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Festival de Rafaela: los cuerpos, presentes y ausentes, como manifestación escénica

La 18ª edición de este valioso encuentro que comenzó el fin de semana y finaliza el domingo propone una programación que habilita una serie de recortes temáticos en relación con la inmanencia del cuerpo en un territorio donde habitan las desapariciones

Cuatro propuestas, entre más, sobre ideas acerca de la materialidad del cuerpo, ya sea presente o ausente, o sobre su posible reconstrucción; cuatro obras que transitan por estos días su paso por la 18ª edición del Festival de Teatro de Rafaela (FTR23) que comenzó el fin de semana y finaliza este domingo 30, con 70 funciones, 33 espectáculos programados, muchos de ellos de producción local a instancias de los valiosos Laboratorios de Creación Escénica y dos subsedes.

Dieciocho años luminosos: el Festival de Teatro de Rafaela ya es mayor de edad 

Propuestas todas que abren un sinnúmero de interrogantes en el imaginario de las y los espectadores más que un mensaje cerrado, prolijo y acordado, entre otras, fueron de la partida Antivisita. Formas de entrar y salir de la ESMA, de Mariana Eva Pérez y Laura Kalauz, por Proyecto Antivisita de Caba, una performance de recorrido y «site specific» que en octubre estará en Rosario, junto con la elogiada propuesta rosarina Los cielos de la diabla escrita e interpretada por Vilma Echeverría que en breve ofrecerá nuevamente funciones en La Manzana donde se estrenó; No hay banda, autoficción de Martín Flores Cárdenas también de Caba, y Limítrofe. La pastora del sol, del dramaturgo chileno Bosco Cayo, por el equipo chileno-argentino Compañía Circular, que en septiembre se presentará en el festival rosarino Faer como obra invitada.

Representar la ausencia

En Antivisita. Formas de entrar y salir de la ESMA, de las referdias Mariana Eva Pérez, hija de desaparecidos y la autora de, entre otros, Diario de una princesa montonera, junto a la directora y coreógrafa Laura Kalauz, además prima de la primera lo que habilita una interesante forma de diálogo en una idea de urgar en la reconstrucción de los vínculos familiares, es una performance de site specific, como otras que aparecen en la presente edición, que busca hablar de los que no están contado con lo que no está, en una inusual pero muy potente forma de representar la ausencia.

La propuesta, que en octubre se presentará en Rosario en el Museo de la Memoria, pone a vibrar al público en una sintonía infrecuente que invita a recorrer la ESMA y a recordar sus horrores pero corrida de ese espacio (aquí en un archivo histórico), partiendo de una metáfora poderosa: si esos cuerpos no están, si están desaparecidos, entonces pueden estar en cualquier lugar, y hasta quizás en todos lados, poniendo atención «a la dimensión espectral de la desaparición forzada, propiciando el diálogo y convivencia con los fantasmas en el marco de una experiencia performática», según plantean desde el equipo creativo.

Esa lógica, bastante corrida de lo que pueden suponer algunas reglas de lo teatral o saludablemente amplificadas, abiertas, es la que pregna el recorrido que propone la «antivista» (lo opuesto a una visita) donde, a través de un relato inquietante y la utilización de, entre otros recursos, fotos y proyecciones, las y los espectadores experimentan esta especie de coda o desvío de un posible recorrido real, donde, sin apelar al panfleto, ponen en el cuerpo de esos acompañantes-espectadores la idea o el concepto de que la problemática «desaparecidos» no es sólo inherente a las y los familiares directos sino que es una problemática colectiva, de todos y todas, más allá de aquellos que lo niegan sistemáticamente.

Además de Pérez y Kalauz, la propuesta cuenta con la colaboración dramatúrgica de Miguel Algranti, quien también aparece en escena y oficia de medium a instancias de uno de los pasajes más conmocionantes que ofrece esta performance de recorrido.

La obra se presenta regularmente desde su estreno en el Centro Cultural Paco Urondo (UBA). Realiza también funciones itinerantes en diferentes instituciones y espacios escénicos, como el Archivo General de la Nación y el Museo de Arte y Memoria de La Plata.

Rara, como encendida

El elogiado Los cielos de la diabla, un material que vuelve a poner a Vilma Echeverría, su autora e intérprete al frente de Teatro Tapera, en un primer plano como una de las creadoras escénicas más destacadas de la ciudad de proyección nacional, ofreció dos funcione en el FTR23.

Con un paso por la Fiesta Nacional del Teatro, la propuesta de Echeverría recupera cuestiones de la patria de la infancia, de ese destino de mujeres que habitan en los bordes, y cuenta la historia de Amanda y su secarropas, la mujer que fue  elegida para el lavado y secado de las camisetas de Independiente, de la primera división mayor e histórica de ese icónico club de Avellaneda donde, entre más, ofrece un homenaje a su padre, fanático de ese club.

Con esos (como otros) hombres casi como parte de un paisaje que transita y describe, con esos otros cuerpos inmateriales que en algún momento aparecen en el relato y en lo escénico-metafórico, la propuesta contó en su proceso creativo con el aporte y asesoramiento en dirección y dramaturgia de Elena Guillén y Gustavo Guirado, iluminación de Florencia Degli Uomini, asistencia técnica y diseño gráfico Ciro Covacevich, al frente de un gran equipo.

Aquí más que nunca en su recorrido como actriz, Echeverría se anima a un humor asociado a la nostalgia y trabaja un personaje abierto, permeable, impredecible, aún más riesgoso que todos los que hizo, donde ella aparece revelada, desnuda, por momentos en carne viva y con las manos ajadas de tanto fregar, en el contexto de un monólogo dramático y poético que se vuelve cercano, de patios, de veredas y de cocinas de mujeres de glorias pequeñas y pasajeras. De este modo, la actriz  se entrega a Amanda, «la que debe ser amada» la que es «digna de amor», en un acto teatral imperdible. Ella, como tantas otras mujeres atrapadas en un dolor oculto e inconfesable, dice lo que nunca dijo, y entonces todas las mentiras se vuelven verdad».

Más de lo que no está

En No hay banda, el autor y director Martín Flores Cárdenas parte de una idea o forma de autoficción para, en abosluta soledad en escena, reconstruir, casi como un relator de los hechos, aquello que no se pudo reconstruir, donde nuevamente la ausencia se vuelve una presencia.

En una búsqueda de un posible registro de actuación desafectado para poder contar una serie de tragedias familiares que, en principio, a partir de la muerte de su abuelo, abrieron una sinergia dramática que luego fue quizás una obra, Cárdenas, muy recordado por materiales como Entonces bailemos o Entonces la noche, le pone el cuerpo a un dramaturgo y director argentino (él) que acepta una (supuesta) invitación a estrenar su próximo trabajo en un festival en Brasil. Pero esa obra en realidad no existe, aunque de inmediato acepta la invitación y tendrá dos meses para montar un espectáculo casi imposible.

Poniendo en tensión las supuestas reglas de lo que implican los límites de la representación, No hay banda se propone revisar y al mismo tiempo cuestionar el proceso de escritura y montaje de una obra en la escena contemporanea argentina (también en otros territorios cercanos), al tiempo que permite redescubrir a Flores Cárdenas en una instancia diferente a la habitual, donde le pone el cuerpo a la actuación a partir de un texto que juega en ese fino borde de la realidad con la ficción y que escribió junto con Santiago Loza.

El niño perdido

Limítrofe. La pastora del sol, del chileno Bosco Cayo, por la Compañía Circular que reúne artistas de ambos lados de la Cordillera en un proyecto donde se cruzan obras de dramaturgos y dramaturgas de ambos países, toma como disparador un caso real aunque abre un juego disidente en relación con las lógicas que supone en el presente el teatro documental.

Definido como drama biográfico aunque no excento de un cierto rasgo de comedia que, incluso, toma referencias del culebrón latinoamericano, la prouesta parte del caso real de Gabriela Blas Blas, en 2007, en Chile, cuando esta pastora de llamas Aymara fue acusada de asesinato, a partir de la desaparición de su hijo de 3 años mientras pastoreaba en pleno altiplano chileno.

La obra, bajo la notable dirección de Florencia Bendersky y con una impronta que recuerda a la del Teatro de los Andes y en la que, como un eco, aparece fuertemente reflejada la actual situación que atraviesa en Jujuy la militante Milagro Sala, desanda a través de un puñado de escenas, algunas bellemente poéticas, los seis años de un proceso legal que convirtió el caso de Gabriela en el casojudicial más largo de la historia de Chile, dejando a la luz el abuso y abandono sistemático que padecen las personas que pertenecen a comunidades y pueblos originarios, donde se mezclan cuestiones políticas y culturales y donde, una ausencia, ese cuerpo de un niño que no está, vuelve a ser un disparador, en un país, en un territorio donde los cuerpos que no están son, tristemente, moneda corriente incluso más allá de la desaparición forzada y sistemática de personas puesta a funcionar en el marco de las dictaduras latinoamericanas.

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