“Feliz día mamá. Perdoname que hoy pase un rato, así, a las corridas. Pero vos me entendés, ¿no? No es un partido más. Es el clásico”.
Este pudo ser tranquilamente un diálogo en cualquier hogar de la ciudad previo al encuentro en Arroyito.
El calendario quiso que el partido más importante de la ciudad se jugara el “Día de la Madre” y muchas fueron las que recibieron como regalo una entrada al Gigante. Otras desearon que su equipo les obsequie los tres puntos. Pero todas, de alguna u otra forma, se sintieron parte de un espectáculo que tuvo en vilo a Rosario.
Tanto es así, que las rutinas, para algunos, cambiaron en los últimos días. Comieron menos. No salieron el sábado a la noche para no “distraerse”. Dieron vuelta en la cama durante largas horas. Soñando con lo que podía llegar a pasar. Los de Central, los afortunados que fueron a la cancha, deseando poder abrazarse con el de al lado festejando un gol. Los de Newell’s, que se tuvieron quedar en sus casas por la prohibición sobre el público visitante que rige en el fútbol argentino, dibujaron en sus retinas una y otra vez esas imágenes que esperaban que el televisor les hiciera realidad.
A medida que el reloj avanzaba, la ansiedad también. Es que no era un partido más. La ciudad, los hinchas, incluso la prensa, esperaba este encuentro desde hacía tres años.
En el medio, alegrías y frustraciones se fueron mezclando en la vida de cada uno de los simpatizantes que por fin volverían a verse con su eterno rival.
Pasó rápidamente la mañana y el mediodía llegó con distintos hábitos. Almuerzo familiar y liviano para algunos, asado en grupo para otros. Pero en los dos casos el tema de conversación fue uno solo: Central-Newell’s. Las cargadas, las apuestas y los análisis tácticos estuvieron a la orden del día, pero siempre, entendiendo que este era un encuentro para disfrutar, para sentir nuevamente como se acelera el corazón, como la sangre parece hervir y como el fanatismo fluye por los poros.
Cada vez falta menos para que Mauro Vigliano dé el pitazo inicial. Por eso, hay que apurarse, llegar temprano a la cancha hace la diferencia. Es que en este partido, más que nunca, las cábalas valen tanto como el oro. “No vaya a ser cosa que me siente en otro lugar y perdamos”, dijo en voz alta uno de los primeros fanáticos auriazules en ingresar al estadio allá por las 13 cuando se abrieron las puertas del Gigante.
Ya está. Se terminaron las especulaciones, la futurología y toda la previa. Es hora de jugar. Es hora de vivir toda la pasión de un nuevo Central vs. Newell’s. Ah, y “Feliz día mamá, perdón que no fui a saludarte, pero me fui a cubrir el clásico”.