complicada, su propia adultez, que está bastante dañada. En la obra, aunque no está, hay una presencia permanente que es la de la madre, una mujer muy fuerte psicológicamente, con posturas políticas muy radicales, y con una activa vida sexual. De esos temas se habla con bastante crudeza, pero sin ninguna gratuidad, sin agresión.
—Se intuye como un gran desafío en términos de pensar lo frondoso de los temas que se cruzan.
—Es que a partir de allí se arma como una especie de trío singular desde el cual se plantean muchos temas que tienen que ver con nuestra vida cotidiana que van de los padres y sus relaciones afectivas y la aparición de un tercero en un hogar de clase media, hasta los prejuicios y los amores. El padre dice en un momento de la obra: “La única forma de abordar una relación humana, sin importar las referencias éticas o morales, es hacerla totalmente sin prejuicios”; en realidad, creo yo, dejando de lado los famosos rencores bajados del amor propio, o las pequeñas venganzas personales. Por todo esto que te digo, tengo la convicción de que es una obra que la gente merece escuchar y ver, porque sobre todo y pese a todo sigo creyendo que el público suele ser mucho más inteligente que la gente del espectáculo, que los propios artistas. La gente está todo el tiempo con sus antenas abiertas, transitando un país con complicaciones de orden político y económico. Pero por lo mismo, creo que la gente está muy “afinada”.
—Además de que el teatro funciona en la gente como un espejo, ¿compartís que los conflictos de los que habla la obra son marcadamente cotidianos y por algún lado resuenan?
—Es así, y algo que también me atrajo es que la obra no está planteada en términos psicoanalíticos: no se vive como una somatización permanente, como tampoco una escalada intelectual de tipo racional. Más vale; en ese sentido, es una obra bastante cotidiana y terrenal, insisto, con un lenguaje intenso y hasta algo crudo, pero absolutamente comprensible y real.
—Siendo un actor que ha alcanzado reconocimiento en cine, tevé y teatro, ¿qué te devuelve el escenario como ese espacio de mayor verdad en relación con la actuación?
—Yo creo que el actor que tiene la suerte de conectarse con un sentido de la verdad puede expresarse profundamente tanto en tevé como en cine. Lo que ocurre con el teatro es que sí tiene una singularidad que es más que milenaria: primero, su profunda e intensa fugacidad, el actor de teatro existe solamente en el momento de la función, y después, la presencia del público es absolutamente viva, es sangre a sangre, no hay intermediación, no hay pantalla, y desde el comienzo de la obra hasta el final, cada segundo que pasa, es un juego de suerte y verdad, si hay un accidente, un equívoco, un traspié, hay que seguir adelante. Es como una suerte de pendiente por la que a veces descendés bien y caés en un colchón inflable, y en otras te das un golpe en la cabeza. El teatro es el paradigma de la aventura de actuar. Un viejo actor francés decía que hay días en los que Dios baja al escenario y te toca, y ése es un día maravilloso.
—Siendo un artista de compromiso político y un conocedor de la historia, ¿cómo viviste los festejos por el Bicentenario?
—La verdad es que debo reconocer que en los días previos al festejo tenía un poco la “boca torcida”, porque siempre digo que cada vez que llegan los aniversarios de nuestra independencia, y vienen los festejos, me he preguntado siempre, ¿de qué carajo nos independizamos? Cuando la mayoría de las grandes empresas que hay dentro del país son extranjeras. Y entonces tenía un poco de desconfianza de caer en esa cosa repetitiva, más o menos escolar, tipo Billiken, donde por un día somos todos hermanos. Y debo decir, con absoluto asombro, que fue una de las experiencias más hermosas de mi vida: estuve caminando por la ciudad de Buenos Aires en medio de un mar de gente que nunca había visto, donde no hubo ni siquiera un tropezón. Para mí fue una fiesta en el sentido más extenso y pleno de la palabra, con momentos de realización del espectáculo realmente notables, con un “sol saliente” para cada uno de los individuos que armaron todo; pero sobre todo, hubo allí una extensa y palpable alegría de la gente que salió a la calle directamente a hacerse responsable y dueña de un festejo que siempre había estado en manos de los “cuellos duros”.
—Lo viviste como algo inédito en la Argentina de este tiempo…
—Sí, porque uno tiene en el imaginario esa cosa de la época escolar de la fiesta de la Patria y todo seguía igual. Me dio la impresión que hubo, desde el punto de vista emotivo, una suerte de ruptura con una inercia medio tonta que venía sucediéndose año tras año, en un momento en el que el mundo está atravesando circunstancias muy serias, muy duras, con los ajustes y las dificultades económicas. Y Argentina, pese a todo y en las condiciones en las que estamos moviéndonos, está con la cabeza bastante erguida. Yo ya he envejecido en la Argentina, y recuerdo tres patriadas o puebladas enormes de mi país: una que la fui armando a través del tiempo, porque no había ni tanta televisión ni tanto documental, que fue el 17 de octubre del 45, en una familia como la mía que no era nada peronista, y después el Cordobazo, que fue uno de los momentos en los que realmente apareció la constancia combativa de un pueblo que todavía manejaba cierta dignidad, y ahora el Bicentenario, y lo comparo con lo que he visto en otras partes: pocas veces se ha visto en el mundo entero un festejo de tal dimensión popular y con tanta profundidad, en el sentido más afectivo de la palabra. Por unos días, me sentí transportado por la reconciliación, por el deseo de ser buena persona. La gente desmintió con su presencia y su capacidad anímica la crispación y el encono. Puedo decirte, con absoluto impudor, que me sentí muy feliz.-