La violencia no es si no una expresión del miedo, decía Arturo Graf. En este miedo, desde luego, se debe incluir esa aberración psicológica que es el sentimiento de inferioridad o menoscabo de sí mismo. El violento (que ejerce agresión física o moral sobre otro) es un temeroso que duda de sus valores y virtudes y no encuentra otro modo que la agresión física o moral para demostrarse (vanamente) a sí mismo y a los demás que es superior.
Pero la violencia es también un efecto de las circunstancias sociales. Así como la moda impone ciertos moldes en el aspecto físico (cuidado del cuerpo, vestimenta, etcétera) también impone pautas morales. Hoy, entre algunos mal predispuestos mentalmente, está de moda la violencia. Se muestran por las redes sociales, o por otros sitios de internet, las crueldades más despreciables como si fueran actos graciosos o se difunde un falso heroísmo con prácticas temerarias. Hace unas horas se pasaba por algunos sitios de la red a un muchacho (un ser malvado, para decirlo justamente) atormentando a golpes a un perro colgado de una cuerda. A menudo se asiste a la difusión de videos de toda índole que son paradigmas de valores por el piso y deshechos.
La actividad lúdica, los juegos informáticos, muchas veces tienen como base la violencia. La televisión, el cine, giran no pocas veces en torno de guerras, muertes, disparos. Lamentablemente, lo violento no pervive sólo en la ficción, en un guión de cine o serie de televisión; nada de eso: es un hecho de la vida real protagonizada en todas partes, en todas las clases sociales y en cualquier ámbito. No hay que viajar a algún lugar lejano para presenciar hechos violentos; basta salir a las calles de Rosario para, no más poner un pie en la vía pública, observar miles de actos de violencia física y moral, en apenas horas, protagonizados por adultos.
Ciertos dirigentes, públicos y privados, que deberían desde la punta de la pirámide del poder bien entendido derramar hacia las bases actos de justicia que conlleven paz social y paz interior de cada ser humano, son los primeros y mayores responsables de la generación de violencia, por cuanto ellos mismos son fuente indigna por la aplicación de políticas y acciones injustas. Los padres, los educadores, en muchas ocasiones, son también responsables de esa agresividad que se ha apoderado de la niñez y la juventud. Permisivos, indiferentes ante la problemática de sus hijos o de sus educandos, ignorantes de conductas y formas de encausarlas, por omisión coadyuvan a la agresividad. El límite parece haber desaparecido.
Se hablaba de que la violencia es también un efecto de las circunstancias sociales. Y surge esta pregunta: ¿cómo es posible no generar violencia cuando se desestima el orden como base de la convivencia social? Las nuevas corrientes de pensamiento fomentan el no castigo, o castigo minúsculo, para quien infringe la norma provocando un daño al semejante. Y así como se exime al delincuente de la prisión, se exime también al chico o joven de castigos justos por su falta cometida. Hay quienes, equivocadamente, han confundido y confunden castigo con represión. El castigo bien entendido no es para atormentar, sino para corregir. Cuando esta corrección (que a veces puede hacerse por medio de la palabra y la persuasión, pero otras veces no) está ausente, la impunidad y la violencia se hacen presentes. El castigo no debe entenderse, por otra parte, como agresión física (el conocido bife, por dar un ejemplo) pues ese tipo de castigo sí es represivo y no sólo inútil, sino contraproducente.
No por casualidad, por ejemplo, se están multiplicando los hechos delictivos en la ciudad de Rosario y en todo el país; no por casualidad un trabajo de la Corporación Internacional para el Desarrollo Educativo (Cide) sostiene que la Argentina es líder en violencia escolar entre 16 países del continente, con un 37,18% de alumnos que reconocieron haber recibido insultos o amenazas. En segundo lugar figura Perú (34,39 %), Costa Rica (33,16 %) y Uruguay (31,07 %).
En cuanto al maltrato físico, nuestro país figura también al tope de la lista: el 23,45 % de los chicos consultados dice haberlos padecido. Cuba es el mejor posicionado de toda la región y se sabe que el régimen castrista ha sido hasta hoy inflexible con los transgresores.
Una verdad existe, y es que la absoluta ausencia de castigo o su presencia insuficiente trae sus consecuencias. El hecho de Fighiera, en donde un chico fue brutal y repulsivamente discriminado y violentado física y moralmente, es un ejemplo. Increíblemente, la madre había advertido de estas barbaridades que se cometían, pero nadie se hizo cargo debidamente. El chico perdió parte de su órgano reproductor. Un daño físico irreparable y un daño psicológico que llevará tiempo restañar. Según la mujer, el Ministerio de Educación de la provincia sabía de las permanentes agresiones a su hijo. Prometieron instalar en la escuela un gabinete psicológico, pero nada se hizo. En este tremendo hecho hay responsabilidades compartidas y el Poder Judicial debería investigar y hacer justicia. Pero no le corresponde al Poder Judicial establecer pautas de conductas plausibles, sino a toda una sociedad y especialmente a esos dirigentes que por omisión fomentan un flagelo tan repudiable como peligroso.