A un gladiador se lo reconoce en las malas, en las que hay que poner el pecho. También se lo advierte cuando, cualquiera sea, con su arma no deja de pelear. En pocas palabras, David Ferrer es uno de ellos. En el Buenos Aires Lawn Tennis Club, venció en la final a Nicolás Almagro por 4-6, 6-3 y 6-2 y se coronó en el ATP de Buenos Aires.
Con un estadio casi completo y a pleno sol, el partido empezó muy favorable para Almagro. El de Murcia aprovechó el intercambio desde el fondo para nutrir su juego. Pegó cómodo y desplazó a su rival todo lo que pudo.
Consiguió el quiebre en el 2-1 y a partir de allí controló el parcial con su revés, fino y elegante. Abrió los espacios y definió. Durante gran parte del set, Ferrer no pudo contrarrestar este aspecto del juego.
Esta primera parte se puede resumir en un concepto simple: Almagro, con impactos certeros y punzantes, dominó y se sintió cómodo. El primer momento malo para él fue cuando sacó para el set y debió enfrentar dos break points. A puro saque y potencia, los levantó y cerró el parcial por 6-4.
Como regla general del tenis, cada set es un partido nuevo. Se puede continuar la tendencia del anterior o iniciarse una nueva dominación. Esta segunda postura fue la que aconteció en Palermo.
Comenzó parejo el segundo y con un Ferrer más combativo. El valenciano logró romper el servicio del campeón defensor en los albores y se puso rápidamente 2-0. Previo al quiebre, Almagro erró una pelota que lo sacó del partido. Ya no iba a ser el mismo.
El encuentro se niveló para abajo y la calidad comenzó a decaer. Pero el juego dio lugar a la batalla, ahí donde Ferrer se hace fuerte. Abajo en el marcador, salió a pelear mano a mano, y en esa, él era el que más recursos tenía.
Lo fue aniquilando a Almagro desde lo anímico, que pudo levantar varios set points en contra gracias a su estilo prepotente, pero ya se había caído. Ferrer cerró el parcial con su saque en 6-3. Llegaba la batalla final.
En el mundillo del deporte blanco se suele decir que el partido no termina hasta que el juez avala el último punto. Hay excepciones, como esta final. Almagro tuvo sus chances en el primer game del set con Ferrer al saque, pero el no poder torcer la historia para su lado sentenció su suerte.
En el 1-1, «el David español» se quedó con el servicio de Almagro y allí concluyó la historia. Había asestado el golpe definitivo. Y un gladiador lo sabe, o cuanto menos lo intuye.
Volvió a quebrar en el 3-1 apurando a su rival y desde entonces Almagro no tuvo la reacción suficiente para volver. Así, Ferrer controló el juego en «punto muerto».
Al final, en suma, fue 4-6, 6-3 y 6-2 para el de Valencia, que tanto buscó y tanto agradeció haber ganado en Buenos Aires. Ganó el que nunca se cansó de pelear. Ganó el Gladiador.