Ileana Carrizo – Universidad Nacional de Rosario (UNR)
El licenciado en Comunicación Social, Cristian Alberti realizó una investigación sobre el discurso social en torno al VIH-Sida y las políticas públicas que se generan sobre la pandemia. Su investigación se centró en analizar los unitarios de ficción que realiza la Fundación Huésped sobre el síndrome y son emitidos por Canal 13 cada 1º de diciembre, en ocasión del “Día Mundial de la Lucha contra el Sida”.
Alberti señaló que el disparador de su investigación fue su diagnóstico positivo recibido en 2014 y cómo toda la información que tenía sobre VIH quedó opacada por ese acontecimiento. “Pensé que ese diagnóstico era la muerte. Y si no era la muerte biológica, era una muerte simbólica, social, del deseo, de la eroticidad. Me disparó a la pregunta de cuál era el discurso social en relación al virus. Fue en el contexto de mi tesis de grado que pude ordenar estos temas y darle un marco a la investigación”, explicó.
Según escribió en el trabajo, el discurso sobre el Sida puede considerarse como una producción massmedia. Fue la primera pandemia anunciada por televisión y se inició un ciclo donde la condición médica, e incluso la muerte de las personas seropositivas se convertían en un evento mediático. Funcionaba como un elemento de disciplinamiento social. Este proceso se mantuvo hasta fines del siglo XX para después retraerse al ámbito privado en el nuevo milenio.
De historia
El Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (Sida) es como se denomina al cuadro médico producido por el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH). El síndrome deprime al sistema inmunitario hasta que deja de funcionar y los agentes infecciosos toman control en el cuerpo humano, produciendo en muchos casos la muerte. El virus ingresa al organismo por contacto con fluidos genitales o sanguíneos que estén infectados.
El VIH se anunció públicamente en 1984, aunque hay registro de su existencia desde la década de 1950. Millones de personas han muerto por enfermedades asociadas al Sida. En especial, durante las décadas de 1980 y 1990. En sus comienzos se lo conoció como la “peste rosa”, haciendo referencia a la comunidad homosexual, uno de los grupos considerados de riesgo junto a los usuarios de drogas intravenosas, los hemofílicos, las prostitutas y la población de Haití, a quienes se señalaba responsable de ingresar el virus a Estados Unidos.
El activismo LGBTI puso en evidencia la existencia de la pandemia, la cantidad de muertes que producía y exigió a los Estados que se tomen medidas que permitan acceder a una cura. “En los 90 el activismo comienza a reclamar a la industria farmacéutica y al discurso médico ser considerados como consultores de conocimiento con su propia existencia. Son los mismos sujetos que en las décadas anteriores estaban vivenciando en su cuerpo los efectos del síndrome y es el mismo activismo el que empieza a leer las investigaciones científicas y traducirlas a un lenguaje que las haga accesible para el resto de la sociedad”, destacó Alberti.
El nuevo milenio
Entre mediados y finales de la década de 1990 la investigación en torno al tratamiento farmacológico del VIH-Sida tuvo grandes avances. Se comenzó a dejar de lado la monoterapia y se empezó a implementar la terapia combinada y triterapia. Ambas son utilizadas hasta la actualidad. Con la terapia combinada se logra la indetectabilidad del virus en sangre. Tiempo después se comprobó que el virus en estado indetectable no transmite la enfermedad.
En 2014 ONUSida, el programa específico destinado a fortalecer y dar una respuesta integral a la problemática del VIH-Sida, lanzó un nuevo objetivo denominado “Plan 90-90-90”. Tiene como propósito que el tratamiento ponga fin a la pandemia a través de la promoción de la responsabilidad. Establece el uso de fármacos como la estrategia para detener la transmisión del virus. También contempla la profilaxis pre exposición (PrEP), que se compone de fármacos antirretrovirales usados en personas viviendo con VIH. En ese caso, suministrados con periodicidad por personas negativas a los fines de no contraer el virus. A su vez, se tienen en cuenta el uso del preservativo los programas de prevención centrados en “poblaciones clave”.
En Argentina la situación es diferente: los recortes presupuestarios que tuvieron lugar en el área con el cambio de jerarquía del Ministerio de Salud de la Nación a Secretaría pusieron en riesgo el acceso a los medicamentos para muchas de las personas que viven con VIH. El control a través de la medicalización llevó a una retracción de la problemática al ámbito privado. Se considera que un diagnóstico positivo es algo personal y debe mantenerse en ese campo. El comunicador social Cristian Alberti desarrolla allí su investigación, en un marco que pretende cierta normalización de la vida cotidiana de las personas seropositiva.
La mirada social
“Fundación Huésped nace en 1989, en plena crisis del SIDA en Argentina. Es, dentro de Latinoamérica, una de las ONG mejor posicionadas en respuesta al VIH-Sida y otras enfermedades de transmisión sexual. Elegí a Fundación Huésped como formadora de un discurso social porque también está en una red de medios latinoamericanos que trabajan la cuestión sidaria”, sostuvo Alberti sobre la elección de su objeto de investigación.
La Fundación Huésped produjo trece unitarios que programaron para Canal 13. Las producciones tuvieron el objetivo de difundir mensajes que “naturalizaban” las particularidades de la problemática social del VIH-Sida y de las personas seropositivas. Estos unitarios tratan de visibilizar algunos detalles de la cotidianeidad del vivir con el virus. Alberdi partió de la idea de que el discurso social genera estereotipos que señalan la conducta y las elecciones en la vida que determinan que una persona tenga VIH. “Lo que no me imaginaba que iba a encontrar en los unitarios era la concepción de la vida con VIH como vida despotenciada, triste y culpable. Aquella persona que protagonizaba la existencia con VIH dentro del unitario se representaba siempre pidiendo disculpas por tener Sida y poniendo su vida como ejemplo de aquello que no tenía que ser vivido“, señala Alberti. Él considera que desde los capítulos televisivos se resaltó que los personajes cometieron una falta por la cual tenían VIH y que eran un ejemplo de lo que se tiene que evitar para salvar al cuerpo sano de la sociedad.
El investigador también analizó que existe un sesgo en los protagonistas de los unitarios. Eran personas de clase media, dejando fuera muchos contextos vinculados al VIH. “No hay ningún activista, nadie va a un hospital, nadie tiene problemas con la medicación, no hay pobres con Sida y nadie habla de la cura como un horizonte político”, explicó Alberdi.
Para Alberti, la falta de problematización de la cura es lo que puso en evidencia el discurso oficial en torno al VIH-Sida, cruzado por la industria farmacéutica y con la medicación como la manera de desterrarlo. Sectores del activismo seropositivo no acuerdan con esta postura, que implica tener que tomar medicamentos de por vida, sufriendo los efectos secundarios y dependiendo del buen funcionamiento del sistema público de salud, que debe garantizar una medicación de muy alto costo.
La presentación de esta investigación se realizó en el marco del ciclo conversaciones en El Gran Reactor (Moreno y Urquiza), que organizó la Secretaría de Derechos Humanos de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Estas charlas tienen el objetivo de generar espacios de diálogos con investigadores y especialistas que trabajan temas de interés públicos en el área de las humanidades y las ciencias sociales.