La Unesco designó en 1960 al 22 de agosto como Día Mundial del Folklore, en recordatoria de la palabra acuñada por el William John Thoms –o Thomson– ese día de 1846, en el que apareció en la revista científica Athenaeum el vocablo Folk-lore.
El término es un compuesto sajón que etimológicamente deriva de la unión de los vocablos “Folk”, con significado de pueblo, raza, gente, y “lore”: saber, ciencia. Designó con esa palabra el «saber popular”, en lugar de “antigüedades populares” o “literatura popular” que se usaba en Inglaterra. Esto es lo que expone en la carta que envió al editor el arqueólogo inglés William John Thoms (1803-1885) bajo el seudónimo de Ambrose Merton. Su intención era sustituir a lo que, en Inglaterra, venía llamándose literatura popular. Estaba influenciado por los logros en la mitología y filología alemana alcanzados por los Grimm y compara cuentos infantiles de éstos que tienen relación con los de los niños ingleses.
Los Grimm fueron dos hermanos alemanes, Jacob (1785-1863) y Wilhelm (1786-1859), que rescataron ancestrales tradiciones alemanas y tras adaptarlas publicaron los famosos cuentos infantiles conocidos en todo el mundo. Entre ellos, El gato con botas, Blanca Nieves, La cenicienta y Pulgarcito. Para Thoms, el folklore debe estudiar «los usos, las costumbres, las ceremonias, las creencias, los romances, los refranes, etcétera, de los tiempos antiguos». La palabra definió un área de la arqueología que permitió la evolución de los estudios. En Inglaterra se fundó una sociedad de folclore, al que le dieron carácter de ciencia social, y uno de sus miembros la definió como «Ciencia que se ocupa de la supervivencia de las creencias y de las costumbres arcaicas en los tiempos modernos».
El folclore argentino
El 22 de agosto de 1865, nació Juan Bautista Ambrosetti, reconocido como el «padre de la ciencia folclórica» en la Argentina. Por eso, el primer Congreso Internacional de Folklore realizado en la ciudad de Buenos Aires en 1960 instituyó ese día como el día del folclore argentino en coincidencia con el mundial. En aquel primer encuentro, celebrado en Buenos Aires en 1949, fue aprobado un emblema ideado por Rafael Jijena Sánchez y materializado por el pintor Guillermo Buitrago.
Con relación a la mención de congresos internacionales, habiendo sucedido en Europa congresos internacionales anteriores, debe aclararse que, en cualquier festival, la presencia de representantes de diferentes países otorga esa categoría. No existe una secuencia de un único congreso internacional. Actualmente, es el Consejo Internacional de Organizaciones de Festivales de Folklore y de las Artes Tradicionales –organismo vinculado a la Unesco del que Argentina es uno de los 118 miembros– el que registra la organización de estas cumbres.
El programa argentino de este año, además de un Encuentro Regional Infantil de Folklore que se realizó en Río Cuarto en junio, tiene programado cinco festivales internacionales en diferentes ciudades del interior.
Félix Molina Téllez
Si nos situamos alrededor de la década de los años 1940 al 50, nos encontraremos con que el folclore se encontraba prácticamente dividido. Por un lado, la práctica real, tanto de manifestaciones de vivencia como de investigación, que se desarrollaban principalmente en el noroeste, en Córdoba y en ámbitos rurales. Por otro lado, la representación artística nativista comercializada, principalmente en Buenos Aires, pero sin olvidar a importantes gestores folclóricos de las instituciones oficiales que tenían su gabinete de estudios en la ciudad capital. Rosario, sin estar fuera de la situación nativista, tenía una posición intermedia afín al movimiento folclórico litoraleño y, además, porque en aquellos años Félix Molina Téllez volcaba sus investigaciones de campo en libros, artículos y conferencias en la ciudad. Traía de su Santiago del Estero, la tierra a la que, de Málaga, llegó de niño con su familia, la vivencia de las excavaciones arqueológicas de los hermanos Warner en el área de túmulos de Chaco-Santiago del Estero. De estos trabajos, Molina Félix fue observador con participación, y citado con frecuencia en los escritos que los refieren. Se trata de un territorio al que, en un artículo llevado a libro, se le dio un nombre romántico: “El viejo pueblo que duerme su eternidad bajo los túmulos”.
Pero fue también de otras muchas regiones del país, en las que se generaban y se trasmitían en forma oral las vivencias, de donde Molina Téllez fue rescatando mitos y leyendas ancestrales. Muchas de esas experiencias dieron base a una de sus principales obras folclóricas. “Tierra Madura”, editada en Rosario por la librería y editorial Ruiz en 1939. A su producción literaria debe sumarse más una década de artículos periodísticos. No sólo de folclore, sino de americanismo, en un mundo atrapado en la segunda guerra mundial, y de un espectro muy amplio de cuentos de temas folclóricos. Uno de ellos, “Caranchos”, fue homenajeado en la Sociedad Americanista de París. Ya radicado en Buenos Aires, en 1947 publicó “El mito, la leyenda y el hombre” en editorial Claridad, empresa que no ahorró elogios a la trayectoria del autor en el prólogo.
En el día del folclore, resulta oportuno el recuerdo al destacado folclorista que dejó su impronta en la ciudad: Félix Molina Téllez.