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Ficciones posmodernas: las nuevas narrativas que circulan por las redes

Las redes sociales están liderando las narrativas actuales compitiendo por nuestra atención, pero ¿Cuánto de real hay en lo que circula por ahí? y ¿por qué es necesario pensar antes de dar el click?

Por Elisa Bearzotti

Semanas atrás, desde estas crónicas afrontábamos uno de los tópicos más interesantes (y controvertidos) de la vida contemporánea: la cuestión de la posverdad o de “porque la gente cree lo que cree”. En el siglo pasado, con la aparición de los medios de comunicación masivos, comenzó a ocurrir un fenómeno en relación a la proliferación de discursos que, paulatinamente, fue dificultando nuestra capacidad analítico-reflexiva para determinar el grado de certeza que esconde cada uno. Antes, en el imperio del libro (o de la Galaxia Gutemberg como la llamaba Marshall Mac Luhan) era sencillo diferenciar realidad de ficción: podíamos meternos de lleno en una novela, sin temor a perder las referencias, yendo de un universo a otro sin complejos ni asociaciones disparatadas.

Sin embargo, poco a poco eso fue cambiando. La televisión comenzó a interponerse entre las cosas y la comprensión de las cosas al instalar el verosímil como un sucedáneo de la verdad. ¿Cómo hacer para diferenciar la imagen de un edificio que vuela en pedazos a causa de una guerra, de aquellas producidas para un film de acción o una serie, si ambas usan los mismos dispositivos, las mismas técnicas y el mismo soporte? ¿Cómo hacer para determinar cuánto de verdad esconde una ficción, o cuánto de ficción posee una supuesta realidad, si hasta los noticieros están editados?

De pronto, bastó que algo “pareciera verdad” para que se instalara en el inconsciente colectivo de miles de personas como una cosa indiscutible. Hoy, las redes sociales vinieron a consolidar esta tendencia y nos enfrentamos a una situación capaz de modificar el curso de la historia de un país, de una región o del planeta entero.

Una muestra de ello fue lo ocurrido durante la pandemia de coronavirus, cuando ante una crisis sanitaria de imprevisibles consecuencias, millones de personas eligieron no cuidarse y no vacunarse por no creer en lo que estaba pasando. Pero ya antes de esto, en 2016, vimos un ejemplo de este fenómeno cuando Rusia usó sus plataformas de redes para interferir en las elecciones presidenciales de EEUU que le dieron la victoria a Donald Trump, logrando una clara (y real) manipulación de la opinión pública. Y en ese sentido, una de las más controvertidas resultó ser Twitter, donde los 144 caracteres demostraron tener una potencia letal para activar (y desactivar) candidatos, campañas políticas y slogans presidenciales.

Si bien en los años siguientes, la popular plataforma que agrupa a 237 millones de usuarios continuó elaborando reglas e invirtiendo en personal y tecnología para detectar amenazas violentas, acoso e información errónea que viola sus políticas, logrando incluso desalojar de la galaxia tuitera al “blonde” mediático (el inefable Donald), la incursión de Elon Musk puede cambiar drásticamente las cosas. El magnate, que tomó el control de la poderosa red social gracias a la módica suma de 44 mil millones de dólares, ya anticipó que creará un “consejo de moderación de contenido”, para evaluar la política futura de la plataforma sobre publicaciones y el restablecimiento de cuentas bloqueadas, que van desde el expresidente de Estados Unidos Donald Trump, hasta el teórico de la conspiración Alex Jones y el exlíder del Ku Klux Klan David Duke. Con esta medida, amparada en los permeables contornos de la “libertad de expresión”, Musk consolida su figura como orientador de los discursos del tercer milenio, a imagen y semejanza de los Hearst y Murdoch de otras épocas.

Una manifestación de lo dicho fue el ataque de Paul Pelosi de 82 años -el marido de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos Nancy Pelosi- por un hombre que ingresó a su casa de California buscando agredir a su esposa, la líder del Congreso norteamericano. El caso generó el inmediato repudio del actual presidente Joe Biden quien, en clara alusión el ex presidente Trump, declaró que “no puedes condenar la violencia a menos que condenes a esas personas que siguen diciendo que las elecciones no fueron reales, que fueron robadas. Ese discurso produce violencia”.

Inmediatamente Elon Musk escribió (y luego eliminó) un mensaje diciendo “existe una pequeña posibilidad de que las apariencias engañen”, adjuntando una nota del sitio web conservador Santa Monica Observer, que difundió información no verificada sobre el incidente, un medio que ya hubo publicado teorías conspirativas e información falsa en el pasado. Más aún, continuando con sus políticas oscurantistas, a poco de entrar despidió al 50% de los empleados, de los cuales los equipos responsables de las comunicaciones, la edición de contenidos, los derechos humanos y la ética del aprendizaje automático (es decir, los famosos algoritmos) se encontraron entre los más perjudicados. Aunque en un increíble paso de comedia -digno de mejores propósitos-  a los dos días la empresa se volvió a contactar con algunas personas “que habían sido despedidas por error” para rogarles que vuelvan a sus tareas.

De igual manera, la multa impuesta por un tribunal ruso a Wikipedia por no retirar dos artículos que contradicen la mirada del Kremlin sobre la guerra en Ucrania, puede ser considerada como un modo de hacer caber la realidad entre los rígidos muros del relato. Las sanciones están vinculadas a un artículo que habla de la “resistencia no violenta de la población civil de Ucrania durante la invasión rusa”, y a otro en el que se ahonda en las causas y consecuencias de la guerra en Europa del Este, de acuerdo a la agencia de noticias Europa Press.

Es necesario agregar que en Rusia, desde que comenzó el conflicto, las principales redes sociales, como Facebook, Twitter e Instagram, fueron bloqueadas, mientras que en julio Google fue condenado a pagar 360 millones de dólares por no eliminar unos contenidos publicados en YouTube que criticaban el conflicto bélico.

Reflexión y acción no siempre están emparentadas, sin embargo, a riesgo de parecer ingenua, creo que entre las amplias posibilidades de la mente humana -actualmente tan intervenida por los aún ignotos pero eficientes recursos de la inteligencia artificial- figura la capacidad de discernimiento y comprensión. Los recursos son variados. Investigar, leer, profundizar, confrontar, descreer de las conclusiones facilistas o de aquellas que proponen una mirada llana y sin conflictos, son estrategias útiles para afrontar la pluralidad y diversidad de un mundo en caos. La realidad (fáctica, palpable, evidente) indica la necesidad de oponer resistencia a la subyugante Medusa tecnológica que, con sus tentáculos virtuales, pretende arrastrarnos a las profundidades del descreimiento, obligándonos a decir como Dante: “¿Por qué nuestra culpa nos destruye así?”.

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