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Felicidad y propósito mental

Por Rodrigo Joaquín del Pino

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Si tomamos como premisa la sabía idea de que no se puede alcanzar felicidad del corazón sin paz en la mente, podemos revisar las clases de felicidad y sus dependencias.
Los niveles de felicidad se experimentan de acuerdo con la identificación con variadas metas o expectativas. Cada persona ve su mundo de diferente manera dependiendo de su naturaleza psicofísica de trabajo, las experiencias vividas y lo que espera. De aquí derivan sus objetivos profesionales y personales. Si no reconocemos todavía nuestra naturaleza de trabajo es porque estamos cumpliendo mandatos sociales, dicho problema se resuelve al simplemente respetarnos y hacer lo que realmente amamos y nos gusta hacer. Podemos estar adheridos y apegados al rechazo inconsciente de todo cuanto nos sucede y no tener paz debido a algún ideal que cargamos en nuestra mente subconsciente.
Algunos identificamos nuestra felicidad con la obtención única de objetos materiales; estos van desde el deseo de tener una muñeca al deseo de tener una bella familia, desde el deseo de tener un coche de juguete al prestigio de ser reconocido en algún área específica.
A veces somos aquellas personas que creen que la máxima felicidad se logra a través de la obtención de conocimientos, entre estos se cuentan profesores de todas las áreas, científicos, investigadores y también difusores del bienestar corporal en todas sus gamas y variantes que sólo se identifican con esa función.
Existe un nivel de conciencia en que encontramos nuestra máxima felicidad en la investigación y experiencias con los fenómenos metafísicos o paranormales. Estos van desde el deseo de tener poderes internos a través del yoga místico, iniciaciones y sociedades secretas, a viajar a otros mundos y convivir con extraterrestres o razas superiores, llamados Devas y Upadevas en la literatura sánscrita. En estas conciencias experimentamos la felicidad únicamente al alcanzar dichos objetivos y siempre está teñida o infectada por un deseo insistente de manipular el universo físico que vemos.
Luego podemos identificarnos con la felicidad que se deriva de la liberación interior de los sufrimientos mentales, técnicamente denominada moksha. En este nivel de conciencia buscamos no sufrir más a causa del apego corporal, no sólo debido a nuestro cuerpo físico sino también debido a los cuerpos que nos rodean, a las situaciones, a las dependencias psicológicas inconscientes y con el mundo físico. Este es el lugar de los filósofos del ser. Incluso aún, en este estrato de conciencia, la felicidad que buscamos puede estar contaminada por el deseo de manipular sutilmente la materia. Esto sucede si todavía no se experimenta una atracción emocional espontánea por la verdad o experiencia de Dios. Simplemente queremos dejar de sufrir y estamos observando sus causas. Hay un temor no reconocido a la Fuente Originadora de vida evidenciado por la tendencia a criticar a los demás o diferenciarnos. Somos muy felices a través de varias vidas disfrutando de conclusiones mentales ya alejadas de lo burdo y finito. En este nivel el filósofo, aunque haya escuchado que el amor de Dios todo lo abarca, no puede ir más allá de la mera identificación intelectual al absoluto impersonal. No se entrega debido a la falta de emociones en su relación divina. Si estamos aquí podemos ayudarnos al buscar y encontrar la asociación de personas que practiquen la santidad e inocencia mental y compartan sus sentimientos divinos.
En la felicidad que proviene del éxtasis de sentir el amor de la sinfónica del corazón, no se experimenta identificación a los planos burdos ni sutiles de manipulación. Nos sentimos y percibimos como instrumentos magistrales en una gran orquesta, dirigidos, tocados y acariciados por las manos de un gran amor personificado. En este canto conjunto no existe nada que pueda disminuir la gratitud que se siente. Cada movimiento corporal de los músicos trae un deleite nuevo en nuestros oídos, mentes y corazones. Estamos todos enloquecidos con esa música del alma, la cual juntos interpretamos.
La idea armónica consistiría en que todos, respetando nuestras naturalezas, nos ocupemos contribuyendo al bien común en el mundo (esto se denomina dharma), mientras internamente liberamos y ofrecemos a nuestro espacio interior de paz, a nuestro centro de equilibrio interior, el resultado psicológico de nuestras acciones (sva-dharma). No debemos confundir la acción dhármica natural de uno con costumbres compensatorias inconscientes derivadas de frustraciones pasadas. Muchos de nosotros trabajamos por dinero día y noche sin disfrutar de lo que hacemos.
He nombrado la ocupación armónica externa y la ocupación natural y armónica interna o mental.
Podemos expresarlo de la siguiente manera: hacer lo que nos agrada hacer en servicio a los demás, perdonar los remanentes mentales de las acciones confusas y expresar gratitud a la Fuente de Vida, haciendo esto de manera sincronizada en el diario vivir.
De esta manera, según las expectativas mentales inconscientes o no revisadas, fabricamos realidades que nos afectan, mostrándonos nuevamente la intención que escogimos pero no quisimos reconocer. Nos avergüenza notar que odiamos y deseamos. Podemos decir que en la vida siempre tenemos enfrente lo que pedimos. Por tal motivo recomendamos mirar nuestra mente en la quietud de nuestros días. Sentarnos 5 minutos en silencio a la mañana y otros 5 en la noche.
Mientras más sutil, desapegado, puro y liberado del miedo sea el propósito o intención de nuestra mente… más real, deleitable y frondosa ya es nuestra vida o experiencia aquí en el mundo.

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