Cuando era chico Pablo Ferrazini pasaba las tardes en el depósito de la imprenta familiar. Su tío abuelo, Luis Alfredo, le tapaba la etiqueta a las cajas de resma y le hacía identificar cada tipo de papel. Con los años, aprendió que existían cerca de mil. Hoy le enseña a su hija de 21 años el oficio que lleva cinco generaciones en la familia. “Somos como las cucarachas”, dijo a El Ciudadano Ferrazini entre risas. “Son muchos años de trabajo. El oficio lo traemos de herencia y lo sostuvimos con esfuerzo y paciencia”, agregó el bisnieto del fundador de la histórica librería.
Ferrazini funciona en la ciudad desde hace más de 130 años. Su fundador, Juan Ferrazini, llegó desde Suiza en 1884 y dos años después abrió la imprenta y librería en Rioja y Mitre. Fue pionera en el rubro. Los fotógrafos la elegían para imprimir las primeras imágenes. En 1921 la imprenta se mudó a Urquiza al 1900 y la librería a Santa Fe a 1200.
Pablo Ferrazini empezó a trabajar apenas terminó el servicio militar obligatorio. Tenía 20 años cuando aprendió a pegar, coser, reconocer los diferentes tipos de cartones y papeles en un oficio que después enseñaría a los cientos de trabajadores que pasaron por el lugar. La primera tarea que le tocó fue la de imprimir una caja de zapatillas de fondo blanco con un logo rojo y negro. “Lo que más me gusta es imprimir. Estudiar la forma, los tamaños y las texturas para hacer un buen uso del espacio y hacer una impresión de calidad”, contó.
Gracias al esfuerzo y la perseverancia lograron superar las diferentes crisis económicas del país. La que más les costó fue la del 2001 y los obligó a cerrar la imprenta seis años después. “Fue durísimo. Nos arrastró un montón. Con mucho esfuerzo y paciencia logramos salir adelante. Tuvimos buenos proveedores que nos esperaron hasta que nos estabilizamos”, recordó, y señaló que de los 120 empleados del taller gráfico y los 12 libreros que trabajaban hace dos décadas quedaron cuatro empleados.
A mediados de año sufrieron otra crisis porque las ventas bajaron un 40 por ciento. Para sortearla, buscaron nuevos clientes y nuevas formas de publicitar los productos donde las redes sociales aparecieron como un buen aliado para la difusión.
Otro de los desafíos que debieron afrontar fue el creciente avance de la tecnología digital. Les implicó cambiar maquinarias para mejorar las impresiones y generar nuevos productos a medida que el papel dejó de usarse. “Cualquier persona con una buena impresora hace lo mismo que hacíamos antes. Ya no se usa el papel en la oficina y el papel carbónico ya casi desaparece. Ahora nos inclinamos hacia rollos de máquinas registradoras para farmacias y supermercados. Dejamos de hacer talonarios de monotributo y facturas para comerciantes, y pasamos a diseñar agendas, almanaques y repuestos. Tuvimos que adaptarnos y buscar nuevos productos para vender”, explicó Ferrazini y dijo que lo único que aún conserva es una guillotina alemana de 1914.
En la actualidad, Ferrazini vende artículos de librería y papelería. Fabrica sobres, talonarios, libros contables y carpetas bajo la marca Optimux, creada en 1921. Lo más pedido son las resmas de papel para oficinas y los libros para sanatorios. Hace dos meses reestructuraron el lugar. Mudaron el local a Rioja al 1200 y actualizaron el diseño de los materiales. “Mejoramos mucho y ahora estamos bien”, concluyó.