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Feldman recuerda a Maradona

El ingeniero agrónomo Israel Feldman tuvo trato directo con Esteban Laureano Maradona y recuerda sus días en el paraje Estanislao del Campo, en Formosa, donde el mítico médico rural trabajó cinco décadas: “Un ejemplo de vida”.

Esteban Laureano Maradona pertenecía a una familia de clase media acomodada del siglo XIX. Se había recibido de médico y ejercía en un medio altamente calificado. Pero el 9 de julio de 1935 su vida iba a dar un vuelco: viajaba en tren hacia Tucumán a visitar a su hermano, por entonces intendente de San Miguel. Un desperfecto en la locomotora hizo que el tren tuviera que detenerse en Estanislao del Campo, una localidad de Formosa. Allí cerca, en medio del monte, una mujer, a punto de parir, se debatía entre la vida y la muerte. Y hacia allí se dirigió el doctor, a pedido del esposo de la mujer por parir.

Maradona atendió a la mujer, quien pudo alumbrar sin problemas. Cuando regresó a la estación su tren había partido y, entonces, él decidió quedarse.

Israel Feldman, ingeniero agrónomo, sostiene que “no se puede imitar a un santo”.

Maradona era “un hombre querido pero imposible de imitar; sólo un ejemplo para admirar. Entra en la categoría de personas que se desencarnan a sí mismos para dedicarse enteramente a los otros”.

Feldman busca en su memoria el día en que conoció a Maradona: “Conocí a Esteban Maradona por el año 1968”, sostiene para pormenorizar los detalles de su primer encuentro. “Recibí una invitación de la provincia de Formosa para ver cómo se podía resolver el problema del vinal, que es un árbol maleza con espinas, que por aquel entonces había invadido dos millones de hectáreas”.

El vinal, un árbol excluyente: no crece nada debajo de él; además, no pueden caminar ni la gente ni el ganado.

“Era la primera vez que tomaba contacto con los bosques chaqueños”, afirma Feldman y continúa con entusiasmo: “Propuse, como primera medida, hacer una recorrida. Antes de viajar, había leído sobre el tema y me informé hasta en revistas de divulgación general; en una de ellas, Primera Plana, me encontré con un reportaje a Esteban Laureano Maradona que me entusiasmó. Decidí ir a verlo y me llegué a Estanislao del Campo. Mi asombro no pudo ser mayor: yo que no entendía la geografía, ni las especies vegetales de la zona; tampoco lograba entender cómo vivía el doctor Maradona de quien, inmediatamente, me hice amigo. Una persona tan cálida, con deseos de trasmitir sus conocimientos y de trasmitir sus cuidados a la gente que, al lado de él, me sentí protegido, que me dispuse a escucharlo para aprender”.

Sabio con poca ciencia

Desde ese momento y hasta 1974, Feldman sigue yendo con periodicidad a Formosa, y una vez al mes iba a visitar a Maradona a su casita de Estanislao del Campo, para “aprender, simplemente escuchándolo”, afirma.

Esteban Laureano Maradona era pequeño y delgado, “lleno de sabiduría, pero no lleno de ciencia”, aclara Feldman, y enfatiza: “Lleno de sabiduría, porque la vida había pasado dentro de él y él la había digerido”.

Esteban Laureano Maradona vivió en forma modesta; en su casa sólo había una cama de hospital, con un colchón muy escaso; una mesa y una silla medio renga; eso era todo su mobiliario. “Más allá, de una percha, colgaba un viejo traje, medio raído, cubierto con un paño. Esa era toda su ropa”, señala Feldman para agregar: “Comía de lo que le traían sus vecinos, tomaba mate con miel; y con eso se alimentaba”.

Un asceta, un estoico en pleno siglo XX. Israel Feldman cuenta que Maradona le decía: “La ciencia oficial, muchas veces, se equivoca en juzgar a la gente; Plinio, el Sabio, que pasó a la historia de la humanidad, recomendaba, para atemperar los síntomas de un flemón, matar a una rata, dejarla descomponer por tres o cuatro días, y luego aplicársela con un emplasto sobre la cara. Se imagina, ingeniero, una rata descompuesta a centímetros de una muela infectada e inflamada. Sin embargo, Plinio, el Sabio, tiene un lugar destacado en la historia de la humanidad”. Feldman cuenta que Maradona hizo una pausa prolongada y continuó: “Cuando Pizarro conquistó Perú, maltrataba a la gente de su entorno, entre quienes estaba, como uno de sus ayudantes, el indio Calancha. La esposa de Pizarro comenzó a tener chuchos, propios del paludismo. El indio Calancha, apiadado de ella, le dio de beber un brebaje y la señora se curó.

Entonces, Pizarro quiso saber qué le había dado a su esposa; el indio se negó. Pero, después, presionado seguramente por algunos latigazos, Calancha confesó. A partir de allí, la quina-quina que es obtiene del árbol de la quina sigue siendo el único remedio que tenemos para mitigar los síntomas del paludismo”, afirma Feldman, quien recuerda que Maradona le decía que “si la ciencia es verdad; la verdad, en este caso, estaba con el indio Calancha; éste debería haber sido citado en los anales de la ciencia; pero figura Plinio, el Sabio, pese a su receta macabra”.

“No se sienta tan soberbio, ingeniero”, dice Feldman que le decía Maradona; y continuaba: “No crea que usted sabe todo porque pasó por la universidad; le falta todavía pasar por la vida y que la vida pase por adentro suyo”.

Pese a su sólida y conservadora formación, al lado de profesionales destacados como Bernardo Houssay, entre otros, se refería con respeto al conocimiento popular. Maradona tenía un pensamiento amplio.

Israel Feldman, cuenta también: “Un día llevé a que conociera a Esteban Maradona a mi hija que estaba terminando el secundario y quería estudiar para ingeniera agrónoma. Me pareció más que oportuno que fuera tomando contacto con esa realidad, la de Formosa.

Y estando allí no podía dejar de ir a visitarlo al doctor Maradona. Estábamos en Comandante Fontana y fuimos hasta Estanislao del Campo. Maradona se sintió profundamente halagado de que hubiera ido con mi hija; tenía una sola silla que le cedió a ella; a mí me ofreció un pedazo de mampostería rota y él se sentó sobre un montículo de tierra. El sol de agosto nos entibiaba el alma; y, de repente, gira, la mira a mi hija y le dice: «Dígame, mi niña, usted que viene del gran mundo, ¿el oro, últimamente, perdió valor?».

Después del asombro que la pregunta le produjo, dijo: «No sé, doctor». Yo que le adivinaba la picardía que se le notaba en el fondo de sus ojos, le pregunté: «¿Está por vender alguna joyas doctor?»”. «No», me dijo, e hizo una pausa como para continuar.

“Como yo sabía que el pueblo y las autoridades tenían ciertos prejuicios sobre él, al que consideraban medio brujo, intervine haciéndoles entender que no sólo no lo era, sino que se trataba de un hombre de gran sabiduría y abnegación para aliviar las enfermedades de la gente en el monte. Y que prestaran más atención a lo que hacía y no tanto a las habladurías”. Maradona curaba a los aborígenes con los remedios que tenía a mano; pero, sobre todo, los escuchaba y aprendía de ellos.

Oro por medicamentos

“Ingeniero, me mandan a llamar y me dicen que van a dar un premio y que tengo que ir a la ciudad de Formosa”, le dijo, en un momento, Maradona. “Pero ¿cómo voy a ir yo para allá con esta facha?”, se despachó el médico rural.

Le habían pedido que fuera a la Municipalidad de Estanislao del Campo, porque querían entregarle una plaqueta para distinguirlo, en nombre de la comunidad y de la Asociación de Médicos de Formosa.

“Me pedían que fuera a las 11 de la mañana”, le decía Maradona a Feldman, “pero yo les dije que a esa hora estoy de recorrida por el monte viendo a mis enfermos”; y que hasta las dos de la tarde no se desocupaba.

Cuando regresó del monte, una delegación de notables, lo estaba esperando; el intendente y el resto de la gente muy bien vestida.

“Me sentí un poco incómodo”, sostenía Maradona. “Ellos tan pulcros y yo lleno de polvo. Dicen unas palabras y amagan con entregarme una plaqueta de oro puro que tenía grabada una frase que decía algo así como: «En reconocimiento a la labor del doctor Esteban Laureano Maradona». Les dije: “El oro no debe valer mucho, en estos tiempos; y me dijeron que no, todo lo contrario. Entonces les propuse que la fundieran y que con su producto me enviaran remedios para los aborígenes”, contó.

Maradona pensaba que estas actitudes no eran más que vanidad de vanidades, humo entre los dedos: cuando se lo quiere aprehender, sólo queda un poco de aroma. Nada más, recuerda Feldman.

El 4 de julio es el día del médico rural; instituido en el 2001 en celebración del natalicio de Esteban Laureano Maradona, nacido en 1895. Médico rural, naturalista, escritor y filántropo que pasó 50 años en una localidad de Formosa ejerciendo la medicina con modestia y dedicación.

En su casa no había luz eléctrica y él se ufanaba de leer sólo mientras hubiera luz natural.

Propuesto en tres oportunidades para el premio Nobel, obtuvo el Diploma de Honor Internacional de Medicina para la Paz, otorgado por las Naciones Unidas; y es Ciudadano Ilustre de Rosario. Maradona murió, en esta ciudad, el 14 de enero de 1995, cinco meses antes de cumplir los 100 años.

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